Siete siglos con Dante

Lecturas de viernes | Por Leandro Calle

Siete siglos con Dante

Rodeados de muerte, así estamos. El mundo parece haber vuelto a las viejas calamidades que asolaba la Edad Media. Susan Sontag, la gran intelectual norteamericana, en un admirable ensayo sobre el Sida evoca la latencia de la peste haciendo referencia al medioevo: La peste es ni más ni menos que un acontecimiento ejemplar, la irrupción de la muerte que da seriedad a la vida”. Tal vez ese sea uno de los sentidos que podemos encontrarle a este estar cercados por la muerte, valorar entre las manos el peso de la vida.

Algo semejante acontece cuando releemos algún pasaje de La divina comedia”. Sobre todo en esa topografía de la muerte” -como supo decir Borges- que es el Infierno”. Y hablando de muerte, se cumplen justamente 700 años de la desaparición física de Dante Alighieri, el Dante”.

En algún momento entre el 13 o el 14 de septiembre de 1321 muere el florentino, desterrado con tan solo 56 años de edad. Nacido en Florencia en 1265, participó activamente de la política local y de la vida artística.

Florencia se dividía entre gibelinos” y güelfos”, y estos últimos, entre blancos y negros. Sostenedores de la intervención del papado frente a los gibelinos, los güelfos blancos eran más moderados que los negros. Los gibelinos eran partidarios del emperador. Ángel Battistessa, uno de los grandes traductores de la Comedia”, en su repaso agudo por la vida del Dante refiere a sus condiciones del siguiente modo: Sus dotes políticas parecen haber sido apreciables”. Así, encontramos al florentino en el Consejo del Pueblo, en el Consejo de los Cien, y en otras actividades políticas, que si bien abrieron el definitivo camino del destierro y el final de su vida como funcionario, fueron el comienzo de su gloria: la escritura de la mayor obra de la literatura italiana.

Largo fue el exilio, y doloroso. Varias veces condenado a muerte y a pagar cuantiosas multas, el poeta tuvo que soportar el más grande dolor: no poder volver a su patria nunca más.

Borges, en su exquisito prólogo a Nueve ensayos dantescos”, dice de la Comedia”: He fantaseado una obra mágica, una lámina que también fuera un microcosmos, el poema de Dante es esa lámina de ámbito universal”. Claro que, para Borges, ese microcosmos es también laberinto, y, así, adentrarnos en los versos del Dante es perdernos en un complejo mundo inabarcable.

Hay que destacar que, no hace mucho, en Argentina, dos poetas se han atrevido al laberinto de la traducción: uno es Jorge Aulicino; el otro, Alejandro Crotto (solamente el libro del Infierno”).

Si uno se anima a traspasar el umbral del infierno, en el octavo círculo aparece el Malebolge”, que es como un conjunto de diez pozos, o bolsones, o zanjas que conforman el círculo. En este círculo, Dante hace una pasajera mención de la peste. Y allí quise mirar yo un poco nuestro hoy. Tomar la Comedia” como espejo, como aleph”.

Hacia el final del canto XXIX están los fraudulentos, los falsificadores y alquimistas. Dante evoca, a través de Ovidio, la peste mortuoria de la isla griega Egina. Paso a paso, seguíamos callados,/ mirando y escuchando a los enfermos/ que por nada podían levantarse”. Dante, de la mano de Virgilio, mira y escucha. Se me ocurre que son tiempos en los que es necesario preguntarnos qué miramos y qué escuchamos. Allí, donde hay mayor dolor, muerte, sufrimiento, tal vez se encuentre una clave de lectura para –parafraseando a Sontag- valorar la vida.

Estos días, dolorosos para nuestro país y el mundo, nos encuentran a veces, mirando y escuchando aspectos de una sociedad atomizada, sin mayor conciencia social, sin un sesgo de solidaridad superadora capaz de traspasar las contiendas electorales y los meandros neuróticos del ego. Dante calla. Mira y escucha.

Las imágenes dantescas del infierno, que seguramente horrorizaban al lector infantil de otros siglos, pueden compararse con la interminable fila de camiones de muertos que salían de Bérgamo, en Italia. Y ni qué decir si uno repasa las fotos de la prisión clandestina de Abu Grahib, la realidad parece que supera a la literatura.

Así como avanza el virus, también avanza la depresión y la melancolía. Es preciso ganar las dos batallas.

Un llamado a la cordura tal vez pueda ser interesante. Para eso, es mejor salirnos del Infierno” y pasar al Purgatorio”. Al menos, allí, tenemos la certeza de que hay esperanza y que no la debemos dejar a ésta en la puerta de entrada, como en el primer libro.

El canto decimoctavo del Purgatorio” habla, entre otras cosas, de la naturaleza del amor, pero también de la acedia, que puede traducirse como negligencia mezclada con tristeza y flojedad. Apenas comenzamos a leer, habla Virgilio: Fija, me dijo, en mí la luz aguda/ del intelecto, y te será evidente/ el error de los que, ciegos, se hacen guías”.

Y no hay mucho más que decir, sino dejar reverberando el terceto del Dante en el líquido interior de la conciencia.

Desterrado, con el mar Adriático lamiéndole los pies, el florentino termina de escribir una de las obras maestras de la literatura universal. Vuelvo al octavo círculo del infierno y escucho su voz a través de Virgilio: Poco es el tiempo que se nos concede,/ y aún te queda por ver lo que no has visto”.

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