El año comenzó con más de diez homicidios durante el mes de enero. Evidentemente, no es un buen comienzo. Sobre todo, porque la sensación que tiene el ciudadano común es que el muro de contención de la seguridad es ineficiente, ineficaz y, en muchos casos, cómplice. La violencia, en todas sus formas, crece, y el muro de contención que pueden brindar quienes deben cuidarnos es débil, muy débil.
Las grietas en los muros de contención de la violencia en este dique social comienzan a agrandarse, ya hay chorros de agua que comienzan a dar signos claros de que la cosa no va más. ¿Hasta cuándo vamos a esperar? ¿Vamos a aguantar hasta que la cuestión reviente y la ola de violencia e inseguridad sea imparable, como un río en crecida que todo lo arrasa en su camino?
La seguridad es un tema de agenda municipal, provincial y nacional. Es un tema que funcionarios y políticos tienen que poner en la primera línea de decisiones. Y esto no se trata de mano dura. No. Se trata de educar y fomentar una cultura de la convivencia social.
Hemos llegado a tal punto en que la violencia se transmite en el modo de hablar; en los programas de televisión fuera del horario de protección al menor; en cualquier lado aparece un sentido larvario de violencia que tiende a ser peligroso y construir una ciudad, a futuro, en la que nos vamos a desconocer unos a otros. ¿Para qué queremos una ciudad hermosa si ni siquiera podemos caminar por ella?
La desproporción en los caminos de la violencia está siendo llamativamente atroz: fallecimiento de niños golpeados por sus padres; femicidios a la orden del día; la tragedia mayor de los bebés asesinados en el hospital público; el “bullying” y el “grooming” que acechan por las aulas y las redes sociales; el acoso sexual; la pederastia; los continuos homicidios de accidentes viales, y un triste y largo etcétera que crece de manera exponencial. El muro del dique está dando avisos y no lo queremos ver.
Por otro lado, no contamos con una fuerza policial formada. Carentes de idoneidad, “hacen lo que pueden”, pero no sirve eso.
Hablamos de una ciudad que es la segunda ciudad del país, que a su vez es un destino turístico de masas. La formación policial debe estar planteada a largo plazo y con una formación universitaria. No puede ser ni una salida laboral rápida, ni un lugar de privilegio que se transmita de generación en generación. La formación policial de una ciudad del siglo XXI debe ser ardua en su camino, porque arduos serán los acontecimientos que se deban enfrentar.
Obviamente, están los que piden mano dura y generan a su vez, otro tipo de violencia. La violencia de clase. Y otra vez esas expresiones violentas como “negros de mierda”, “hay que matarlos a todos”, etc. Es otra cara del fascismo, que la misma inseguridad e ineficiencia sobre temas de violencia engendra.
La dureza hay que ponerla en la formación, me refiero al rigor en la capacitación. Nuestras fuerzas de seguridad deben estar formadas en derechos humanos, en salud, en contención social, en ética. Lo que vemos por la calle, generalmente, son muchachos y muchachas muy jóvenes, con una 45 en la cintura.
La solución tiene dos partes y una de ellas es fundamental. Una parte tiene que ver con lo coyuntural, con lo que se presenta y adviene hoy, es decir, la violencia en sí, que emerge; pero otra más importante es una visión homeopática de la seguridad. Curar para el futuro. Ir formando y capacitando cuadros, hacia una sociedad más tolerante y dialogante. Se trata de un proceso educativo y cultural.
Pero, claro, son procesos de largo plazo y ese tipo de procesos no suelen entrar en las campañas políticas, menos en momentos electorales.
Nos estamos acostumbrando a la violencia y eso no es bueno. No es bueno escuchar frases como “y bueno, nos robaron todo, pero por suerte no estaba en casa y la saqué barata”. ¿Qué quiere decir que la saqué barata? Lo barato allí es un conformismo social frente a un delito que no debiera darse. Los femicidios se reiteran con más saña, pero la raíz de los mismos no está en el hecho en sí, aparece mucho antes, en nuestro lenguaje patriarcal y machista, en una televisión basura que, al mismo tiempo que habla ruidosamente de la perspectiva de género, lucra con una puesta en escena de la mujer como objeto sexual apetecible y la difunde de manera masiva.
El camino es arduo y hay que tomar el toro por las astas. La seguridad y el tema de la violencia social deben estar en la agenda política como una prioridad. Y la prioridad debería tomarse en sus dos vertientes: la coyuntural y la de largo plazo. De más está decir que la corrupción y la complicidad, así como la eterna espera de las causas en la administración de la justicia, es temática para varias hojas más, que podrían llenar todos los matutinos del país.
El gran problema que se vislumbra es acostumbrarnos a la violencia.
Osvaldo Pol, poeta cordobés, en un poema llamado “Cercados de violencia”, que publicó a mediados de los años 80, finaliza de este modo: “¿Tan grande es nuestro miedo/ como para poder amar esta violencia/ que dice custodiarnos?”