La última mirada de Blas

El ojo de Horus

La última mirada de Blas

La última mirada de Blas

Las imágenes de varios policías caminando alrededor del Fiat Argo blanco, detenido en Chacabuco y Corrientes, con Juan Cruz Camerano y Camila Toci detenidos sobre el capot, mientras Blas Correas agonizaba en el asiento trasero, respirando fuerte, todavía con vida, y sin que nadie haga nada por intentar salvarlo, es una de las postales más funestas de la sociedad cordobesa de estos tiempos.

La declaración del joven que manejaba el auto baleado por los policías Lucas Gómez y Javier Alarcón fue tan tremenda que ya sea desde lo probatorio como desde lo emocional, resultará difícil de empardar. Juan Cruz Camerano, su novia Camila y Blas habían comido una pizza y tomado unos vasos de cerveza y coca, felices por el reencuentro tras la cuarentena por la pandemia. Luego buscaron a Cristóbal y Mateo, con la intención de ir a comer un choripán al Parque Sarmiento. Sin embargo, un inesperado altercado con dos motociclistas generó una alerta exagerada en los policías del control cercano al predio de Canal 8. El vehículo, ya con los cinco jóvenes se acercaba al control montado a la altura del Pablo Pizzurno, cuando a diez o quince metros Juan vio a Gómez desenfundar el arma y levantarla sobre la cintura. Ante esa situación crucial dijo en el juicio: «Me asusté, me abataté y por eso no frené». Queda claro, que nada, absolutamente nada, puede justificar el brutal tiroteo que sobrevino, sin ningún enfrentamiento y a un blanco regalado, como si fuera una pantalla de alguno de los tantos videojuegos. Ni hablar de las maniobras de encubrimiento posteriores, y los malos tratos que sufrieron las víctimas incluso cuando fueron a declarar a Homicidios de la Jefatura.

Pasaron casi cuarenta años de la nueva Democracia, pero muchas prácticas represivas de la dictadura siguen intactas en la fuerza policial local; será tal vez, porque la mentalidad de muchos cordobeses sigue siendo tan recalcitrante y autoritaria como en aquellos años oscuros en los que secuestrar, torturar y matar era menos grave que cruzar un semáforo en rojo. Lo cierto es que mientras el fascismo sigue vigente entre nosotros, algunas tragedias cavan surcos imposibles de rellenar. Juan Cruz y Camila sabían que a Blas lo habían baleado y por eso entre llantos y gritos lo llevaron a la Clínica Aconcagua. Allí fue cuando el joven lo bajó del auto para acomodarlo en la calle. Allí fue cuando sus ojos se encontraron. Blas se estaba muriendo y como podía rogaba por su vida. Hay miradas que dicen mucho, y esa mirada, en ese momento, lo decía todo… su vida se le escurría y Blas no entendía qué le estaba pasando… Así fue la última mirada de Blas.

Casi todos llorando

Queda claro que la mayoría de los casos que se juzgan en Tribunales Dos responden a hechos penosos, dolorosos y muy posiblemente evitables. Ocurre también, que como en la mayoría de las profesiones, los magistrados, abogados y empleados judiciales que trabajan en estos procesos suelen estar habituados y con un umbral de conmoción más alto que el que tienen los ciudadanos comunes que integran los jurados populares. Éstos últimos, en su gran mayoría, ni siquiera conocen el edificio o algo sobre la justicia penal antes de participar en un juicio, en donde luego tendrán que votar sobre la participación o no de los imputados en los hechos de la acusación.

En la Cámara Séptima del Crimen, terminó el lunes pasado el juicio por el crimen de Oscar Malagueño, de 38 años, ocurrido a mediados de diciembre de 2020 en Altos de General Paz. El imputado, José Díaz -quien habría mantenido una relación con la víctima-, aceptó y confesó lo sucedido y fue condenado a 14 años de prisión. Su cómplice, el remisero Beas, recibió una pena parecida, de 13 años y 6 meses de cárcel. La muerte de Malagueño fue tremenda: lo desnudaron, maniataron y golpearon salvajemente. El deceso se produjo por asfixia luego de una larga agonía, y posiblemente provocada por una lesión importante en la nariz. Los condenados se llevaron alrededor de 150.000 pesos y un montón de pertenencias como una computadora personal, una bicicleta y ¡una jaula con un loro y una cacatúa!

Como admitió un testigo de la última audiencia, lo ocurrido fue un hecho más para los registros de Tribunales, pero muy movilizador para la mayoría de los presentes, cuyo estado emocional se parecía a una nube gigante repleta de lágrimas. Así terminó el juicio por el homicidio de Oscar Malagueño… casi todos llorando.

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