Una hazaña que salió mal

Una hazaña que salió mal

Agustín Ávila, el adolescente de 16 años que fue asesinado por una patota.

Una hazaña que salió mal

Quienes por estos días veranean en Villa Gesell visitan inevitablemente el árbol convertido en santuario, justo al frente de lo que fue el boliche Le Brique, el lugar exacto en donde el 18 de enero del año 2020 un grupo de jóvenes desatados y conocidos como “los rugbiers” golpearon y patearon hasta matarlo a Fernando Báez Sosa, de sólo 18 años de edad.

Una impresionante cantidad de rosarios, estampitas, fotos, cartas y flores recuerdan a Fernando, como testimonio de uno de los crímenes más resonantes y mediáticos de los últimos años en nuestro país. Y mientras los visitantes rezan e intentan entender cómo fue posible semejante atrocidad, filmada y probada con un montón de pericias y declaraciones que sin dudas desembocarán en muy posibles duras condenas para los ocho imputados que están siendo juzgados en los tribunales de Dolores.

Lamentablemente ya son demasiados los asesinatos cometidos por estas bandas de jóvenes que “intentan hacerse hombres a sangre y golpes”. Resulta imposible olvidar cómo mataron en el Cerro de Las Rosas a Marcos Spedale de 16 años, en enero de 2005, también atacado por una patota de “chicos bien”, de familias con algún poder y con condenas leves salvo la de Ramiro Pelliza, quien recibió 15 años de prisión.

Muchísimo más acá en el tiempo, el pasado 8 de enero y en las afueras del Festival de Jesús María, otra pandilla atacó y mató a Agustín Ávila, de 16 años, para robarle su gorra.

Es verdad que evolutivamente la adolescencia es la etapa vital más complicada, con muchos cambios físicos y emocionales en pocos años.

También es verdad que los adolescentes comienzan a independizarse de sus familias y se refugian en grupos de pares que tienen códigos y hasta conductas propias que deben cumplirse sí o sí para ser aceptados e incluidos.

Expresiones individuales se anulan y el control racional disminuye, y por eso algunos “pollitos mojados” se convierten en osados y corajudos capaces de cometer locuras para ser valorados por los líderes de la banda que integran.

Tal vez, a partir de este fenómeno adolescente, contaminado además por otras miserias sociales, podamos intentar comprender estos crímenes despiadados y la falta de arrepentimiento y dolor que prima en la mayoría de los victimarios. La culpa es de los otros y lo que hicieron, en todo caso, no fue otra cosa que una hazaña que salió mal.

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