La calle es su lugar

Por Pedro D. Allende

La calle es su lugar

A la historia la escriben los que ganan (o ganaron). Y la escriben en todas partes, prefiriendo piezas o ámbitos aptos para dejar una huella. Si caminamos por el centro de Córdoba, su pulso parece detenido en las tensiones del siglo XIX. Allí están los ganadores que el urbanista, regulador de la traza “vencedora”, definió. De norte a sur, la otrora “Avenida Ancha” tributa al prócer capital, el general unitario José María Paz, cuyos huesos reposan -no podía ser de otro modo- en la Catedral. Si de osamentas se trata, la del federal Juan Bautista Bustos apareció tarde (y dudosa) y su impronta fue limada del ámbito más simbólico de la ciudad, su microcentro.

Dejemos de lado a los clásicos San Martín, Belgrano, 9 de Julio, 25 de Mayo, Colón, Bolívar, Sucre (e incluso Rivadavia). El eje unitario-anti rosista-liberal domina el casco chico de la Docta. Allí surgen, orondas, Oncativo y La Tablada, batallas en las que el “Manco” Paz afirmó supremacía, condenando a Bustos a morir, malherido, en Santa Fe (donde quedaron sus restos hasta que Schiaretti, en versión Indiana Jones, hizo justicia). Paralela a 100 metros, en Libertad -luego Igualdad- yace el solar donado por la familia de Joaquín V. González a la masonería (sede local de ésta) y una cuadra al norte, bordea al río el Boulevard Mitre / Guzmán (por Alejo del Carmen, primer gobernador local, una vez caído el rosismo). Por allí se entremezcla Rivera Indarte, periodista conspirador que, se dice, intentó matar a Rosas, y por poco no elimina a su hija Manuelita.

Seguimos recorriendo el centro: Paz se convierte en Vélez Sársfield (insigne codificador, figura del unitarismo porteño); en el meridiano, Deán Funes (inspirador de la constitución unitaria de 1819, entre otros “hits”). A escasos 100 metros, San Jerónimo (patrono de la ciudad) continúa en una fecha: 27 de Abril (de 1852), el día del derrocamiento del gobernador Manuel López (rosista); y apenas una cuadra al sur aparece Caseros, la batalla que terminó con el ciclo del “Restaurador de las leyes”, que se continuará en Entre Ríos (homenaje a la provincia del triunfador general Urquiza, como la calle Paraná ensalzará a la que fue capital de la Confederación hasta la caída de Derqui).

En ese centro monacal debían colarse más obispos: Trejo y Sanabria (fundador del Monserrat), Salguero (fundador del Hospital San Roque), Miguel Calixto del Corro (rector de la Universidad y convencional constituyente) junto a algunos santos: Juan, o José de Calasanz. No faltan el propio Urquiza, acompañado por Mariano Fragueiro, gobernador dos veces y constituyente en 1853, unitario y luego “liberal”.

¿Qué pasa, por ejemplo, con Juan Bautista Alberdi? Le hicieron tributo, tiempo después, una escuela céntrica y un barrio. En las calles brilla por su ausencia. No es casualidad.

El siglo XX y la traza urbana

Escasas son las referencias de la historia más reciente en el microcentro. Apenas las cuadras que tributan a Emilio Olmos, activo intendente, fallecido a poco de iniciar su gobernación. La Cañada memora a dos presidentes antipersonalistas: Marcelo Torcuato de Alvear, segundo presidente radical, y José Figueroa Alcorta, un hombre del PAN, de ideas modernistas, gobernador y única figura nacional que presidió los tres poderes federales. La Costanera honra a su principal hacedor, Ramón Bautista Mestre, ex intendente y gobernador tras la recuperación de la democracia. Perón se logró colar en un tramo del Boulevard Mitre / Guzmán, e Yrigoyen inaugura el macrocentro hacia el sur, en avenida célebre de Nueva Córdoba, emprendimiento que fuera impulsado por el vencido y negado Juárez Celman, como el Parque Elisa (luego Las Heras) o la Plaza Colón.

Arturo Illia, tercer presidente radical, tuvo su reconocimiento donde corría el populoso Boulevard Junín, abriendo paso a la moderna avenida Amadeo Sabattini, gobernador de la UCR. Julio Argentino Roca tiene lugar en el macrocentro, por ahora a resguardo de los revisionistas de sus campañas militares.

Los nomencladores cartográficos se petrificaron en el casco chico, y fue con la creación de nuevas arterias cuando aparecieron algunos nombres de la historia fundacional (como el de Bustos, recientemente, en parques, paseos o el propio Centro Cívico). Se han perdido referencias, y entonces resulta indiferente caminar por calles cuya evocación es conocida cada vez por menos personas. O pensar en su conjunto como una idea: sucesión de capas que realmente nos permita entender la dinámica de una sociedad y su infraestructura urbana a través de los siglos. El 10 de diciembre de 1983, ¿no merece inmortalidad? El símbolo que encarna Raúl Alfonsín, ¿no reviste entidad para honrarlo? Si sobrevive “la Rivera Indarte” sin explicación alguna, y hasta Haya de la Torre (destacado latinoamericanista peruano, que no presidió su país) da nombre a una avenida en plena Ciudad Universitaria, ¿acaso el 30 de octubre de 1983 no fue el corolario de una exigente lucha sin armas, que terminó con una dictadura?

¿No poseen méritos suficientes, para pensarlos como testimonios, figuras como Arturo Frondizi, Santiago del Castillo, Eduardo César Angeloz, Edgardo Grosso, Francisco Delich, Atilio López, Elpidio Torres, o José Manuel de la Sota?

Desde otro plano, ¿qué pasa con hechos transformadores como el Cordobazo, o la Reforma Universitaria (apenas tributada con un par de cuadras extraviadas en Alberdi)? O con tantos íconos culturales.

La calle es lugar de la historia. Hay que reflexionar sobre estos asuntos, o -como empieza en la órbita nacional- un puñado de aparentes “vencedores” podría hacerlo por nosotros. Ya pasó muchas veces, y hasta no hace tanto, no lo olvidemos: en Córdoba hubo avenidas que se llamaron “Revolución Libertadora”; “Teniente General Leonardi”, o “6 de Septiembre”…

Salir de la versión móvil