Pripiat

Por Juan José Burzi

Pripiat

INSTANTES. En el rincón de una habitación oscura, cientos de clavos tirados en el piso parecen un enjambre de gusanos. La imagen áspera de un juguete plástico al lado de una máscara de gas ya oxidada. En un patio interno, dos arcos de fútbol de metal, enfrentados con algunos centímetros entre sí. Una pelota de cuero y sus gajos en estado de putrefacción. Una ventana rota. Instantes de vidas anónimas.

SILLAS. De la misma forma en que se pueden encontrar máscaras de gas y objetos personales por todo Pripiat, también es común ver sillas al aire libre, en jardines o en medio de extensiones vacías, alejadas de las viviendas. A veces son dos o tres, a veces solamente una. ¿Quién las dejó en esos lugares insólitos? ¿Alguien las usó? ¿Cuándo? ¿En algún momento de la evacuación? Esas sillas quizás sean la mejor metáfora de lo que es la desolación en Pripiat.

LOS VIEJOS I. La prohibición de habitar Pripiat y sus alrededores fue transgredida por quienes ya no tenían nada que perder: los viejos. Aferrándose al sentido de pertenencia que el Estado no pudo aplastar, varios matrimonios y algunos viudos y solitarios decidieron regresar a sus hogares. La mayoría de ellos vivían en los alrededores de la ciudad. No veían el sentido de abandonar sus miserables viviendas a esa altura de sus existencias.

Vivieron en los terrenos más radioactivos del planeta, sin luz ni gas, sin un hospital cercano y prácticamente aislados. Ninguno ocupó una vivienda que no fuera la que tenía antes del accidente, ni hizo uso de elemento alguno que no fuera suyo antes del desalojo. Si no, ¿qué sentido hubiera tenido volver?

LA VUELTA AL MUNDO. El parque de diversiones de Pripiat sufre las lluvias y los vientos a la intemperie. Los juegos se deterioran pacientemente. Los árboles crecen aislando al parque de la ciudad. Los asientos amarillos de la rueda gigante resaltan ante los diferentes tonos de verdes, semejan un ala de mariposa. Es la vuelta al mundo, rodeada de árboles y vegetación, el juego más entero del parque de diversiones. Sin embargo la vuelta al mundo se descompone cuando se la ve de cerca, se vuelve amenazante, el amarillo se esfuma, se tiñe de sombra y muta en un metálico de muerte.

LOS VIEJOS II. Cada quince días llegaba un camión con provisiones. Tenía cuatro paradas en lugares intermedios de las zonas pobladas. Las provisiones siempre eran escasas, tal vez con intención de debilitar la voluntad de los viejos. Los dos hombres que conducían y repartían las cajas llevaban trajes aislantes con escafandra y guantes. Astronautas que interactuaban con campesinos. El presente por un lado, y el pasado que se prestaba mansamente a desaparecer por el otro.

LOS VIEJOS III. Sembraban en esas tierras desahuciadas y complementaban su alimentación con lo que cosechaban. Muchas veces el crecimiento de las verduras y frutas era anormal, tenían formas y tamaños desproporcionados. Siendo personas conocedoras de la naturaleza, estas particularidades no pasaron desapercibidas. A pesar de eso, siguieron con la siembra.

CHOCADORES. El domo de los autos chocadores no conserva su techo, solo la estructura de vigas metálicas que lo sostenía. Los autitos fueron dejados en desorden, algunos enfrentados en una colisión que nunca termina, otros volcados. En algunos sectores la pista está invadida por la vegetación verde que se abre camino entre las tablas de madera lustrada del piso. Incluso, dentro de algunos autitos también crece la vegetación. Las guías metálicas que antes los conectaban con el techo están ahora todas quebradas y dobladas, a excepción de una que aún se mantiene enganchada al techo inexistente, como un bebé y su cordón umbilical. El domo de autos chocadores es lo más parecido a un cementerio de todo el lugar.

FOTOS. En Pripiat se encuentra de todo, menos fotos. Los habitantes de esa ciudad resignaron ropa, juguetes, libros, televisores, instrumentos musicales, pero se llevaron sus fotos. Únicamente un álbum tirado en un departamento. Y así y todo, el álbum contenía sólo dos fotos: una antigua y coloreada que tendría más de tres décadas, de un bebé; y otra en donde había una mujer tocando un piano y un grupo de señoritas sentadas que miraban fijo a una mujer mayor parada, que les hablaba. El resto del álbum estaba vacío, con las marcas de las fotos arrancadas… ¿Por qué dejaron esas dos? ¿Quién era el bebé, quién la protagonista de la otra foto? ¿Quizás el bebé era alguna de esas mujeres?

LOS VIEJOS IV. De la misma forma que decidieron hacer caso omiso de la prohibición del Estado, fueron consecuentes en su rebeldía y ninguno solicitó ayuda médica. Murieron de diferentes tipos de cáncer, lentamente, obstinados y algunos hasta felices. Hubo muertes que fueron advertidas y veladas. Otros fueron encontrados por los repartidores de provisiones que, con el paso de los meses y apiadados de los viejos, habían ampliado su recorrido y ya se acercaban casa por casa. Se los enterró sin despedidas ni ceremonia.

AGUA. El agua estancada de un piletón de más de cinco metros de diámetro refleja la nada de un cielo gris. No hay ondas en el agua, ningún insecto que se posa, ninguna hoja que cae. En un sector la superficie está cubierta de hojas marrones ya podridas, que crean un suelo falso, una trampa para nadie.

VIDA. Los edificios redoblan su tamaño al estar vacíos y sin sentido. De varias ventanas asoman y entran plantas colgantes. Son enredaderas que con el correr de los años fueron tomando el espacio cedido. La vegetación se funde con las edificaciones humanas y llegará un momento en que resultará difícil disociar a una de la otra.

LOS VIEJOS V. A veces, por las noches terribles de invierno, solamente alumbrados y defendidos del frío por el hogar de sus precarias viviendas, los viejos se sientan al lado de la ventana y olvidan la mirada en la oscuridad. Algunos se duermen en esa posición, otros apenas duermen, mordidos por los recuerdos y por la ausencia.

HUMEDAD. Al igual que sucede con la vegetación, la humedad y el óxido también ganan espacio en Pripiat. Las paredes se descascaran, las maderas se pudren y los metales se corroen. Falta mucho para que todo Pripiat sea humedad, putrefacción y óxido. Este avance es más lento que el de las plantas, y se puede decir que por su constancia y presencia, parece ser otra variante vegetal del lugar.

HAMACAS. Las hamacas fueron arrancadas, no se ven por ningún lado, queda como testimonio de su existencia el arco metálico de donde colgaban. ¿Quién arranco las hamacas? ¿Por qué? Es uno de los tantos juegos que parecen un animal muerto.

LOS VIEJOS VI. Sin televisión ni radio, la banda de sonido de sus vidas era el viento contra los árboles, cuando había viento. Otros sonidos: la voz quebrada de los viejos cuando cantaban alguna canción tradicional. El rumor primero lejano y luego vecino del camión de provisiones, cada quince días. La lluvia. Las escasas palabras que pronunciaban cada vez que se reunían. A veces caminaban hasta cinco kilómetros para mirarse unos a otros en silencio. A veces lloraban.

PIANO. Contra una pared cuyo empapelado se cayó en algunos sectores, hay apoyado un piano vertical sin frente, con las cuerdas y los martillitos de maderas obscenamente a la vista. Sobre el teclado hay una partitura abierta. Al piano le faltan dos pedales. En conjunto, el instrumento semeja un cuerpo abierto en una autopsia.

LOS VIEJOS VII. Cuando anochece las siluetas de la ciudad se agrandan. Lo que minutos atrás eran viviendas de cuatro pisos, con el paso de la sombra son una ola negra enorme, a punto de romper y de alcanzarlos. Esas siluetas tiesas, edificaciones huecas y húmedas durante el día, se transforman en lo que la imaginación de cada uno quiere. A muchos de los viejos les recuerdan a sus hijos disminuidos o muertos por el accidente.

CAMAS. En el hospital, en la sala más amplia, se encuentran las camas de metal, con sus resortes metálicos, arrimadas unas a otras, sin espacio en ningún costado para caminar. ¿Las amontonaron durante o después de desalojar la ciudad? Es inevitable imaginar todas esas camas con sus colchones y sábanas, y sus enfermos. Son como un fósil enorme e imposible.

LOS VIEJOS VIII. ¿Hay fantasmas en Pripiat? ¿Es cierto lo que contaba ese viejo, a la luz de una fogata, escupiendo por los huecos de sus dientes mientras hablaba? Son historias que ninguno cree y que a la vez saben ciertas. Los fantasmas más ciertos y traicioneros son los recuerdos.

UN BANCO DE PIEDRA. Un banco de piedra para dos personas. Esa forma de concreto ya no servirá de descanso para nadie, ninguna pareja enamorada, ningún anciano, nada de chicos que descansan después de jugar en la plaza. Sin embargo los pilares en los que se sostiene parecieran ceder, doblegarse ante esas multitudes ausentes, más hondas que el silencio.

LOS VIEJOS IX. El último viejo en morir fue un octogenario, viudo de esposa e hijos, cuya vivienda era la más cercana a la ciudad de Pripiat. Era 1998. Para entonces había tenido lugar una segunda camada de regresantes. En esa ocasión, sin embargo, no se había tratado nada más que de viejos; entre los que decidieron volver había personas más jóvenes, familias con niños. Y no se instalaron en los márgenes de la ciudad, sino que entraron en ella, se hicieron un lugar entre el monótono silencio, escogieron las viviendas que encontraron en mejor estado y vivieron, como si nada.

 

Juan José Burzi

(Lanús, 1976) Publicó libros de cuentos para adultos y también en el campo de la literatura infantil, así como ensayo. Su libro La mirada en las sombras. En torno a Caravaggio (2019) obtuvo el 1er Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires en categoría Ensayo, Mundos oscuros (2016), el 2do Premio Municipal en categoría cuento. También publicó Un dios demasiado pequeño (2009), Sueños del hombre elefante (2012), Los deseantes (2015) y Shibari (2018)
En el campo de Literatura infantil publicó Miedo a la oscuridad (2007) y Tres deseos (2019)

Es director de la revista de opinión literaria Los Asesinos Tímidos (www.losasesinostimidos.com.ar) y editor del sello Zona Borde.

Tradujo a clásicos como H.P.Lovecraft, G.K.Cherteston y Henry James, entre otros.

Autor de estilo depurado y exquisito, Burzi tiene a sus espaldas una obra breve e impecable. Uno de los mejores cuentistas argentinos vivos, se constituye casi como un oasis en medio de la constelación de autores de moda, estridentes como pasajeros: cultiva un perfil bajo mientras pule en silencio relatos cercanos a la música y a la poesía, en los que los silencios hablan y las palabras jamás sobran. Como una serie de diapositivas antiguas, las imágenes de Pripiat nos hablan de un mundo apocalíptico y tangible a la vez, que se integra paulatinamente a la naturaleza en un ecosistema nuevo donde lo humano –incluso, tal vez– pueda tener una segunda oportunidad.

 

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