Srebrenica, masacre de hombres en los Balcanes

Srebrenica, masacre de hombres en los Balcanes

Hay hechos sociales que unen latitudes distantes. Tal es el caso de América Latina con África y los Balcanes en Europa, con diversas guerras, masacres, golpes de Estado, neoliberalismo bajo el ala occidental hegemónica y la lucha de las mujeres para romper el silencio en búsqueda de la memoria, verdad y justicia.

En estos tres continentes, hay sobrevivientes tanto del terrorismo de Estado como de guerras paramilitares que hablaron, enunciaron y nunca dejaron en denunciar el horror. Que encontraron en el acto de hablar la sanación, pronunciando una y otra vez, ante familiares como ante cortes de justicia, las letras del dolor.

Es que el dolor vuelve todo el tiempo, anida en los recuerdos, se esté donde se esté. Es parte de la historia humana, y solo el relato colectivo aleja la angustia solitaria. Las mujeres, sobrevivientes del horror, nunca dejaron de hablar.

25 años

Recientemente se cumplieron 25 años del genocidio más grande en territorio europeo tras la Segunda Guerra Mundial. Se trata de Srebrenica, una ciudad ubicada en Bosnia y Herzegovina donde el ejército nacionalista serbio con aliados bosnios llegó y fusiló en menos de dos semanas a más de 8.300 varones, de todas las edades. Padres, abuelos, nietos, sobrinos, esposos, amantes, colegas, amigos, vecinos, primos y conocidos. Un factor unía su destino: eran bosnios musulmanes.

Aquella brutal masacre fue perpetrada por la resaca de los grupos nacionalistas serbios quienes tras finalizar el sitio de Sarajevo (1991-1995) y viendo truncados sus planes para lograr la limpieza étnica en la ex Yugoslavia, decidieron hacer ojos ciegos a la condena internacional y fusilar a lo que ellos consideraban la escoria social: los bosnios musulmanes.

Para contextualizar vale mencionar que tras la muerte de Josip Broz, conocido como el mariscal Tito, quien con su carisma logró unir bajo una misma federación seis países en la zona de los Balcanes: Serbia, Montenegro, Macedonia, Bosnia-Herzegovina, Croacia y Eslovenia, la Yugoslavia se hundió. En Belgrado, capital de Serbia, se concentraba el poder político, económico y militar.

Durante los noventa, los serbios nacionalistas pusieron en marcha un plan para lograr la Gran Serbia” barriendo a sus viejos enemigos: los musulmanes, cuyo recuerdo vuelve en los anales de su historia al recordar que el Imperio Otomano sitió decenas de veces a Belgrado.

El cuerpo como territorio

La masacre de Srebrenica es recordada no solamente por la brutalidad del ejército y la masacre contra los hombres. También las mujeres fueron un territorio del cual se apropiaron. Más de 20.000 mujeres, entre niñas, jóvenes y mayores abandonaron sus hogares, cerraron sus ojos mientras fusilaban a los varones de sus familias y miles de ellas fueron violadas.

Se trata de pensar los cuerpos como territorios, el motivo de las feministas de la tercera ola: Mi cuerpo es mío”. Más allá de la conquista espacial, llega la conquista de los cuerpos. Una jueza de la Corte Internacional de Justicia que investigó el genocidio, Elizabeth Odio, manifestó que en los relatos de las víctimas percibió algo más, una crueldad excesiva en la que no bastó con violar, sino con destruir los cuerpos mediante la agresión sexual.

Se verifica una inflexión en la historia de las guerras, el propósito pasa de ser la anexión de los cuerpos como territorios, tomando el territorio y también a las mujeres que en él habitan -violándolas o apropiándose de ellas como concubinas o como esclavas sexuales-, a tener como objetivo la destrucción del cuerpo – su asesinato moral y físico- por medio de la agresión sexual”, dice Rita Segato en La Guerra contra las Mujeres” mencionando a este conflicto, relacionándolo con otros en Guatemala y El Salvador.

Las mujeres musulmanas fueron violadas días y noches, frente a sus hijos, frente a sus madres y amigas. Los Cascos Azules Holandeses que estaban para protegerlas, como fuerza de Naciones Unidas, miraron al costado. Las entregaron, como también a sus hombres. En cambio, los soldados dejaron grafitis: ¿Tiene bigote? ¿No tiene dientes? ¿Huele a mierda? Una chica bosnia”.

En Ruanda, en el continente negro el genocidio que duró 100 días de los cuales nadie habló en 1994 fue similar. Hutu versus tutsis. Se estima que entre 500.000 y 1.000.000 de personas fueron asesinadas por los hutus, la mayoría: hombres.

En la guerra y los campos de batalla, en todo arrebato de la vida se percibe la división sexual: los hombres salen a matar, las mujeres aguardan en casa, que también es un territorio por conquistar.

Las sobrevivientes son las que finalmente llevan adelante las luchas por la recomposición del tejido social. Como las sobrevivientes de Ruanda, país con el mayor porcentaje mundial de mujeres en el parlamento y gran participación en el mercado laboral. Como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina, quienes representan la dignidad de nunca callar. Como en Bosnia y Herzegovina, con las Madres de Srebrenica que cada año acuden a La Haya en búsqueda de memoria, verdad y justicia. Al igual que las argentinas, estas mujeres buscan a sus desaparecidos a través de la identificación por ADN.

La pedagogía masculina y su mandato se transforman en pedagogía de la crueldad, funcional a la codicia expropiadora, porque la repetición de la escena violenta produce un efecto de normalización y con esto promueve en la gente los bajos umbrales de la empatía indispensables para la empresa predadora”, dice Segato. ¿Cuántas guerras deberán sobrevivir las mujeres hasta que se cuente otra historia, sin el mandato ni la pedagogía de crueldad?

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