La épica de las causas perdidas

La épica de las causas perdidas

El peruano Manuel Scorza tal vez sea el escritor latinoamericano que mejor ha relatado y convertido en héroes a los protagonistas de una de las tantas causas perdidas de nuestra región.

Cinco libros, o cantares”, componen La guerra silenciosa”, donde Scorza narra las rebeliones de las comunidades campesinas de los Andes Centrales del Perú para recuperar sus tierras usurpadas. La Cerro de Pasco Corporation”, empresa minera norteamericana, comienza a desplegar un gran cerco que como un gusano se arrastra en la tierra alterando el curso mismo de la naturaleza. Los campesinos deciden enfrentar ese extraño poder y Manuel Scorza narra ese coraje.

De ese drama hay muy pocas noticias, o bien porque la historia oficial no lo cuenta o porque los indios no hablan.

Los personajes de La guerra silenciosa”, investidos con poderes mágicos, empeñados en un combate desigual, poseen una grandeza trágica. El héroe de Redoble por Rancas”, Héctor Chacón, el Nictálope, podía ver en la oscuridad. Fermín Espinoza, Garabombo, era invisible. Raimundo Herrera, El jinete insomne”, no podía dormir. Genaro Ledesma, en La tumba del relámpago”, es el valiente abogado de los indios y en El cantar de Agapito Robles”, Maca Albornoz, con atributos de diosa y de prostituta, seduce a las autoridades para combatirlas.

Héctor Chacón, encarcelado en varias ocasiones y consciente del poder que enfrenta, defiende su plantación a punta de escopeta: comprendí que los cobardes no tienen tierra… Por gusto el Personero presenta recursos. Las autoridades solo son chulillos de los grandes…”

Cuando Fermín Espinoza, Garabombo, fue a quejarse a la Subprefectura, nadie lo atendió: Al principio no me di cuenta. Creí que no era mi turno. Ustedes saben cómo viven las autoridades: siempre distraídas. Pasaban sin mirarme. Yo me decía `siguen ocupados´, pero a la segunda semana comencé a sospechar y un día que el Subprefecto Valerio estaba solo me presenté. ¡No me vio! Hablé largo rato. Ni siquiera alzó los ojos. Comencé a maliciar…” Cuando Garabombo salió de la prisión, comprendió que era invisible, como lo eran los reclamos y los abusos. Ahora sería invisible para todos los vigilantes del mundo, y así, invulnerable e intocable, prepararía la gran sublevación.

Raymundo Herrera, no duerme, no puede cerrar los ojos. Allá por el 1705, cuando la cacica ordenó a su gente que salieran a medir los límites de sus tierras, no se pudo: el propietario había degollado a todos sus hijos. No pudo dormir más recordando esas cosas. Mientras su queja siga con los ojos abiertos, él tampoco los cerrará.

Cuando Rancas estaba enterrando a sus muertos, Genaro Ledesma protestó: denuncio este crimen perpetrado por instigación de una compañía imperialista que, con la complicidad de un gobierno antinacional, nos mantiene en la miseria, nos explota y abusa sin misericordia”. Fue inmediatamente detenido. Cuando salió de la cárcel ya no era más alcalde, y tampoco pudo retomar su puesto de maestro. Los comuneros de Cerro de Pasco decidieron mantenerlo, necesitaban un abogado que no se vendiera.

Cuando Agapito Robles salió de la prisión nadie se atrevía a cruzar una palabra con él. El juez Montenegro había mandado a decir que se las verían con él los que se atrevieran a dirigirle la palabra. El juez había detenido el tiempo, y Agapito Robles describe la única constante: en los Andes, las masacres se suceden al ritmo de las estaciones. En el mundo hay cuatro; en los Andes cinco: primavera, verano, otoño, invierno y masacre”.

El juez Francisco Montenegro se pone a jugar al póker durante 90 días y 90 noches con sus amigos, solo cuando hace una pausa en el juego administra justicia”. Si gana, libera al indio que robó un cordero, si pierde se queda preso seis meses más. A la honorable autoridad le encanta que lo llamen doctor”, y el perdón que concede a los parroquianos por sus faltas son motivo de celebración pública. Y la apoteosis del festejo sucede cuando el juez acaricia al autor de la insolencia” como un padre tierno y misericordioso.

En un acto de suprema lucidez, Fermín Espinoza, Garabombo, entiende que el combate no será del todo perdido si es contado, si se desbarata la confabulación del silencio. Le dice a Manuel Scorza: ¡Sálvese para que cuente!”.

El combate siempre lo pierden los más débiles, la justicia de su causa no se pierde, se engrandece.

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