En busca de la fascinación perdida

El Cineclub Municipal Hugo del Carril estrena Un cuerpo estalló en mil pedazos”, de Martín Sappia

En busca de la fascinación perdida

Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones estarán igualmente equivocadas”

 Mijaíl Yúrievich Lérmontov, Un héroe de nuestro tiempo”

 Por Martín Iparraguirre

Casi un año después de su estreno virtual en la 35 edición del Festival Internacional de Mar del Plata, el notable filme de Martín Sappia sobre la figura de Jorge Bonino, Un cuerpo estalló en mil pedazos”, llegará hoy a las pantallas locales con su presentación en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, donde se podrá ver por primera vez en las condiciones que reclama su propuesta estética. Ocurre que este documental de tono ensayístico es más una apuesta sensitiva por asir la estela fantasmal de un mito, que un abordaje clásico e historiográfico sobre una figura ya legendaria del teatro y la cultura argentinas. Se sabe que los mitos no resisten el contacto con la realidad, pero la pretensión de encapsular una vida humana en un relato es una ilusión en cierto modo obtusa: como reza la cita de Lérmontov, todos tenemos una dimensión insondable en nuestro interior, incognoscible para otros si no lo es también para nosotros mismos. Consciente de ese dilema universal, potenciado hasta el infinito por la personalidad de Bonino –un hombre que hizo de su propia vida un arte de la elusión–, Sappia toma una primera decisión ética fundamental a la hora de componer su película, que en vez de un relato unívoco y cerrado ofrece una narración caleidoscópica donde las distintas voces de quienes conocieron al artista se unen para potenciar su mito. Articulada a través de la voz en off de la escritora Eugenia Almeida, que asume implícitamente la palabra de Sappia, el filme va recogiendo entonces relatos, historias y anécdotas de la vida de Bonino con el afán de armar un mapa abierto e intuitivo de esa vida esquiva, tan locuaz como inaprensible, decidida a borrar toda huella de su paso por este mundo.

 No quería ilustrar, quería encontrar una forma cinematográfica que dialogara con este personaje tan esquivo: me gustaba la idea de buscar al fantasma y construirlo en base al rumor”, explicó el propio director en una entrevista con HDC publicada en abril pasado. La dificultad principal era el vacío. La falta de información. Comencé a buscar gente que lo hubiera conocido o que lo hubiera visto en escena. Cada entrevistado me daba pistas y cada pista otro entrevistado. Fueron 52 personas con las que hablé. Pero lo que parecía una dificultad como la falta de archivo o de verdades oficiales, lo tomé como una motivación y una búsqueda formal. Hasta los recuerdos muchas veces confusos y contradictorios decidí hacerlos parte del relato para convertir eso en una cuestión formal y en un eje narrativo. La idea fue seguir la estela del fantasma, no intentar escapar de ella buscando la verdad sobre Bonino”, completó el director y montajista.

 Apuesta sin dudas arriesgada para el canon documental pero acaso pertinente para abordar la estela de Bonino, un artista que hizo del instante la marca esencial de su obra y que en cierto momento quemó todo archivo o testimonio de sus creaciones. ¿Cómo hacer justicia entonces a esa vida marcada por el cambio, el misterio y una voluntad de (auto)creación insólita? Pues bien, la respuesta de Sappia es ofrecer múltiples acercamientos posibles a esa existencia, sin destacar ninguno por sobre el resto ni distinguir entre ficción y realidad.

 Para lograrlo, una decisión capital que tomó el director fue la división de imagen y sonido: si bien a lo largo del filme escuchamos los testimonios de distintas personas que conocieron a Bonino con sus propias visiones del personaje, nunca vemos a quiénes hablan ni tampoco conocemos su identidad, por más importante que sean los autores. A la vez, Sappia superpone esos testimonios con hermosos planos fijos en blanco y negro, mayormente amplios, de los lugares y objetos que atravesaron a Bonino, como si los espacios tuvieran el privilegio de haber atestiguado su paso por el mundo y guardaran una memoria secreta del artista que el director intenta dilucidar en vano, ya que su propio montaje conspira contra la fijación de certezas. Ejemplo: cuando Sappia revisa lo que parece el primer intento de suicidio de Bonino lanzándose al agua del Sena desde un puente parisino, uno de los momentos más dramáticos del filme, intercala una decena de testimonios que narran el episodio de maneras distintas y hasta contradictorias con imágenes estáticas del río francés,  que finalmente es el único testigo directo, mudo e imperturbable, del episodio. Uno diría que la escena sirve como síntesis de la belleza drástica y distante que recorre a todo el filme, como si asistiéramos a las últimas estelas de una estrella fugaz e incomprensible que por unos instantes encendió la monotonía atroz del cielo en una noche oscura y lejana. No se trata de una belleza impostada: al contrario, Sappia intenta ser lo más aséptico posible, con la voz cálida pero imperturbable de Almeida como narradora y los planos fijos de lugares o paisajes que la acompañan, tan bellos como ajenos a toda emoción, tan elocuentes como indiferentes respecto a la historia que se cuenta. Aun así, hay una cierta melancolía que se apodera del filme, que acaso tiene tanto que ver con la suerte final de Bonino (que moriría de un intento de suicidio” en el neuropsiquiátrico de Oliva el 17 de abril de 1990) como con la certeza de que su obra se perdió irremediablemente para nosotros.

 La película incluso viaja por el mundo en busca de sus huellas fantasmales: de Villa María a Córdoba, de allí  a París o a Madrid, de vuelta a Buenos Aires y a Oliva, sin ninguna indicación explícita de los lugares que visita más allá de la relación –a veces directa, a veces metafórica, nunca ilustrativa– de las imágenes con los relatos en off y la propia historia nómade de Bonino, que parece haber sido un trotamundos incansable e hiperkinético. Creo que los espacios de la ciudad guardan algún tipo de memoria y sino la guardan nos dan por lo menos la escenografía donde los cuerpos han transitado. Ya eso me sirve a mí para imaginar a Bonino. En esos ecos de esos espacios es donde intento que cada espectador vea a Bonino. Al Bonino que imaginan porque a su vez no quiero que vean su rostro y la ausencia de éste va precisamente en ese sentido. El de intentar que las construcción del personaje no la digite la película sino que sea algo más abierto y hecho por cada espectador. Y la idea de fantasma claro que alimenta la ficción, porque el fantasma lo es, es una ficción construida en base a creencias y no a saberes”, explicó al respecto el propio Sappia.

Lo cierto es que el modo en que filma las ciudades, los ríos y la naturaleza ofrece un plus sensitivo a la película, que instala un modo de ver el mundo de tono contemplativo y extático, ayudada por sonidos raros que irrumpen para afianzar el extrañamiento del espectador y puntuar el relato. Si bien casi no hay archivos de Bonino –sólo aparece un audio de una obra donde se lo escucha hablar en un idioma inventado por él y algunas postales escritas de su puño y letra a la mitad de la película–, Sappia espera al final para introducir unas secuencias mudas, perteneciente a un corto de la artista Marta Minujín, que muestran al actor cordobés en pleno vuelo lúdico,  jugando a hacer caras y a correr en círculos por un jardín. Se trata de una de las pocas imágenes que perviven de Bonino, que acaso funciona como una metáfora de la propia película: al final del recorrido, tendremos pocas certezas de su vida y de su obra, salvo la seguridad de que fue un artista único, un payaso trágico y genial que nunca supo separar la vida de su obra, representante de una Córdoba rebelde y suburbana que se perdió entre los pliegues oscuros de la historia pero cuyo legado sigue interpelando al presente, como si otra historia posible latiera en su estela fantasmal, que gracias a la película vuelve con fuerza para maravillarnos una vez más.

 

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