Carlos Alonso, el pintor de pintores

Por Pancho Marchiaro

Carlos Alonso, el pintor de pintores

Hay un camino y un caminante vital, profundo y maduro.

Les une un recorrido trazado por Carlos Alonso, uno de los más grandes artistas contemporáneos de nuestro país. Esta exposición retrospectiva es una oportunidad única para enfrentarse, cara a cara -especialmente porque se trata de retratos- con un poderoso conjunto de obras que conforman su itinerario. En su individualidad, cada cuadro nos dirige al interior del autor y su historia.

El paisaje del retrato

El MACU es una institución maravillosa ubicada en el extrarradio de la Ciudad de Córdoba, a un puñado de curvas de Villa Allende, sobre la Av. San Martín, de Unquillo. Abre sus salas de la mano de una fundación integrada por personalidades preocupadas por el arte. Cuenta con todos los servicios institucionales, incluyendo un bar, una tienda y -naturalmente- unas importantes salas de exposiciones cuidadas por Pablo Canedo, referente indiscutido de las artes. La muestra “El Retrato / Retrospectiva” es una ambiciosa reunión de docenas de trabajos, muchos de ellos de gran formato, realizados con diversas técnicas, durante las comprometidas décadas de un largo viaje interior.

El protagonista

Carlos Alonso nació hace 95 años en Tunuyán, provincia de Mendoza. Al regreso del exilio (si es que volver es una posibilidad, si es que irse fue una realidad) eligió Unquillo para vivir y profundizar una militancia política, creativa y vital.

Desde siempre fue artista. Dibujó incansablemente en su infancia, y recorrió el camino dejando una marca que se profundizó en la perspectiva hacia la Academia Nacional de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo. Ese trazo se integró a la historia del arte argentino.

Sus primeras peripecias expositivas alimentaron las ansias de protagonismo, pero sobre todo le permitieron una iniciática estadía en Europa, y el contacto con los grandes maestros universales. Desde estudiante, y en mayor medida una vez reconocido, se adentró como un explorador en la escena pictórica del país. Tuvo un vínculo indisoluble con maestros como Lino Eneas Spilimbergo, Antonio Berni, Guillermo Roux, y más cerca en las coordenadas espaciotemporales, Marcelo Bonevardi, Antonio Segui, Rómulo Macció y Roque Fraticelli. Muchos de ellos habitan ese mundo transitado que es la exposición, un sendero conmocionante para el visitante.

Alonso, además de pintor, es un dibujante que consiguió destacarse en el mundo editorial. Hablar de “ilustrador” (una tarea bellísima) pareciera quedarle corto al hombre que eleva la línea y el papel en un gesto firme y cómplice. Al alma detrás de la mirada de sus personajes. “No me considero un ilustrador… sino alguien que busca la coincidencia de la obra con nuestra época” dijo, sin saber que esa época ha sido un tiempo de sostenida vigencia. Fué seleccionado como ilustrador del Quijote, el Martín Fierro, y el Matadero, entre tantas obras clásicas. Esa destreza para recorrer coincidencias, convergencias trascendentales más allá del tiempo, es parte del aroma que posee la exposición.

Su fortaleza excepcional está presente en su arte, en su presencia de protagonismo físico y energético, pero también en su compromiso político. Desde la década de los setenta, la producción de Alonso gana en profundidad debido a esa condición epocal: el trazo comienza a doler y la paleta aúlla colores.

La monstruosa desaparición de su hija Paloma, una activista social de 21 años, a manos del gobierno militar de facto, está presente en otro retrato de una época que no podemos ver sin que nos duela. La serie “manos anónimas” es un atajo hacia la memoria del autor y, entre sus momentos expuestos en el MACU, la propia Paloma nos interpela con esa una mirada indeleble en la responsabilidad política de cada asistente.

El exorcismo del caminante

La peregrinación expositiva de Alonso susurra en voz baja nombres, figuras, y diferentes tonos de verde, con la profundidad psicológica del terror y la dulzura.

Nada, ni el caminar, es indiferente. La memoria del cuerpo, la violencia, y la desnudez conforman un único paisaje con centralidad en el pintor y su eclécticamente sostenida visión del paisaje. Ahí están sus parejas, sus maestros y sus pérdidas dando zancadas junto al hacedor.

Fascinante y enigmático, sus obras conforman un regalo sin paz, una noche trágica que amenace con la presencia de Van Gogh caminando por las sierras. Un círculo que vuelve a Unquillo para vivir, para exponer, para guiarnos a todas las personas en un camino hacia el interior de la cabeza del pintor de pintores.

La exposición

El Retrato / Retrospectiva se exhibe en el MACU, Museo de Unquillo hasta el 4 de agosto, los viernes, sábados y domingos desde que, en las Sierras Chicas, el Sol dice que son las 17. Está compuesta por grandes trabajos hilvanados por un sendero lleno de escollos y apuntes. Es un mapa de obras que incluye al autor y sus amores, colegas y maestros. Mencionamos a Seguí, Berni, y Spilimbergo, pero podríamos sumar a Pedro Pont Vergés, Juan Battle Planas, o Miguel Ocampo. Más allá del horizonte también están retratados Gustave Courbet, Claude Monet, Auguste Renoir, o Van Gogh, el pintor caminante.

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