¿Es un fa, o un fa sostenido?

Por José Emilio Ortega

¿Es un fa, o un fa sostenido?

Convocado por su icónica referencia, el joven artista ensaya, frenético, los temas del repertorio que semanas después explotará en el Luna Park. Corre el año 1983. La Argentina transita, como aquel tecladista, cambios profundos, en busca de escalas precisas, a ciegas, sin partituras. Su oído exquisito lo advierte de una dificultad liminar en “Ojos de Video Tape”, joya de Clics Modernos, obra cumbre con la que Charly García revolucionó las texturas del rock en castellano. Fito Páez, de él hablamos, busca en su red (ni más ni menos que Tweety González) y juntos descubren el enigma. Dependerá de Fito, encontrar la tecla justa en el primer ensayo con la banda: ni más ni menos que Willy Iturri, Alfredo Toth, Pablo Guyot, Dani Melingo, Gonzo Palacios, Fabiana Cantilo ¡Y el propio Charly!.

Pero el joven Rodolfo Páez, aún menor de edad de acuerdo a la ley de entonces, conocía de retos. De ellos dan cuenta los ocho capítulos de “El amor después del amor”, la serie que narra la vida del rosarino desde sus inicios en la música profesional hasta 1993, cuando edita el (hasta hoy) disco más vendido del rock argento.

El propio Páez se comprometió en el proyecto lanzado por Netflix, junto a los productores Mariano Chijade y Juan Pablo Koldziej. Las biopics presentan desafíos: contextualizar desde la ambientación, recrear personalidades sin caricaturizarlas, lograr un diálogo entre la ficción y los hechos históricos.

La serie acierta en todos los campos, con un libreto afinado a cargo de Francisco Varone, Lucila Podestá y Diego Fío, y la sobria dirección de Felipe Gómez Aparicio y Gonzalo Tobal. El elenco, si bien parejo, encuentra puntos altos en Campi como Rodolfo Páez (padre), Micaela Riera como Fabiana Cantilo e Iván Hochman como Fito. Se destacan Andy Chango componiendo a Charly García, Julián Kartún como Luis Alberto Spinetta y Joaquín Baglietto encarnando a propio padre, Juan Carlos.

La trama arranca en 1979, en plena dictadura militar, cuando Baglietto concreta su esfuerzo por conformar en Rosario una selección de los mejores músicos y compositores locales –integrando a un Páez adolescente junto a figuras como Rubén Goldín y Silvina Garré-, con eco nacional tras la participación en el concierto “anti Sinatra”, que organizó la revista Humor en Obras (1981) y -previa consagración en el festival de La Falda- tras publicarse el disco Tiempos difíciles (1982).

Llamando la atención de García, que armaba su grupo soporte con los mejores, Páez se sumará en 1983 al vértigo del hombre de bigote bicolor. Con un bagaje de canciones compuestas desde la adolescencia, hará en paralelo su disco debut, Del 63 (1984) contando con Fabián Gallardo, Daniel “tuerto” Wirzt, César Franov e invitados (Melingo, Goldín, Carlos García López). Mientras gira con García y se aventura a Piano Bar (1984, probablemente el techo artístico de Charly), Fito avanza con Giros (1985), rodeado por los talentos de siempre, más Paul Dourge, Fabiana Cantilo (compañera en la música y en la vida de Páez, como bien lo ilustra la serie), el Mono Fontana, Osvaldo Fattoruso, entre otros.

A estas alturas, no queda otra que devorarse los capítulos hasta el final.

Track-Track

La historia tiende puentes hacia la infancia de Fito que permiten rastrear sucesos que afectaron su vida y su obra. Donde no es posible eludir su pertenencia a esa clase media argentina aspiracional con avidez de bienes culturales, tan determinante en las primeras generaciones de rockeros (ocurrió en camada, de Pappo, Spinetta, Porchetto, Gieco o García y también en la de Calamaro, Cerati, Juanse, Coleman o Páez), donde muchas fuentes musicales y literarias (habitualmente absorbidas en redes familiares y sociales) hicieron simbiosis.

La serie es bien argentina, pero también latinoamericana, mostrando con rigor los avatares de un tiempo de transición continental que impacta en cada rincón de cada ciudad, donde jóvenes como Fito eran los primeros en asomarse al muro y procurar franquearlo (como Jorge González en Chile o Herbert Vianna en Brasil).

Páez ha recibido guías: las dictadas por una familia que lo ama incondicionalmente; por sus mujeres, que inspiraron sus composiciones más notables; o por sus maestros que en pocos años dejan de inspirarlo desde los posters para ser parte de su vida, sumándose Luis Alberto Spinetta hacia 1985, en amistad que dará frutos artísticos con el recordado disco doble La la la (1986).

Las marcadas por los vacíos, comenzando por su madre Margarita (omnipresente pese a su muerte a pocos meses de nacido Fito); al fallecer en 1985 Rodolfo (su padre) y tras ser asesinadas en noviembre de 1986 su abuela Delma Zulema Ramírez de Páez y su tía abuela Josefa Páez, cuando las 300 horas de grabación de La la la eran (feliz) historia y se avecinaba su presentación en Obras. Páez acusa el devastador impacto; a sus veintipico, lo ha sufrido todo.

Mi vida es una hoja en blanco, parece decirse a sí mismo el protagonista y desde un tobogán imparable busca una salida. La banda de sonido con la que ilustra a su azaroso recorrido es la que compartimos tantos con él, en aquel tiempo. Lo celebramos con Baglietto, lo idolatramos junto a García, pero lo bancamos con otra lealtad en cada estación por venir: el desgarrador Ciudad de Pobres Corazones (1987), el intenso Ey! (1988) y la reinvención con Tercer Mundo (1989).

En esa escalera circular, hay tiempo para enamorarse de Cecilia Roth y construir los catorce himnos que integran El amor después del amor (1992), su disco talismán. Hasta allí llega esta historia, exactamente la mitad de la biografía de Páez.

Con las últimas imágenes, dan ganas de pararse y aplaudir. Como cantan Fito y el Flaco en “Pétalo de Sal”: “Algo tienen estos años, que me hacen poner así”

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