Género y violencia: Pan de Azúcar

Por Miguel Koleff

Género y violencia: Pan de Azúcar

El vínculo de ficción y realidad es altamente estimulante y hay quienes han descollado en esta área. Probablemente el caso de Truman Capote sea el más conocido de todos al introducir su concepto de «faction» para articular el dispositivo de la narración literaria con lo «fáctico» como motor de la trama. En esta dirección se inscribe el portugués Afonso Reis Cabral, ganador de la 11ª edición del Premio José Saramago.

Sabemos que la «no ficción» es un género híbrido entre el periodismo informativo y la narración literaria; sabemos que tiene por objetivo poner en escena uno de los hechos más altisonantes de la crónica policial de los últimos tiempos y que pretende examinarlo con amplitud sin descuidar los aspectos más escabrosos. Pues bien, en “Pan de Azúcar”, Afonso cumple a rajatabla con este “dictum” al elegir como materia de su escritura el asesinato de Gi, producido en 2006, y que conmovió a Oporto.

Gisberta Salce Junior era una travesti brasileña que vivía en esa ciudad desde hacía algunos años, dedicándose a la prostitución. En el último período de su vida (con 45 años), abandonada y seropositiva, se había refugiado en el sótano de una construcción destinada a un supermercado de la cadena Pão de Açúcar, del Campo 24 de Agosto, donde alojaba su cuerpo enfermo e intentaba sobrevivir en condiciones inimaginables.

El caso salió a la luz cuando fue ejecutada por un grupo de menores en riesgo, de una escuela de oficios, habituados a las prácticas violentas, y se hizo público por la repercusión que alcanzó en poco tiempo. La damnificada había sido objeto de torturas antes de morir, y, si bien en un primer momento se sospechó que falleció a causa de los golpes recibidos, la pericia médico legal reveló que murió ahogada en un pozo de las inmediaciones, al que los adolescentes la arrojaron por no reconocerle signos vitales, y como coartada para borrar las huellas de sus actos homicidas.

El crimen impactó en la prensa amarilla de la ciudad, que se hizo eco de la masacre. Lo importante, sin embargo –y más allá de estas crónicas al desnudo- es que despertó la atención del país para la transfobia y la intolerancia contra la comunidad LGTBIQ+, porque el resultado de la investigación confirmó la existencia de un «crimen de odio» basado en la condición sexual de la víctima. Ésta es la razón por la cual la noticia no quedó en el olvido, y el motivo por el cual, aún hoy, vuelve a la palestra cuando su evocación se instituye como bandera de lucha.

Al escribir su novela, Afonso Reis Cabral recoge las versiones oficiales difundidas, pero le añade una pretensión mayor, que tiene que ver con el testimonio, al reconfigurar la dinámica de los hechos a través de la confesión de uno de los protagonistas de aquel acto atroz que pauta en primera persona una interpretación de los acontecimientos.

Doce años después de sucedidos los hechos, el formato novelado de aquel acto trágico se presenta al público como un documento de horror a través de la ficcionalización de sus motivos e intenciones, inscribiéndose en este territorio. Así, la historia construida por el joven escritor tiene su origen cuando Rafa, uno de los 14 adolescentes de la Institución, descubre a Gi en el sótano del Pão de Açúcar mientras busca un lugar para esconder los restos de una bicicleta hallada en medio del basural. Y se hace más aguda cuando empieza a crear un vínculo con ella, descubre que es travesti («traba», despectivamente hablando) y se siente interpelado por su presencia, habilitándose para socorrerla en sus necesidades. Es que, más allá de la repulsión inicial que le provoca, algo en ella lo cautiva y le inspira misericordia. Podríamos llamarle «lástima» a falta de una palabra más justa. Pero también empatía, porque quien nada tiene no sabe a ciencia cierta cómo se llama lo que siente y mueve su deseo.

Lo cierto es que, para un joven con un aparato psíquico vulnerable, la dedicación que empieza a dispensarle (la comida que le lleva todos los días, por ejemplo) tiene un precio, y si no obtiene recompensa, aunque sea moral, le juega en contra. Aquel día en que Gi se sentía mal y no quería estar acompañada fue el óbice, porque la sensación de abandono y rechazo que experimentaba a diario se le hizo más nítida que nunca.

Desde entonces las cosas empezaron a cambiar para los dos, y se agudizaron con el paso de los días: «empecé a pensar que yo debía ser realmente insignificante como para ser rechazado por una travesti que acabó en un sótano debajo de un estacionamiento».

Pese a sus aparentes buenas intenciones, Rafa no dejaba de ser un adolescente en formación que necesitaba derribar umbrales y cumplir rituales de iniciación. En una circunstancia de este tipo, aquello que no lo identificara como «macho» lo ponía en situación de inferioridad frente a los suyos, y expuesto a las peores reprimendas de su grupo de pertenencia. Fue, pues, cuando Fabio, el líder de la manada, con 16 años por aquella fecha, irrumpió en el sótano para conocer qué es lo que pasaba allí y conducir las cosas a su modo, alertado por el propio Rafa que había incitado su curiosidad al referirse a un «tipo con tetas» resguardado en el lugar. Con esta visita desprevenida se inaugura la espiral de violencia, que se consumará en las últimas páginas.

La sentencia que el grupo elige para Gi es la más cruel que pueda imaginarse: ella debe ser castigada por indecente, por «traba» y, sobre todo, por no respetar la masculinización del poder.

Al elegir el sendero de los móviles, en lugar de repetir hasta el cansancio la crónica policial, Afonso Reis Cabral narrativiza los vínculos, las razones, las actitudes y las conductas. Escoge el punto de vista del otro, del que debe pagar el peso de la ley por su acción (u omisión) desaforada, pero teniendo en claro la minoría de edad de los adolescentes (y, por ende, la impunidad del caso).

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