La película cordobesa “El escuerzo” (2024), de Augusto Sinay, está rompiendo varios mitos argentinos en momentos donde la embestida del gobierno nacional contra el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) parece haber asestado un golpe mortal a la producción independiente en nuestro país – al imponer un nuevo sistema para otorgar créditos que favorece a los únicos que no necesitan del organismo, las grandes productoras-.
En su debut en largometraje, Sinay no sólo se animó a abordar los géneros cinematográficos más duros y onerosos, considerados casi como un tabú en el cine del interior del país, sino que lo hizo con un profesionalismo que envidiaría cualquier producción industrial, algo que se vio reflejado inmediatamente en la taquilla: “El escuerzo” volvió ayer a la cartelera del Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49) a pedido del público, luego de un estreno donde la mayoría de las funciones dejaron a gente afuera de la sala.
Ocurre que la ópera prima de Sinay, que pasó por las aulas de la Facultad de Artes de la UNC y egresó de la Enerc porteña, es una reconstrucción puntillosa de época y una oda al cine fantástico, donde la historia argentina se cruza con sus mitos populares: basado libremente en un cuento de Leopoldo Lugones, el filme narra las peripecias de un joven gaucho en la Argentina de mitad del 1866 que escapa de la maldición del escuerzo.
A saber, si alguien mata a estos sapos grandes sin quemar su cuerpo, ellos regresarán para vengar su muerte. Será el destino infausto del personaje interpretado por Cristóbal López Baena, quien protagonizará un singular western alucinado, que mezcla el terror con la ciencia ficción, ambientado en la Argentina asolada por la Guerra de la Triple Alianza. Al éxito en festivales internacionales, Sinay le sumó una repercusión mayor en todas las salas donde estrenó su película – entre muchas, se pueden citar el Cine Arte Cacodelphi en Caba; la sala El Cairo de Rosario y Espacios Incaa por todo el país- que curiosamente integran el circuito de exhibición independiente desfinanciado por la Nación, bajo argumentos que la suerte de “El escuerzo” desmiente de manera inequívoca y categórica.
¿Cómo nació la película? ¿Cómo llegaste a imaginarla en las condiciones que tenemos aquí para producirla?
–Es una película que nació de la inspiración de un cuento Leopoldo Lugones que se llama igual. Cuando terminé la carrera de cine en la Enerc quería escribir mi primer largometraje: entonces, con mi pasión por el cine de terror y fantástico, empecé a investigar en busca de ideas y me di cuenta que quería que sea algo autóctono, no copiar fórmulas de otro lado, ni tampoco inventar cosas fantásticas o de género que vengan de afuera. Por eso se me ocurrió indagar en la literatura de principios del siglo XX y ahí encontré este cuento, que es uno de los más aterradores que hay en el libro de Lugones.
Cuando empecé a escribir el guion fue muy loco porque hice el proceso inverso al de tu pregunta: empecé escribiendo un trabajo bastante simple de hacer, de pocas locaciones, muy controlado, donde todo transcurría entre dos ranchos. Pero a lo largo de muchos años de trabajo se fue modificando: estuve más o menos siete años desarrollando el guion, pasando por diversos talleres gracias a un Lab, al Cine Latino Toulouse, al taller de escritura de Ibermedia y el concurso Raimundo Gleizer, un gran concurso que era para egresados de escuelas de cine que hoy ya no existe más. Y también pasé por las tutorías de mi gran maestro de la escuela de cine y ahora amigo Christian Bernard, que fue el que me dijo que me libere de la responsabilidad de cómo iba a ser hacer la película. Es decir, que no escriba pensando en lo posible sino que escriba pensando en lo que yo tenía adentro, en mis miedos, en lo que tenía ganas de filmar, en imágenes visuales, en cinematografía.
Entonces fue un hermoso proceso de liberarme de lo que pensaba que era posible y empezar a escribir justamente lo imposible, lo inimaginable, lo fantástico, lo aterrador. Fue desde ahí que la película empezó a tomar una personalidad totalmente propia, que es la que podemos ver hoy en pantalla. Me gustaría agregar que era una película muy riesgosa porque un 80 % eran paisajes naturales que filmamos en las sierras de Córdoba, en un pueblo que se llama Las Calles, por lo que requería una logística de autos cuatro por cuatro. Filmamos en lugares inaccesibles, cerca del río, entre espinillos, cerca de la montaña. Y gracias a todos los años que tuvimos para desarrollarla pudimos planificarla muy bien. Teníamos planificados todos los decorados de cada escena, habíamos cronometrado cuánto se tardaban todos los transportes desde las cabañas donde se alojaba el equipo hasta los lugares de filmación. Entonces la verdad es que pudimos resolver la falta de presupuesto poniéndole mucha cabeza y tiempo de planificación.
Contanos ¿cómo fue el proceso de producción y realización?
–La verdad es que este proceso fue tan largo como la propia escritura y en muchos momentos se realizó en paralelo. Yo empecé a escribir la película en 2014. En 2016 se sumó Damián Carretero, el productor de la película, y a partir de ahí empezamos juntos un proceso para decidir si íbamos a producir nosotros la película y no la íbamos a delegar a una productora más grande, con antecedentes, sino que íbamos a remarla nosotros para poder hacer la película que queríamos, con los delirios que nos gusten a nosotros… y bueno, embarcarnos en esa propuesta nos llevó más tiempo pero también nos dio la satisfacción de hacer una película totalmente diferente.
Lo primero que quiero mencionar es que, como ganamos el concurso Raimundo Glaser, el premio, además de ser monetario, nos permitió presentar nuestro proyecto al INCAA sin antecedentes, es decir nos habilitó a presentar a una de las mejores vías de producción sin tener otras películas hechas. Ese premio nos impulsó mucho porque ahí pudimos presentar también el proyecto a Ibermedia para co-producir la película con España. Yo había conocido a un productor español en un taller de escritura.
Entonces, por otro lado, los talleres que nosotros veníamos haciendo fueron como una bola de nieve que se fueron sumando para después conseguir contactos y poder hacer esta coproducción con España. Después obtuvimos un premio a la ópera prima en el Polo Audiovisual de Córdoba junto al productor Matías Carrizo, que fue nuestro socio, colega y gran colaborador en Córdoba. Entonces, con esos tres fondos públicos y después también con aportes privados de donde filmamos, que no siempre son monetarios sino también hay aportes de trabajo, pudimos llevarla a cabo. La verdad es que filmar en Argentina lleva mucho tiempo, mucho esfuerzo y mucha voluntad y por supuesto el apoyo de todas estas instituciones públicas.
¿Cómo construiste el mito del escuerzo? He leído que hiciste una amplia investigación sobre la cultura local…
–La leyenda está exactamente tomada del cuento de Leopoldo Lugones, pero después mi película se despega y utiliza esa leyenda para construir la odisea del personaje. A partir del cuento, yo empecé a construir un mito mucho más amplio, agregándole capas de profundidad. Por un lado, me interesaba que nunca sepamos si la leyenda es real o no. Entonces fui construyendo durante cada escena indicios de realidad e indicios de fantasía, indicios de la propia imaginación del personaje. La película lentamente se va transformando en un laberinto que nunca se detiene, en el que tenemos que ir viendo qué es real y qué no, pero mientras el personaje más se acerca al mito, más real se vuelve para él.
A mí me gustaba trabajar este mito como una especie de espiral, en el que siempre se va para adelante, pero en algún momento está totalmente inmerso en su propio recorrido. La figura de la espiral nos sirvió también para agregarle capas de miedos a través de la investigación de época que hicimos. Por un lado, le agregué la capa de la Guerra del Paraguay y de un Ejército “mitrista” que acechaba toda Argentina, que dejaba a la población pasando hambre e infundía el miedo de que te vengan a llevar para ir a la guerra. Eso también empezó a trabajar como otra capa de la lectura de la leyenda del escuerzo. Al mismo tiempo, construí una capa más personal del personaje, que era su devenir adulto, ya que el protagonista sale por primera vez de su rancho y se empieza a topar con esta Argentina en pleno nacimiento, con gente muy ajena a su círculo familiar.
Él mismo no sabe si interpretar que estos personajes con los que se cruza son parte de la leyenda o son parte del propio miedo a enfrentarse a un mundo atravesado por la guerra y por la violencia. Entonces, fueron como estas tres capas que fui mezclando durante la película para darle forma a la leyenda del escuerzo. Y sí, la película tiene mucha investigación encima sobre sobre la historia de Córdoba en esa época, sobre las formas en que los militares atrapaban soldados, sobre la hambruna que se vivía. Hay un montón de cosas que fui agregándole en base a hechos históricos. También consultamos con un investigador del Conicet, especialista en escuerzos, que nos llevó a tierra sobre las razones por las que el mito es tan popular: se trata de un animal que de 12 meses al año 9 vive bajo tierra, entonces se lo ve muy poco y es un anfibio que tiene dientes y come a otros animales. Estas características hacen que la gente genere estos mitos.
Me interesa también la recreación de época y su contexto histórico…
–Por un lado, a nivel guion, fue mucha investigación de libros de texto. Para crear los diálogos, utilicé discursos de la época, por ejemplo los discursos de (Bartolomé) Mitre, así como también cartas, que son una forma de escritura más cercana al diálogo, como los textos de (Juan Bautista) Alberti en contra de la Guerra del Paraguay o las cartas del cacique Cafulcurá, incluso textos que encontré en “Una excursión a los indios ranqueles”, de Lucio V. Mansilla, que es un libro escrito en gran parte en forma de correspondencia.
Por otro lado, para los personajes más marginales, utilicé transcripciones de juicios de la época: algunas palabras, algunas ideas, las saqué de lo que decían los acusados, que eran cuatreros, desertores, etcétera. Para reconstruir la época a nivel arte y vestuario, fue un gran trabajo en conjunto con cada área. La directora de arte fue Carolina Vergara y las vestuaristas fueron Mariana Asís y Janina Pastor. Una de las principales referencias que teníamos eran ilustraciones y pinturas de la época. Incluso hay ilustraciones hechas por soldados que estuvieron en la Guerra del Paraguay.
Las más conocidas son las de Cándio López, pero también hay uno que nos sirvió mucho de inspiración, que es un soldado que se llama José Garmendia, que hacía ilustraciones en acuarelas donde podíamos ver muy bien los trajes militares. Hay muchas cosas que se pueden ver muy claras en estas pinturas de época. Por último, a nivel fotográfico, de cómo se ve la imagen, con el director de fotografía intentamos trabajar una imagen mucho más atemporal, que no se vea tan digital. Entonces, trabajamos con filtros adelante de los lentes, o metidos entre el lente y la cámara, para borrarle las texturas tan definidas a la imagen y que nos dé algo más cercano a una pintura de época. Eso ayudó mucho también a la percepción de la película.
La película muestra tu interés por los géneros cinematográficos, ¿de dónde viene? ¿Qué directores te inspiraron?
.Soy una persona que ama los géneros. Yo estudio cine gracias a que vi una película de ciencia ficción que se llama “Inteligencia artificial” (2001), de Steven Spielberg. A mí me marcó mucho ver cómo es el cine, entender el modo en que un movimiento de cámara, un tipo de luz y una historia totalmente fantástica te pueden afectar emocionalmente e impactar en tu propia cotidianeidad. Es algo que me apasiona. Para mí, contar historias tiene mucho que ver eso, con agarrar el mundo real y llevarlo a un tipo de género y contarlo de otra forma, como un espejo distorsionado.
En mi película es verdad que hay terror, pero no considero que sea una película 100 % de terror: también tiene mucho western y también pertenece al género más amplio de la fantasía. Respecto a los directores que más me inspiraron, hay varios. Por un lado, de Argentina, Leonardo Fabio fue una gran inspiración porque me permitió ver cómo se hacía cine fantástico y gauchesco en otra época, sobre todo con “Nazareno Cruz y el lobo” (1975), de donde incluso saqué ideas de cámaras para mi película. Por otro lado, hay directores de los años ‘70 que me inspiraron como Nicholas Roeg, sobre todo una película suya que se llama “Walkabout” (1971), que filmó en Australia y me sirvió para pensar una película que es una aventura al aire libre, en el exterior. También soy un apasionado del western, al punto que uno de mis directores preferidos es Sergio Leone.
Particularmente una de las películas más modernas que me inspiró fue “Bone Tomahawk” (2016), del director Steven Craig Zahler: me gusta mucho como armó un western que se construye lentamente, algo que se llama “slow burning”, que a mí me sirvió para pensar los tiempos de la película y cómo algo costumbrista se puede ir transformando en algo totalmente aterrador, terminando en otra cosa que no te esperas. La verdad es que me libera mucho trabajar dentro de los géneros porque te permiten volar buscando adentro tuyo, buscando los miedos, buscando la fantasía, buscando las ideas visuales, alejándote de la realidad para espejarla desde otro lado.
Contame también el trabajo con los efectos especiales, sobre todo en esa gran escena final, ¿cómo los hiciste?
–Lo primero que tuve en cuenta cuando empecé a preparar todas esas escenas en el guion fue que tenía que tener muy claro cómo hacerlas, aunque después se resolvieran de otra manera. Para eso hice un storyboard de toda la película. Todos los planos de la película estaban dibujados. Entonces, cuando llegamos a rodaje, ya sabíamos qué es lo que había que filmar de cada efecto, de cada escena. También la había puesto en una línea de tiempo y había probado muchas veces que los efectos funcionen.
Por supuesto, todo esto lo hice porque tuve mucho tiempo para desarrollar la película antes de ir a rodaje. Entonces yo me pude permitir con Photoshop, con Adobe Premiere, con mi nivel básico de computación, ir probando ideas de efectos especiales. También agarré muchos fragmentos de películas y fui probando como una especie de “moodboard”, como se dice, que es recopilar muchas imágenes para construir las sensaciones que buscaba dar en la película. Todo eso lo fui haciendo como un proceso más solitario, pero después cuando se sumó el equipo, realmente fue increíble cómo al trabajar juntos se pueden lograr cosas excelentes, como la gran escena final que mencionas. Ahí todo lo que yo había hecho en storyboard y en moodboard empezó a cobrar realidad y la verdad es que se trabajó mucho.
Bueno, muchos de los efectos los hizo el equipo de arte, dirigidos por Carolina Vergara. Estuvo bueno porque utilizaron materiales que habíamos usado en las locaciones naturales, pero mezclado con materiales propios de los efectos digitales. Entonces esa mezcla entre lo natural y lo artificial creo que hace que la película se vea muy particular. Por ejemplo, tenemos un túnel hecho de poliuretano expandido, pero al mismo tiempo tiene un montón de tierra, de yuyos y de pajas del lugar. Entonces, como que hay algo de conjugar la naturaleza con la fantasía propia de la película que le terminó de dar una identidad particular a estos efectos especiales. Después está el trabajo de maquillaje y algunos efectos prácticos que hizo Carlos Bocardi, que es un realizador de efectos de Alta Gracia, y también fue un gran trabajo en conjunto. Pero el mayor aprendizaje que tengo de todo este proceso, que va del guion hasta ver lo que hicimos con este equipo, es que se pueden hacer cosas increíbles con mucha imaginación, no necesariamente con mucho presupuesto.
¿A qué atribuís el éxito que tiene la película?
– La verdad que creo que es muy difícil verlo ahora mientras está sucediendo. Estamos muy contentos, muy felices de todo el éxito que está teniendo en salas con entradas agotadas, en Córdoba, en Buenos Aires. Se está hablando mucho de la película en todas partes. Nos pone muy contentos esta recepción en este momento donde se está dudando mucho del cine argentino.
Yo creo que en el futuro podremos hacer mejores análisis, pero para arriesgar diría que la gente tiene ganas de ver cine argentino de género, tiene ganas de ver historias basadas en nuestros paisajes, en nuestras leyendas, en nuestros animales, en nuestros personajes históricos, pero salidas de la realidad y de lo natural. Tiene ganas de ver experiencias cinematográficas. Lo que estamos escuchando del público es que les gusta mucho ver cosas autóctonas en la pantalla, pero no por ser autóctonas deben ser sobrias, sino que se puede delirar, pueden ser una experiencia, pueden ser algo atrevido, algo jugado, que tenga efectos especiales, que tenga terror, que tenga aventura. Me parece que son todos condimentos que está bueno apropiárselos y mezclarlos con nuestra propia cultura.
Creo que eso está generando mucho entusiasmo en el público. Ni hablar que realmente es una linda experiencia de ver en el cine por el trabajo de todas las áreas, porque si vas a verla a una sala como la gente te vas a ir habiéndote sumergido en una aventura que tiene un sonido espectacular, una música espectacular. El sonido es de Patricio Tosco, la música la hizo Tomás Leonhardt y eso ya te mete en una experiencia audiovisual. Ni hablar del arte, que lleva a meterte en la época, creo que todas las áreas, la fotografía también, todas las áreas hacen que sea una verdadera experiencia cinematográfica.
Por último, ¿tu película podría existir sin el INCAA?
–Esta película no se podría haber hecho sin el INCAA. De la forma en la que nosotros decidimos producirla, el INCAA fue un puntapié inicial para luego conseguir fondos de España, como de Ibermedia, y también fue responsable de aquel primer taller de desarrollo para egresados de escuelas de cine que nos permitió hacer el guion. Entonces, es importante destacar no solo los fondos que da el INCAA a la producción, sino también sus incentivos al desarrollo como el Glayser, que fueron fundamentales para poder hacer todo el recorrido de la película y que llegue a ser lo que es hoy.