«O las estaciones», de Antonio Tello

Por Leonor Mauvecin

"O las estaciones", de Antonio Tello

Borges ha dicho que el hecho estético “Empieza por una suerte de revelación” y es eso lo que nos sucede cuando recorremos las páginas de la obra de Antonio Tello y esta revelación nos lleva, a través del imaginario del autor, a penetrar en el interior de un universo original, simbolizado en el devenir temporal donde los seres y la naturaleza son parte de los acontecimientos con sus maravillas y sus tristezas.

Pierre Bourdieu dice que el proyecto literario de cada autor, más que una decisión individual, obedece a un complejo juego de fuerzas del campo intelectual; lo que él llama el habitus del escritor. El habitus de Antonio, responde no a lo urbano sino a una región donde el campo y la montaña conjugan el paisaje en la urgencia temporal de su propia existencia. Tello cultiva una refinada elaboración literaria siempre en busca de imágenes que permitan visualizar la realidad, con un compromiso con la vida y el momento histórico del poeta.

En toda la obra se da la confluencia de las formas clásicas tradicionales, pero Antonio Tello, las desestructura y las revitaliza, logrando una poética del arrobamiento en el que la naturaleza alcanza una dimensión cósmica que rige en su poesía, aunando la fonética y la grafía de las imágenes en un hermoso bosquejo sinfónico.

La trama de este hermoso tejido literario se enhebra con dos elementos que lo sostienen, el tiempo y la naturaleza. En el poemario que hoy nos convoca O Las estaciones las cuatro temporadas de la naturaleza se manifiestan en el árbol y el bosque. En los primeros versos Antonio Tello dice:

el silencio es el rio que fluye

y ese río anuncia ya el tema de este libro que, en realidad, es un solo poema que se extiende a través de las páginas, como un Heráclito que surca las estaciones, alegoría de los cuatro momentos cruciales en la vida: los solsticios de invierno y verano, y los equinoccios de primavera y otoño. Ciclos como símbolo de la existencia del hombre, o en realidad, del universo.

Es entonces el rio una metáfora del tiempo, que surca con sus aguas la vida, pero en este caso nos asombra el silencio que enuncia el verso:

El río es silencio que fluye. Lo que oímos no es el rumor del agua.

No es el rumor del agua dice el poeta, y el lector, desconcertado, se pregunta ¿por qué ese rio silente? Sin embargo, previamente el poeta aclara:

Es desespero de ramas verdes. Adioses en pos de la corriente.

Entonces nos dejamos llevar por esas aguas y el oleaje nos permite aunar el silencio y el olvido, en ese desespero de las ramas jóvenes que tratan denodadamente de rescatar del pasado toda esa vida que el tiempo impiadoso va oscureciendo, y surgen del tajo de las piedras las voces y luces del río que, manso, sonámbulo, entre la fronda del bosque, corre por la tierra muda.

Y el sonido vuelve y nos envuelve en ese decir que nos introduce en una temática antigua, “Estamos hechos de tiempo” dice Shakespeare y Jorge Luis Borges agrega “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”.

O Las Estaciones es una revelación del amor, protagonista en esa mirada simbólica donde los elementos: el aire, la tierra, el fuego y el agua elaboran un escenario donde el Fauno y la ninfa se entregan en una azarosa búsqueda del idilio atravesado por las contingencias del tiempo. Antonio Tello encontró , desde los mitos, un espacio para refundar la ambigua y tormentosa vivencia del amor.

Y aquí están el bosque y el árbol como acertadas metáforas de la existencia en este hourtus conclusus donde las cuatro estaciones se vivencian, desde el verde de las hojas en primavera con la belleza del amor, a la tristeza del invierno que se materializa en el poeta que, sabe que envejece en un inevitable otoño. Pero afirma:

Aunque el árbol envejezca, no se altera la eternidad del bosque. Las hojas que retoñan, verdean y caen, viven. Humus y ceniza abonan la memoria bajo la nieve. Marcas de la madera. El bosque.

La poesía surge, entonces, desde un sentimiento místico panteísta donde la naturaleza forma parte de la vida que late en la temporalidad, pero también en el espacio donde el individuo se realiza desde el dolor y el amor, el sentimiento de la pérdida y la esperanza de nuevas primaveras.

El poeta se rebela contra el laberinto del tiempo que traspasa la vida y busca el hilo de Ariadna, él es entonces, Teseo que lucha contra el terrible minotauro del Laberinto donde habitan las estaciones. Y dice:

¿Cómo salir del bosque sin conocer sus senderos? ¿Cómo transitar sus veredas sin el hilo de tu nombre?

Y luego afirma:

la eternidad que sucumbe al abrazo. Al gozo veraz del instante.

Esta visión de un universo de gran riqueza, se conjuga con un lenguaje sugerente de hondo lirismo que conmueve. El poeta articula imágenes propias de la naturaleza que simbolizan acabadamente sus sueños y deseos y dice:

Tu cuerpo es la tierra donde nacen los ríos. Tus dedos los que alivian el tronco del árbol. Tu boca, la fuente que riega sus raíces. ¿Es quizás tu risa la que trae las lluvias?

El amor, entonces, se materializa en las formas que le ofrecen las márgenes de ese río y sorprenden las hermosas escenas que nos abren la mirada hacia el vuelo poético, desde los más antiguos mitos bíblicos:

Los amantes ahora saben que en el corazón del bosque crece un árbol de infinitas formas.

La fruta es la inicial de los amantes. La última vocal del paraíso.

El poeta conjuga los mitos, y perdido en el laberinto que es el paraíso es ahora un Fauno, y busca a la amada, la huérfana, la que está sola y todo el poemario se convierte en una melodía donde el sonido de las palabras nos envuelve con su música, y todo se convierte en un gran poema sinfónico.

Música que adquiere un ritmo frenético al final, cuando la soledad y la ausencia se manifiestan en el dolor de una realidad que destruye la posibilidad del amor y las palabras caen desangeladas, marcando con sus sonidos y los silencios el ritmo caótico de la angustia y el dolor:

el fauno y la huérfana corren
bajo sus pies la tierra quema huyen
del incendio huyen
la lengua muda devora sus nombres

El poeta busca el amor en el transcurso del tiempo, busca la eternidad que se diluye y que discurre como una vorágine y se van uniendo con suaves puntadas los versos, descubriendo las pausas que lo reconocen como capaz de devolvernos en palabras, ese mundo de la naturaleza agitada por el devenir, de donde emerge el poeta consciente de su finitud.

Antonio elige un formato epifánico donde la experiencia amorosa se escenifica en un lenguaje pictórico de gran dinamismo, que nos arrastra en una vorágine visual como si estuviéramos presenciando una ópera musical logrando una gran potestad evocadora.

Poemario original y conmovedor, donde la palabra se presenta con una profunda fuerza lirica que nos ilumina y nos sorprende, arrastrados por ese oráculo del bosque en el concierto celebratorio y carnal del amor.

 

Como gotas que susurran su perenne
deseo, entre un abejeo de luces, las aguas
corren serenas. Notas de tiempo que
llenan de sentido el progreso del río.
A una orilla la huérfana duerme.
Entre la fronda, el fauno la acecha.
Entregada al sueño, ella. A la mirada de su
hermosura, él. Ajenos ambos al ocaso.
Ajenos ambos al lento irse del día.

El poeta observa donde escribió
el nombre. Nada había antes ahí.
El árbol es testigo.
Su memoria es anterior a la semilla.

Aunque el árbol envejezca, no
se altera la eternidad del bosque.
Las hojas que retoñan, verdean y
caen, viven. Humus y ceniza
abonan la memoria bajo la nieve.
Marcas de la madera. El bosque.
Solsticio del presente. Las estaciones…

Antonio Tello

 

Le damos la palabra a Antonio Tello y le pregunto:

¿Cuál es el génesis de tu poesía, dónde nace?

Volviendo a Pierre Bourdieu, ¿Por qué la naturaleza es el habitus que traspasa toda tu obra, hay algunos momentos en tu vida donde la naturaleza haya cobrado un rol protagónico?

¿El árbol como símbolo por qué lo eliges?

¿Qué significado cobran en tu vida los mitos?

¿H ay algún autor que consideres que haya influenciado tu hacer poético?

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