Roald Dahl, la censura y la capacidad crítica de los jóvenes

Por Claudia Lorenzón

Roald Dahl, la censura y la capacidad crítica de los jóvenes

La decisión de la editorial británica Puffin Books de modificar la obra de Roald Dahl, autor de las icónicas novelas «Charlie y la fábrica de chocolate», «Las brujas» y «Matilda», disparó la polémica entre editores, escritores y lectores de Argentina y el mundo acerca de esta decisión en la que los críticos ven un exceso de corrección política o una estrategia para disparar las ventas del autor, lo que finalmente llevó a ese sello a revisar la medida y a anunciar, en las últimas horas, que publicará también las versiones clásicas del autor británico.

Editores y escritores argentinos consultados por Télam criticaron la decisión no sólo porque cuestionan la intromisión en la obra del autor, sino porque además consideran que se ponen en tela de juicio las capacidades críticas de los lectores a los que llega la obra de Dahl (1916-1990).

«Estas correcciones que pretenden cuidar a las minorías, o que tienen que ver con los valores, van completamente en contra de la obra de Dahl, que justamente discute y pone en conflicto los estereotipos, es graciosa y a los chicos los hace reír un montón. La literatura intenta conmover, generar emociones, y aunque la emoción sea de tristeza, angustia o miedo, son completamente válidas», sostiene Laura Leibiker, directora editorial de Norma.

En este sentido Raquel Franco, de Pequeño editor, señala que «es difícil coincidir con la decisión de intervenir las obras de Dahl, porque sus obras son irreverentes, incorrectas, revulsivas, de manera deliberada» y afirma que «las intervenciones que se plantean van en la dirección de morigerar ese rasgo artístico».

Para la editora, «esto es bien polémico por dos razones: por un lado, el respeto a la obra del autor y por el otro, el respeto a las capacidades críticas de los lectores. Es una reflexión interesante para hacer en relación con la producción para las infancias, porque implicaría que las obras que tienen estos destinatarios son intervenibles -es decir, en una categoría diferente de otras obras artísticas- y que estos lectores no pueden desarrollar sus propias ideas sobre lo que leen. Esta es una tendencia que llamamos ‘pedagogizante'».

Los libros de Dahl -que fue héroe de guerra, piloto de combate, espía, misógino, ególatra y antisemita, y vivió durante su niñez, en internados británicos donde los alumnos eran azotados hasta el sadomasoquismo- llevan vendidos 300 millones de ejemplares a nivel mundial.

Con el argumento de que la reescritura respondía a un objetivo de mayor inclusión, el sello británico Puffin Books comunicó en estos días que se habían hecho modificaciones para que sean «disfrutadas por todos». De esta manera, el Augustus Gloop de «Charlie y la fábrica de chocolate» es en la nueva versión «enorme» en lugar de gordo, mientras los Oompa Loompas son «personas pequeñas» en lugar de «hombres pequeños» y la palabra «feo» también desapareció. Algunas escenas también sufrieron cambios: por ejemplo Matilda ya no lee a Joseph Conrad sino a Jane Austen, y en «Las brujas» -donde esas mujeres aparecen como calvas- se incorpora un párrafo en el que se indica que hay «muchas otras razones» por las que las mujeres pueden usar pelucas y «no hay nada de malo en eso».

A partir del anuncio de las modificaciones, en las redes sociales se abrió un debate y se difundieron opiniones en contra de la decisión, mientras que la editorial que lo publica en español -Alfaguara- y la que hace lo mismo en francés -Gallimard- informaron que no se sumarán a los cambios de los textos.

Ante la avalancha de críticas que incluyó la de Salman Rushdie, quien consideró que se trataba de «una censura absurda», la editorial dio a conocer ayer un comunicado en el que señala que, además de las obras modificadas, también se publicarán las obras con la versión clásica que denominarán «The Roald Dahl Classic Collection», para mantener «impresos los textos clásicos» del autor.

«Hemos escuchado el debate a lo largo de la semana pasada, que ha reafirmado el extraordinario poder de los libros de Roald Dahl y las cuestiones muy reales en torno a cómo las historias de otra época pueden mantenerse relevantes para cada nueva generación», manifestó Francesca Dow, directora general de Penguin Random House Children’s, según el diario británico The Daily Telegraph.

Las obras de Dahl se han difundido en gran medida en escuelas, por eso Leibiker considera que «dan la posibilidad de la discusión para conversar, reírse y pensar juntos. Si le genera ruido a un lector, este puede pensar por qué el autor tomó esa decisión, por qué llama a las cosas de una determinada manera, y hasta puede enojarse con él, lo cual es válido, y decidir leerlo o no leerlo».

En cuanto a la finalidad de la editorial de generar conductas para evitar la discriminación, Leibiker considera que «de ninguna manera la lectura de un texto con imágenes de discriminación genera discriminación fuera de la literatura. Justamente lo que permite eso es una reflexión, es pensar por qué alguien no es querido, por qué a alguien no lo cuidan o le hacen bullying, son cuestiones que nos permiten pensar nuestra realidad pero para ponerla en discusión, no para imitarla».

Acerca de la concepción que Dahl tenía de la literatura, la editora recuerda que en «Cuentos en verso para niños perversos», el autor «reescribió cuentos tradicionales de una forma paródica, divertida, irónica, graciosa». Leibiker recuerda sobre esta reversión de textos clásicos que «en el primer párrafo de la Cenicienta dice: Sí, ya nos la sabemos de memoria dirán, sin embargo de esta historia tienen una versión falsificada, rosada, tonta, cursi, azucarada, que alguien con la cabeza un poco rancia consideró mejor para la infancia».

Además, la especialista considera que «estas actitudes no ayudan a modificar las posturas discriminatorias o sexistas, porque esos cambios se dan dentro de una cultura en un proceso de comprensión, transformación y concientización. Si nosotros borramos la huella de los que fuimos, del modo en que pensamos, del dolor que eso nos causó como sociedad, no podemos enseñarle a nadie nuevas miradas. Es como la memoria histórica de una sociedad».

Por su parte, buscando una reflexión a futuro, Franco evalúa que «quizá las obras de Dahl dejen de leerse en algún momento a causa de estas palabras, pero será porque los lectores dejen de elegirlas dentro del proceso de transformación de una cultura, y no porque alguien quiera corregirlas».

Para la escritora y editora Carola Martínez Arroyo, «las modificaciones de Puffin no son una cuestión episódica, sino sistémica, que tiene que ver con el avance de lo políticamente correcto sobre la literatura. Está respondiendo a una necesidad del mercado». Leibiker coincide en este aspecto al considerar que «fue una decisión comercial: pensaron que podían hacerlo porque tal vez hay docentes que no quieren leerle a los chicos esas palabras sobre los personajes y pensaron que era una manera de vender más».

Por otra parte, Martínez Arroyo explica que algunos de los cambios que se incorporaron a los textos tienen que ver con «el papel de la mujer, con esa exigencia de que todas tenemos que ser científicas y emprendedoras. Responde a la misma matriz de pensamiento de los libros que reescriben los cuentos tradicionales sin tener en cuenta el contexto de producción. Entonces no es un caso aislado, es hacia donde camina la sociedad. Eso es lo que más me impresiona».

Consultada sobre la tendencia de la «ultracorrección política» que se extiende a distintos ámbitos, la autora afirma que «los libros de Dahl no necesitan una opción superadora, el texto ya está escrito y un creador, una creadora debe ser respetado». «Entiendo que esta necesidad de la sociedad, de las escuelas, de los y las docentes de exigir este tipo de libros, responde a la idea de que las ‘cabezas’ de los niños y las niñas son como una especie de vasija que hay que llenar de buenas intenciones, primero de derecha con niños y niñas obedientes y ahora por izquierda con niños y niñas ecologistas, niñas empoderadas y etcétera», cuestiona Martínez Arroyo, coordinadora del Plan de Lectura de la Ciudad de Buenos Aires. «Hay que respetar a la infancia, respetarlos como seres humanos con plenos derechos que son capaces de entender que es la fantasía y que es la realidad. Es muy extraordinario que, salvando las distancias, sigamos con la idea de que la literatura puede «envenenar la cabeza» de los niños y niñas. La literatura es capaz de abrir, es capaz de transformarnos por su capacidad de abrir puertas. Es eso, una puerta, no un molde como piensan quienes con toda la buena voluntad piden que los textos literarios no dañen a los lectores actuales», sostiene.

Para Martín Azcurra, integrante de la editorial cooperativa Chirimbote, la «ultracorrección» política, «como todo purismo, es represiva», y si bien considera que «el mundo va cambiando y es necesario cambiar las miradas, sobre todo a la hora de hablarle a las infancias, hay que darle tiempo a esos cambios, no se dan de la noche a la mañana, y no se pueden dar a través de la censura u ocultando lo que somos -un mar de contradicciones-, sino de la problematización de las violencias que no vemos fácilmente».

Sobre los cambios operados sobre las obras, Azcurra sostiene que «los textos no pueden cambiarse, es un derecho de las y los autores; en todo caso se pueden problematizar en algún anexo del mismo libro, o hacerse una adaptación completa, como hizo Disney con todos los cuentos clásicos, siempre que figuren como tales. No es algo que se hace en textos para grandes, pero algunas personas creen que las infancias no tienen la capacidad de discernir el contexto histórico y los estereotipos del momento».

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