La nueva normalidad

Por Eduardo Ingaramo

La nueva normalidad

No hay nada mejor para hacer cambiar de opinión que una sólida esperanza. José Saramago

En las líneas finales de Ensayo sobre la ceguera” (1995), de José Saramago, cuando los aspestados empiezan a recuperar la vista, la mujer del médico le dice a su marido que el caso del viejo de la venda negra es serio porque la catarata de su único ojo se vio perjudicada a raíz del confinamiento. Se lo plantea porque teme que vuelva a quedar ciego, pero esta vez de una ceguera definitiva. Él la tranquiliza respondiéndole: «No, en cuanto la vida esté normalizada, cuando todo empiece a funcionar, lo opero, será cuestión de semanas», y con esta expectativa da por terminada la charla.

Lo que el lector espera de este corolario es que la normalización anunciada se dé en ese lapso de tiempo, y que lo vivido se esfume cual cruel pesadilla. Es la magia de la literatura, por otra parte: transformar en verosímiles los deseos y las posibilidades humanas. Sin embargo, ahora que enfrentamos una pandemia en carne y hueso, aprendimos que no es tan fácil hacer una aseveración de ese tipo y menos aún acotarla a un par de meses. Y lo que es peor, pensarla como la continuidad de lo conocido y no una nueva versión con otras características. El concepto de «nueva normalidad» que los sanitaristas y políticos han empezado a utilizar hace muy poco tiene que ver con eso precisamente, con un recomenzar que es radicalmente diferente del anterior.

Sabemos que a los médicos les encanta emplear un lenguaje solo para entendidos, en el que elaboran una particular interpretación de las palabras. Quien ha tenido un cáncer debe haber escuchado que los pocos o muchos días que le restan al paciente lo tornan un «sobreviviente» y no un «viviente» a secas, como era antes de la enfermedad. Tomando la posta y siguiéndoles el juego a los profesionales de la salud, podemos decir que será difícil en lo venidero reconocer como «normales» a aquellos que unos meses atrás podían ser rubricados de esa manera en la medida en que los «sobrevivientes» de la masacre tendrán en sus manos otros desafíos.

Más allá de estas elucubraciones terminológicas, lo que verdaderamente interesa es analizar lo que se viene y sobre todo, conocer de qué se trata y lo que vamos a hacer con ese par de preguntas que se nos abren. El libro de Byung-Chul Han, Por favor, cierra los ojos. A la búsqueda de otro tiempo diferente” (2016) puede ser un buen punto de partida en esta dirección. El autor comienza evocando la «conclusión» de la que da cuenta en estos términos: «se da una conclusión cuando el principio y el final de un proceso ofrecen una conexión con sentido, una unidad con sentido, cuando están enlazados entre sí», para luego detenerse en su componente existencial. Aplicada al curso de una vida, nos hace saber que ésta no se torna menos significativa porque le sobrevenga la muerte, sino que, al contrario, su llegada a la hora debida y no en forma inoportuna, contribuye a la cadencia de su desenlace.

En un contexto como el actual, en el que el Covid-19 hace de las suyas, el riesgo de engrosar los índices de mortalidad es bastante alto y conspira contra cualquier iniciativa que suponga un despliegue en el tiempo, de allí que la «conclusión» ceda espacio a la «interrupción» como alternativa, lo que no deja de ser preocupante porque nos deja a mitad de camino. Ahora bien, incluso con la soga al cuello amenazando con ahorcarnos de inmediato, el imperativo de abandonar la cuarentena por razones económicas y/o de servicio, en principio, y por cansancio, después, nos muestra cuan frágil es nuestra organización del mundo que no podemos preservarnos y asegurar el porvenir de manera simultánea.

Han explica este ritmo abrumador que nos impele a ir hacia adelante sin medir las consecuencias con el nombre de «velocidad» y señala que «tiene su causa en la incapacidad general de concluir y terminar». En su perspectiva, es «la falta de gravitación temporal la que provoca el desequilibrio de la vida» que se erige «a manera de un alud, se precipita hacia adelante porque no tiene ya ningún soporte». Estamos impelidos al ahora, a la urgencia, a la desesperación sin sopesar con clara consciencia lo que comprometemos en esa causa.

Nos afecte o no el virus de manera directa, lo que realmente nos conduce a la muerte no es la circunstancia puntual de caer en sus manos sino la imposibilidad de revisar el modo de vivir que hemos adoptado como irrefutable. Tal vez sea osado pensar al capitalismo como la verdadera peste que nos deja sin defensas, pero es lo que empieza a mostrarse día a día. Y tan prisioneros estamos de sus amarras que difícilmente podamos salvarnos con su anuencia por más creativos que intentemos parecer. Por este motivo, acusar al aislamiento en el que estamos inmersos de ser un problema y no el esbozo de una solución, tal vez el único posible, no pasa de ser un grave error de percepción que se hace más peligroso por no reconocerse a tiempo.

Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven.” (Saramago, 1995, p. 373).

Darnos cuenta de la verdadera importancia de lo que estamos viviendo nos pone en alerta respecto de las trazas de una «nueva normalidad» ya que las cosas no volverán a ser las de antes por más esfuerzo que hagamos. Tendremos que acostumbrarnos a ver nuestro día a día cobijado por la distancia social, los tapabocas y los separadores artificiales de plástico o vidrio que inhabilitan el contacto próximo. Más allá de esta estética de la protección, lo que hay a nuestra frente es una disyuntiva irresoluble. O asumimos la temporalidad en su densidad, concebida como duración y gravedad, o corremos enceguecidamente en busca de asir lo irrepetible y sucumbir.

La hora de la verdad llegará en algún momento, cuando podamos parar la maliciosa actuación de este virus que nos ha amordazado, de eso no hay dudas. En ese instante tendremos que llevar la imaginación al poder, como soñaban hacerlo los revolucionarios de la vieja data. Será el momento de empezar a ser normales en serio.

Fuentes consultadas
Han, B.-C. (2016 [2013]). Por favor, cierra los ojos. A la búsqueda de otro tiempo diferente. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. (2019 [2009]). El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. (P. Kuffer, Trad.) Buenos Aires: Herder.
Saramago, J. (1995). Ensaio sobre a cegueira. Lisboa: Caminho. Traducción al español de Alfaguara.

 

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