El cine francés perdió a una leyenda

El cine francés perdió a una leyenda

El pasado sábado falleció a los 79 años, en un hospital de París, la mítica actriz Anna Karina debido a un cáncer que arrastraba desde hace tiempo. La acompañaba su cuarto esposo, el director estadounidense Dennis Berry.

Su nombre completo era Hanne Karin Blarke Bayer y nació en Dinamarca en 1940. Cuando rondaba los 18 años conoció al director Jean-Luc Godard, con quien rodó siete películas y contrajo matrimonio en la década de los sesenta.

Karina, que personificaba la elegancia de los ‘60 con su rostro pálido y sus grandes ojos azules, fue una de las figuras más conocidas de la “Nouvelle Vague” francesa, esa revolución política y estética que cambió el rumbo del cine mundial e influyó en los directores americanos y europeos más interesantes del siglo XIX.

La actriz participó de 80 filmes a lo largo de su trayectoria y dejó plasmadas dos discografías como cantante. De las películas más destacadas de Karina se pueden mencionar “El soldadito” y “Una mujer es una mujer” de Jean-Luc Godard, “Last song” de Dennis Berry, “She’ll have to go” de Robert Asher, “Laughter in the dark” de Tony Richardson, “Le temps de mourir” de André Farwagi, entre muchas otras.

Karina también trabajó con George Cukor, Lucino Visconti, Rainer Werner Fassbinder, entre muchos otros. La actriz también se dedicó durante un tiempo a la música, interpretando temas junto a Serge Gainsbourg.

Además, escribió cuatro novelas como “Vivre en-semble” (1973), “Golden city” (1983), “On n’achète pas le soleil” (1988) y “Jusqu’au bout du hasard” (1998); e hizo frecuentes apariciones en televisión. En los últimos años de su vida abandonó la actuación, pero no la música y siguió publicando discos hasta 2018.

Desde hacía años, Karina hacía una vida tranquila, entre homenaje y homenaje en París, en Cannes, en Europa y los Estados Unidos. En los últimos años fue reduciendo su modesta vida social, con diarias salidas callejeras a los restaurantes de su barrio, donde era una personalidad querida y respetada. Hasta el finial de su vida, Anna siempre salía de su casa con su sombrero panamá, fiel a la imagen de su juventud gloriosa.

 

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