El extremismo islámico, más vivo que nunca a 10 años de la muerte de Osama Ben Laden

Por Francisco Alcácer

El extremismo islámico, más vivo que nunca a 10 años de la muerte de Osama Ben Laden

Una década después de que Estados Unidos matara a Osama Ben Laden y augurara «un mundo más seguro», el islamismo radical goza de buena salud, y Washington ha sido derrotado en Afganistán en la batalla más ambiciosa de la «guerra al terrorismo» que lanzó para atrapar al líder de Al Qaeda y acabar con el extremismo islámico.

Aun diezmada y con un nuevo liderazgo, Al Qaeda sigue inspirando y asesorando a grupos yihadistas de todo el mundo, mientras que sus colegas del Estado Islámico (EI), declarados «derrotados» en 2019, están resurgiendo en Irak y Siria y aumentando su presencia en Afganistán, Pakistán y África.

Y eso solo en lo que atañe al fundamentalismo de la rama sunnita de los musulmanes. Decenas de nuevas organizaciones armadas chiitas surgieron en años recientes en Medio Oriente y el norte de África, así como muchas otras sunnitas. Y ya no es solo la lucha contra Occidente el fin al que se disponen, sino también, y cada vez más, a la guerra soterrada que, a través de esos grupos, libran los máximos referentes estatales teocráticos de esas ramas del islam históricamente enfrentadas: la república chiita de Irán y la monarquía sunnita de Arabia Saudita.

La invasión estadounidense de Irak, la guerra entre el Gobierno de Siria e islamistas sunnitas y las revoluciones de la primavera árabe” extremaron una enemistad que ya tenía siglos cuando el presidente Barack Obama anunció, el 2 de mayo de 2011, que fuerzas especiales habían matado al saudita Ben Laden en Pakistán. Desde entonces, cientos de miles de personas han muerto en Siria, en la revuelta islamista contra Muhammar Kaddafi en Libia, o en la guerra de Yemen entre Arabia Saudita y rebeldes chiitas; así como en atentados del EI (o de Al Qaeda) en EEUU, Irak, Afganistán, Pakistán, India y países de Europa y África.

Decenas de millones de personas tuvieron que dejar sus casas en Siria, Irak, Yemen, Afganistán, Pakistán o Nigeria, y en 2015 más de un millón de refugiados de guerra se lanzó en barcazas al Mediterráneo para intentar llegar a Europa y huir del yihadismo. Luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001 cometidos por Al Qaeda en EEUU contra las Torres Gemelas y el Pentágono, Occidente gastó miles de millones de dólares para tratar de derrotar al islamismo radical; pero los yihadistas son hoy, de manera indisputable, muchos más que hace dos décadas. El presidente estadounidense Joe Biden no solo no podrá cantar victoria, sino que además deberá disimular lo que a todas luces es una derrota en la guerra lanzada para forzar a los talibán a entregarle a Ben Laden.

Tras la muerte de decenas de miles de afganos y de 2.442 soldados estadounidenses en 20 años de conflicto, la retirada sin gloria de EEUU y la Otan deja a los talibán en control de la mitad de Afganistán, y a Occidente tratando de convencerlos a ellos y al gobierno afgano de que firmen la paz, porque ninguno puede derrotar al otro.

Mientras tanto, Al Qaeda ha ido adaptándose a las nuevas realidades. Luego del asesinato de Ben Laden, su histórico lugarteniente egipcio Ayman al Zawahiri pasó a liderar la cúpula de la red, que se transformó más bien en una junta de asesores, que promueve su ideología y recluta y asiste a yihadistas sunnitas de todo el mundo. En 2014, uno de estos grupos inspirados en Al Qaeda, el EI, aprovechó el caos de la guerra en Siria y conquistó gran parte del país y del vecino Irak, proclamando un «califato» desde donde tramó decenas de atentados en Europa. Atacado por aire y tierra, el EI perdió sus territorios en Siria e Irak a fines de 2018, y su líder, Abu Bakr al Baghdadi, se inmoló con explosivos al verse acorralado en Siria el 27 de octubre de 2019. Pero en Irak y Siria se mantienen las condiciones que hacen prosperar al EI: falta de servicios básicos, desempleo, corrupción, caos de seguridad, tensiones sectarias que explotar, fronteras porosas, riqueza de recursos para expoliar.

En Siria, que el mes pasado cumplió 10 años en guerra, la situación sigue inestable, aunque el Gobierno, aliado con Rusia e Irán, haya recuperado la mayor parte del territorio.

La guerra siria exacerbó la rivalidad entre chiitas y sunnitas, que ya había agravado el derrocamiento por EEUU del gobierno sunnita iraquí de Saddam Hussein (y su reemplazo por uno chiita) en 2003, que alteró el equilibrio estratégico de la región.

El gobierno chiita sirio sumó a su bando al grupo chiita libanés Hezbollah, y a decenas de milicias chiitas sirias e iraquíes.   En el otro bando, EEUU terminó apoyando en Siria a rebeldes sunnitas, aliándose a la misma ideología que se suponía iba a eliminar su «guerra al terrorismo», y cerrando el círculo iniciado por la CIA y Arabia Saudita cuando financiaron a Ben Laden en 1980 para combatir a los soviéticos en Afganistán.

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