Cuando la necesidad tiene cara de hereje

Por Eduardo Ingaramo

Cuando la necesidad tiene cara de hereje

El dicho popular español con que titulamos esta columna viene de uno más antiguo, griego, en el que la palabra “lege” (ley) del original se cambió por hereje, que es aquel al que se le atribuye caminar al borde de la ley (o el orden religioso que llamamos doctrina), por lo que se permiten ciertas decisiones en situaciones límite.

Si hemos vivido una situación límite que afecta nuestra sobrevivencia, con seguridad hemos sentido, al menos, la duda, en otras la tentación, o quizás hemos tomado la decisión de cometer una herejía (o sea, aquello que los demás no esperan que hagamos, o está al borde o fuera de las normas).

Es claro que lo que entendemos por “necesidad” ha ido evolucionando, hasta hacerse un concepto más laxo y frecuente, que no afecta nuestra sobrevivencia. Sobre todo, a partir de asociar necesidad con deseo, que nuestra sociedad de consumo incentiva cada vez más.

Es que el individualismo creciente, aún de aquellos que reivindicamos lo colectivo y afirmamos “nadie se salva solo”, nos expone cotidianamente a la posibilidad de la herejía (o sea al borde de la ley, la moral religiosa, la ética profesional o simplemente las costumbres).

En este contexto social, los dirigentes políticos que se ofrecen para ser elegidos son observados más que nadie, y allí se revelan sus herejías en un mundo en el que casi cínicamente afirmamos que “nadie soporta un archivo”, pero a su vez los tildamos de “casta”, “son lo mismo”, “corruptos”, “poco confiables” y otras descalificaciones.

Así, la democracia representativa se desvaloriza, y de vez en cuando aparecen personajes (o sea, una caricatura de lo que verdaderamente son) que, por su falta de historia, o a pesar de ella, reúnen el “plus y la oportunidad” que mencionaba Platón como la razón de éxito.

De todas maneras, en estos días, a poco que se busque en archivos fácilmente accesibles que los sesgos de confirmación de las redes nos dificultan ver, nos resistimos a analizarlos y evaluarlos desde distintas ópticas e intereses. Si nos tomamos ese trabajo, o al menos escuchamos distintas fuentes de información, ninguno de ellos deja de mostrar sus contradicciones y herejías.

Si eso no fuera suficiente, en algunos casos las dejan ver sin tapujos, contradiciendo lo que sólo semanas antes afirmaban con vehemencia.

Si, por el contrario, encadenan una serie de éxitos, sus herejías comienzan a transformarse en virtudes que logran legitimarse como “normales”, “pragmáticas”, “profesionales”, “aceptables”, o simplemente “eficaces” para los militantes que se sienten parte de esos éxitos, mientras que sus opositores las consideran “inaceptables”, “inmorales”, “corruptas”, etc., sin que unos y otros tengan la misma vara para los suyos y los otros.

La democracia, como gobierno del pueblo, es una utopía en la que los procedimientos son centrales para acercarse a ella. Nuestro sistema político, configurado por múltiples partidos, frentes, alianzas electorales o adhesiones condicionadas, está en crisis desde 2001, aun cuando el sistema electoral existente nos ha permitido elegir a quienes pueden ser candidatos y quienes pueden aspirar a la presidencia de la Nación.

Debemos recordar siempre, en todo caso, que la principal herejía es la mentira, sobre todo aquella que dice todo lo contrario a lo que ha hecho; la segunda son las contradicciones y los cambios en lo que dijeron que iban a hacer; la tercera son las promesas de resultados que no se condicen con sus verdaderas posibilidades de lograrlos con herramientas constitucionalmente válidas.

Y así nos movemos, entre utopías y herejías.

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