De la mentira a la ficción

Reseña de David Voloj (Especial para HDC)

De la mentira a la ficción

Los doce cuentos de Qué beben los que no leen como yo, el último libro de Luis Mey (foto), se desarrollan entre contradicciones, mentiras, juegos triviales que amplifican dolores latentes, deseos frustrados y miedos. No se exploran universos etílicos, como podría sugerir el título, ni tampoco redunda en lo autorreferencial, por más que algunos personajes sean escritores y la literatura sea motivo de reflexión. Por eso, la pregunta retórica Qué beben los que no leen como yo funciona como duda absurda y existencial, que se hace presente en cada página para revelar el humor trágico que causa mirar de cerca los vínculos sociales.

“Levitación incompleta” es el primer cuento, el más extenso y el único en el que el realismo llega a los límites de lo excepcional. Comienza con Marcelo, un hombre derrotado por las circunstancias, un perdedor que, tras separarse y descubrir que no es el padre de quien creía que era su hijo, toma un ómnibus hacia el sur.

En medio de una ruta en pésimas condiciones, ocurre un accidente y su vida cambia. Entre despojos y cuerpos despedazados, Marcelo se da cuenta de que es casi el único sobreviviente. Y encuentra mucho dinero, casi cinco kilos de billetes verdes que, junto a lo que saca de las billeteras de los cadáveres, guarda en tres bolsos. “Hizo cuentas simples. Con uno, la casa; con otros dos, la libertad de por vida. El Dios del que había hablado la chica de los primeros asientos le había dado, por una vez, toda la gracia a él.”

Las descripciones de los pasajeros y de la tragedia, así como la insólita prosperidad del protagonista como crítico de cine en redes, le imprimen al texto aires de película. En este sentido, el cuento da varios giros narrativos, historia de amor incluida, en los que se mezclan distintos niveles de ficción.

Alusiones al mundo cinematográfico reaparecen en “La película norteña”. Allí, una pareja de porteños viaja por Jujuy y, al llegar a un pequeño pueblo cerca de Tilcara, conversan con Elvira, la dueña de un restaurante. Para entretenerse, deciden engañarla. Dicen que están ahí para ver las locaciones porque pronto se filmará una película con estrellas de Hollywood. Le dan algunos nombres, en secreto, y le piden discreción. Después se van, ajenos a las consecuencias de sus palabras en las personas del lugar.

La mentira como entretenimiento, cómplice o mezquino, opera en clave de efecto mariposa. Así, una burla tan intrascendente como irresponsable adquiere matices de crueldad, tiene efectos devastadores.

Algo similar ocurre en los cuentos que exploran las relaciones amorosas. En “Poesía de máquina de escribir”, por ejemplo, hay un juego de roles entre una escritora mayor y un joven escritor, que intentan ser amigos y, al mismo tiempo, madre e hijo. El simulacro está dotado de humor, más cuando se sugieren rasgos edípicos, pero también de tristeza cuando se sobrepasan ciertos límites. “Una camisa blanca”, a su vez, también tiene como protagonista a una pareja de escritores, que en este caso se complotan (deliberada o involuntariamente) en perjuicio de sus respectivas parejas.

Por las grietas que provoca el engaño en los vínculos sentimentales se filtran las posibilidades de la ficción. Algo así se plantea Maxi en “El paraguas del bazar”, después de improvisar frente a su pareja una anécdota que nunca ocurrió: “quería hacer un cuento con eso, pero (…) después querría una novela porque, por alguna razón, el cuento, salvo sagradas excepciones, se perdía”.

¿Las novelas tienen otra suerte? Desde la óptica de Maxi, no, también se pierden: “y las que no, insistió, se habla de ellas pero no se leen, o se leen por una especie de arqueología literaria.”

Cabe recordar que Luis Mey es un escritor prolífico, con más de doce novelas publicadas, y Qué beben los que no leen como yo es su primera incursión en el género breve. De allí que estas dudas en torno al cuento no pasen desapercibidas.

Más allá de la ironía pesimista en torno al valor de la literatura, que reaparece en otros fragmentos del libro, hay varios cuentos notables, que soportan diversas lecturas.

Uno es “El abandono real”, una historia que hace foco en el vínculo filial, en el choque permanente entre padre e hijo, en la manipulación. ¿Hasta qué momento hay que estar presente para el otro? ¿Existe un límite? ¿Cuál es? ¿Qué pasa cuando no se pueden cumplir los mandatos de padre o de hijo?

Otro es “La legitimación”, que parte de un hecho trivial, una cita de Tinder, para dar lugar a una reivindicación de la ficción, de la literatura, por sobre la insípida belleza de cualquier realidad:

“Esperaba no tener que hablar el tema de la verdad que los dos sabíamos de memoria” se dice el narrador, después de meses de charla virtual con una mujer que, según pudo descubrir, era en realidad un hombre. “…pero no podía evitar imaginar la conversación aclaratoria, cosa que me puso mucho más nervioso. Yo quería que no dijese nada, que simplemente apareciera en el café y siguiéramos charlando con la legitimación que nos habíamos regalado a través del tiempo invertido.”

Por último, es preciso destacar la desgarradora sutileza de “No podemos ponernos burocráticos”, el cuento que cierra el libro. Pero quizás sea mejor dejar que el lector lo descubra por sí mismo, sin más spoilers.

Salir de la versión móvil