¿De quién son los votos?

Por Marian Martínez Malagueño *

¿De quién son los votos?

Mi abuelo Carlos tenía un particular gusto por el día después, ese amanecer silencioso pasado ya el brillo del triunfo. El 31 de octubre de 1983, luego de una elección esperada por más de diez años, los diarios titularon: “Ha triunfado la democracia”. Los resultados de la contienda electoral eran inobjetables, y predecían un camino sinuoso luego de esa esperanza colectiva que nos había envuelto a todos.

40 años han pasado; la democracia, con sus incumplimientos y sus promesas, sigue siendo el destino de un pueblo que sufre pero la sostiene. Cuatro décadas transcurridas que nos encuentran ante otra elección: el 23 de octubre dos fueron los ganadores en la competencia por la presidencia: Sergio Massa que sorprendió con un primer puesto, a casi 20 puntos del caudal conquistado en las Paso, y Javier Milei, el favorito, el que coqueteaba con la idea de ganar en primera vuelta, quedó segundo, con el mismo porcentaje de votos que en las Paso y debilitado por la distorsión entre la expectativa especulativa y la realidad.

Ambos representando dos facciones divergentes: los muy enojados y los convencidos del statu quo. El gran desafío de cara al ballottage se concentra en cómo transformarlas en una mayoría.

Cada uno, confiado en la fidelización de su electorado, ha salido a buscar los votos que le faltan. Los únicos que han obtenido título propio son los perdedores de la primera vuelta: son la oposición electa para procurar los equilibrios de poder necesarios para el reaseguro de la República. Sin embargo, al borde del quiebre, se han sumido en un laberinto pasmoso, entre aquellos que se autoproclaman los “padres del cambio” y un radicalismo que no puede asegurar que sus votos sean transvasables a quienes desde la orgánica partidaria señalen.

Ganadores y perdedores juegan al gallito ciego asumiendo la propiedad de una voluntad que no les pertenece: la decisión del voto de cada argentino. ¿De quién son los votos?

Sumados los votos de Milei y Patricia Bullrich, expresan una mayoría que elige el cambio ante una dirigencia que no supo o no quiso interpretar esa voluntad. Milei propone el cambio hacia la derecha, fuera del peronismo, desde una rupturista manera de entender la política. Así, se lo escuchó repetir hasta el hartazgo las palabras “cambio” y “juntos” en su discurso luego de conocerse los cómputos de votos. Massa, por su parte, también se presenta como un cambio, aún cuando discursivamente suena ilógico por ser hoy quién concentra todo el poder de gobierno.

Massa promete un cambio más por lo que calla que por lo que dice. Su origen ucedeista, sus alianzas “catch all” (para tomarlo todo) y hasta por la descripción de Cristina Kirchner (en audios conocidos estos días, se la escucha decirle a Oscar Parrilli que Sergio Massa es el verdadero hombre del círculo rojo).

Massa calla y es su vocación de poder la que lo describe. Sin embargo, por ahora todo el poder ha quedado distribuido como siempre estuvo: Cristina en Provincia de Buenos Aires y Macri en capital.

Lejos de lo presumible en relación al comportamiento de un voto más emocional en la primera vuelta, primó cierta racionalidad a la hora de elegir una opción más institucional, previsible y de menor conflictividad para gestionar el país. Sería el resultante de sumar los votos de Masa, Bullrich y hasta los del propio Schiaretti. Esta postura discute cierta miopía, en ver en Massa sólo al ministro de Economía con mayor índice de inflación. Massa queda primero sacando el menor caudal de votos del peronismo en primera vuelta, su triunfo es un voto reactivo a lo incierto y espasmódico: un elector que no quiere incendiar la casa para remodelarla. Y también un voto territorial, un llamamiento a responder desde los gobiernos de las provincias del Norte del país (y ciertos sectores de provincia de Buenos Aires) ante el poder del aparato estatal.

Milei no aumentó los votos de las Paso; la composición de su voto no fue consolidado, hubo corrimientos. La bronca no le alcanzó.

La campaña de la simulación

Ante la imposibilidad de conferirse propiedad sobre los votos, se ha instaurado una campaña electoral cuyo propósito es convencer en que nadie es quién es, o bien demostrar ser otro.

Milei, de asumir su locura como virtud pasó hacia una posición más moderada. Entre mimos y ansiolíticos, busca atenuar lo mismo que lo hizo estar en el zenit, hundiéndose ahora en el lodo de “la casta”.

Massa abreva en la idea de que él puede ser un administrador de desgracias. Bombero de su propio incendio, induce a la ilusión de que lo peor ya pasó, o que él lo puede frenar.

Bajo cuerda se pasan ofertas y contraofertas de “casta”, que transan desde acuerdos en los legislativos nacionales y/o provinciales, hasta conformaciones de gabinetes a cambio de traccionar votos de sectores políticos y partidarios que están fuera de la contienda del ballottage.

¿Alcanzará? Sí, el citado (y emulado) Raúl Ricardo Alfonsín recitaba el preámbulo de la Constitución, pero antes del rezo laico partía de la necesidad de interpelar el rumbo, decía: “si alguien les pregunta ¿hacia dónde marchan? ¿por qué luchan…?” Será reflexión obligada de cada votante ante el único ritual sagrado de la democracia: la decisión del pueblo soberano.

Es tiempo de cuestionamientos fuertes y respuestas abiertas: a 40 años del restablecimiento del sistema democrático, debemos retomar las preguntas.

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