¿Es bueno o malo que la humanidad crezca o decrezca?

Por Eduardo Ingaramo

¿Es bueno o malo que la humanidad crezca o decrezca?

Hasta hace pocos años la humanidad crecía, pero en los últimos algunas cosas han cambiado rotundamente. La mayoría de los países más desarrollados decrecen mientras que los más pobres crecen. Así, la fuerza laboral de los más desarrollados disminuye, mientras que los trabajadores jubilados, aumenta. Mientras los menos desarrollados, crecen.

La llamada tasa de fertilidad, o sea la cantidad de nacimientos necesarios para mantener la población es de 2,1 hijos por madre. Con pequeñas diferencias entre las diversas estadísticas, se identifican 100 países por sobre esa cifra, la mayoría de África subsahariana, todos son de ingresos bajos o muy bajos y por supuesto menos esperanza de vida.

Entre los lugares que menos tasa de fertilidad tienen, se destacan enclaves como Macao, Hong Kong, Singapur y Taiwán, además de Corea del Sur, España e Italia, casi todos los cuales procuran compensarlo con inmigración legal o ilegal pero casi siempre precarizada, que persiguen y desprecian.

En los años 60 se registraban en el mundo 5,3 hijos por madre, en 2024 2,2 hijos, muy cerca de la tasa de reemplazo que estabilizaría la población.

En América del Sur la caída fue estrepitosa y registra 1,5 en Chile y Uruguay, 1,6 en Brasil, 1,7 en Colombia, 1,9 en Argentina, 2 en Ecuador, 2,1 en Venezuela, Perú y Bolivia, y 2,4 en Paraguay. Casi todos por debajo de la tasa de fertilidad recomendada.

Las razones más importantes son fáciles de probar con datos e imaginar sus causas. Mayor participación de mujeres en el trabajo remunerado y mejores métodos anticonceptivos o de contra concepción que permiten una mejor planificación familiar, una maternidad más tardía y limitada, frenada por la disminución de ingresos laborales y aumento de costos para dar a un hijo lo que se supone requiere para su desarrollo.

Hasta aquí los hechos. La pregunta que cabe es ¿Es bueno o malo que la población no crezca más o se estabilice? Todo depende de cómo se adapten las sociedades a esas nuevas circunstancias.

Es bueno haber descartado la bomba demográfica del siglo XX, que era insostenible ambientalmente. Es malo porque con la extensión de la esperanza de vida los sistemas jubilatorios y de salud son difíciles de sostener sin recursos adicionales.

Es buena si con la introducción de la tecnología se aumenta la productividad y los trabajadores más capacitados y sus empleadores pueden aportar más a los sistemas de seguridad social. Es mala si eso no ocurre y solo queda disminuir la calidad de vida de los trabajadores jubilados y comprometer la educación de los más jóvenes.

De allí, que el G20 y la ONU/UNESCO, las entidades supranacionales hasta ahora menos influidas por el capital financiero concentrado pero con poco poder real, estén impulsando medidas de mayor recaudación (fiscalidad), que eviten la evasión y elusión tributaria de esas empresas que no por casualidad se localizan en guaridas fiscales o de baja tributación, no tributando donde obtienen sus ganancias.

Entonces, aun en caso de decrecimiento, es siempre malo disminuir los aportes a la seguridad social –salud y jubilaciones- ya sea por precarización laboral de trabajadores sin aportes, o por menores aportes de los empleadores que se apropian totalmente de la plusvalía tecnológica.

En un mundo que demanda muchos menos trabajadores no calificados y más algunos trabajadores más calificados, la adaptación debe incluir la mejora y prolongación de la etapa educativa que los califique y aumenten sus ingresos tanto en la etapa activa como pasiva.

En los países más desarrollados y con mayor calidad de vida, por ejemplo los nórdicos, que tienen tasas de fecundidad bajas o muy bajas el plan es claro, inmigración controlada y en lo posible calificada, mayor recaudación y cobertura social en jubilaciones, salud, educación y en algunos casos vivienda.

Por eso es tan contradictorio y terrible en nuestro país, que se reduzcan los aportes –personales, de empleadores y el Estado- que financian el sistema previsional, el sistema de salud pública y la educación, produciendo una eutanasia colectiva de los mayores y un futuro sin esperanzas de los más jóvenes sin suficiente capacitación.

No es casual entonces que las mayores manifestaciones callejeras y las medidas con mayor desaprobación popular generalizada sean sobre la educación universitaria, los haberes jubilatorios, medicamentos gratuitos y los prestadores públicos de salud.

Las actitudes presidenciales respecto de estos temas, que algunos atribuyen a cuestiones personales, pueden permitir intuir las causas de esas decisiones. Más extraño aún es que quienes lo acompañan en ellas con su voto desde los bloques opositores en el Congreso contradigan no solo su historia personal y partidaria, sino sus propios discursos previos al voto que convalidó leyes contrarias y vetos presidenciales a leyes que las promovían.

Parafraseando al cantor popular, la verdad demográfica del crecimiento o decrecimiento de la población no es ni buena ni mala, el problema es que no tenga el remedio que necesita.

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