La ciudad de la furia desatada

Por Maximiliano Suarez

La ciudad de la furia desatada

Según noticias publicadas en la prensa cordobesa, en diciembre del 2023 una pelea de adolescentes fuera de una escuela llevó a que el padre de uno de los jóvenes perdiera la vida en su vivienda, a causa de un disparo al enfrentarse a otra familia. Este impactante hecho me lleva a reflexionar brevemente sobre las consecuencias que dejan la ira y la violencia en los menores cuando no se las miden en profundidad.

Miguel Koleff escribió hace un tiempo que uno convoca «la fuerza heurística de la ficción para demostrar cómo lo que sucede a diario no está escindido de las condiciones productivas que rigen la práctica literaria». La narrativa del escritor brasileño Rubén Fonseca, por ejemplo, deja ver que esa violencia intolerable que ocurre en lo cotidiano no pertenece sólo a su país, sino que lo podemos extrapolar a nuestros contextos particulares. Su libro de cuentos “Pequeñas criaturas”, del 2002, nos sumerge en un mundo oscuro e inquietante, donde cada historia tiene como telón de fondo una violencia humana, cruda e implacable que muestra la realidad que vivimos, haciéndonos afrontar nuestros miedos más profundos. Los cuentos de este libro, al igual que muchas de sus otras obras, son hondas.

El relato “Madrina de batería” narra la historia de Zira: una joven brasileña que era reina de carnaval en la escuela de samba donde desfilaba. Ella lucía los trajes más hermosos y costosos que pudieran imaginarse. Todo marchó bien hasta que llegó a la escuela Daiana, para «exhibir el brillo de su desnudez» y ocupar el lugar destacado, según lo indicó Chico Profesor en la ficción. Esta noticia fue un golpe bajo para Zira poniéndola en estado de alerta. Ahogada y enceguecida por la frustración, resuelve tomar la decisión de cobrar “justicia por mano propia” sin pensar las consecuencias de sus actos. Martha Nussbaum, en este sentido, explica que «si bien la ira se dirige a una persona, su foco está en un acto, y cuando se desecha dicho acto de algún modo, se puede esperar que la ira desaparezca».

Volviendo a la ficción, Zira no puede imaginar qué consecuencias vendrán porque su foco está puesto en la destrucción de su adversaria: “Que sea lo que Dios quiera, pensó, acercándose a Daiana, quien sonrió y siguió bailando, feliz. Zira sacó de su blusa la navaja, y le dio dos cuchilladas profundas, una en el rostro y otra en el cuello. No oyó los gritos, ni sintió las manos que la cogían y la arrastraban, no sintió nada, apenas el gusto de la sangre que había empapado su boca.”

Como se observa, esa violencia que “se cree” justificada campea no sólo en las escuelas y barrios, sino que algo común -moneda corriente, dirían muchos- que sucede en varias partes del mundo. Según Didi-Huberman «es la humanidad entera la que está asediada, interrogada en su relación misma con la violencia inaudita que genera la universal ‘lucha de los lugares’».

Este problema trae consecuencias graves tanto para las personas involucradas como para la sociedad en general. Por eso es crucial reflexionar en las instituciones educativas sobre la importancia del diálogo respetuoso, la convivencia siempre pacífica, que son herramientas clave para disminuir y combatir la violencia.

Primero, hay que entender que la palabra, como instrumento político, y la escucha son la manera de resolver conflictos y construir otro tipo de vínculos y relaciones. Sin vecindad, nos explica el filósofo Byung Chul Han: «sin escucha no se configura ninguna comunidad. La comunidad es un conjunto de oyentes». Y agrega: «la escucha tiene una dimensión política. Es una acción, una participación activa en la existencia de otros, y también en sus sufrimientos. Es lo único que enlaza e intermedia entre hombres para que ellos configuren una comunidad».

Promover un espacio de conversación abierto y con respeto en las escuelas -articulando con la comunidad barrial- permite que se expresen los diferentes puntos de vista e ideas, evitando así que se acumulen tensiones y resentimientos que podrían terminar en hechos de violencia como los antes mencionados. Dialogar posibilita eso, conocer al otro, entender sus experiencias, necesidades y sufrimientos, y buscar soluciones en conjunto.

Además, impulsar el respeto mutuo es fundamental para reconocer y valorar la dignidad de cada persona, sus ideas y su identidad, ya que es la base para desarrollar empatía, comprensión y solidaridad. En un entorno escolar, esto significa cultivar un ambiente seguro y libre de discriminación, donde todos les estudiantes se sientan incluidos y respetados.

En este sentido, para volver a reconstruir el tejido social de una comunidad dañada, es necesario implementar diversas herramientas, desde las escuelas, para comprender y gestionar las emociones propias y ajenas de les estudiantes, fomentando la empatía y la resolución pacífica de los desacuerdos. Otra manera es pensar una formación específica no sólo para estudiantes y docentes, sino también para familias donde se proporcionen técnicas para enfrentar y solucionar disputas de manera constructiva, apostando por la cooperación, creando instancias de escucha y de diálogo para imaginar otra forma de vivir en sociedad.

Salir de la versión móvil