La sangre tiene valor, no precio

Por Diego Fonti

La sangre tiene valor, no precio

En mis clases de bioética suelo invitar a quienes cursan a hacer un juego: divido al curso en dos grupos, “K” y “U”, y explico las reglas: el grupo “K” debe argumentar siguiendo las ideas del gran filósofo Immanuel Kant, y el grupo “U” debe defender otra influyente corriente filosófica, el utilitarismo. Después de exponer las ideas de ambas filosofías, jugamos. Les propongo que resuelvan algunas situaciones dilemáticas con las lógicas de “K” y “U”. No se trata de dar ideas personales, sino de argumentar razonando como lo harían los pensadores que orientan cada equipo.

Desde hace años propongo casos diversos para el juego. Pero hay uno que se ha venido repitiendo, quizás premonitoriamente: ¿qué dirían “K” y “U” ante un legislador que proponga una ley autorizando la venta de órganos?

Como suele sucederle a la ciencia ficción, a veces la realidad se pone a tiro de los experimentos mentales de la filosofía. Por eso no es mala idea que la filosofía haga su trabajo y piense su época con conceptos y en clave de qué sería legítimo en casos así.

Sangre

Pero, antes de la argumentación, una experiencia.

Posiblemente por haber visto a mi papá donar sangre tantas veces, fue para mí algo obvio seguir su ejemplo. “Obvio” en el sentido de lo esperable, porque así como mi sangre sirve a alguien que la necesita, también podría ser alguien de mi familia o yo quienes necesitemos de lo que otra persona dio. También “obvio” en el sentido de racional, porque sería imposible cualquier intervención sanitaria que requiera de ese recurso si no dispone del mismo. Y “obvio” en el sentido de que sería irracional pensar por fuera de este entramado de solidaridad.

Pero la fuerza de las creencias y de las ideologías es que pueden considerar algo como obvio… o convertirlo en totalmente inadmisible. Afectan nuestros juicios más básicos sobre el sentido de la sociedad y los vínculos humanos. Esto sucede cuando el cuerpo humano –como tantas otras cosas– se vuelve mercancía.

K y U

Kant escribe que cada ser humano es un fin en sí mismo, no sólo un medio para que otros se sirvan de él. Es un fin en sí mismo, porque tiene un ejercicio de la libertad que se llama autonomía: sólo la persona puede decidir los fines de su vida, y nadie puede someterlo a fines de otros. Por eso postula que todavía no es libre una sociedad donde no todas las personas son libres. No es libre una sociedad donde alguien no pueda ejercitar su autonomía debido a que las condiciones sociales –económicas, políticas, culturales– lo fuerzan a decisiones que, si las circunstancias fueran otras, jamás tomaría.

También por eso dice Kant que cada ser humano tiene una dignidad que lo hace único. La característica de cualquier mercancía es que se puede sustituir por una cantidad de dinero, es decir, tiene precio. En cambio, no hay equivalente para el ser humano y lo que lo constituye en su persona, comenzando por su cuerpo. Por eso tiene valor, no precio.

Ese valor, junto con la capacidad de definir los propios fines, configura la dignidad del ser humano.

A estos principios de Kant los podríamos acompañar con el razonamiento según consecuencias de “U”. ¿Quiénes se beneficiarían y quiénes se perjudicarían con la venta de órganos? Presumiblemente los beneficiados de siempre y los perjudicados de siempre: quienes puedan pagar y quienes no tengan más alternativa que ofrecer su cuerpo.

Porque nadie en condiciones económicas razonables vendería un órgano (quizás lo donaría, pero así rompería la lógica de la mercancía). Y quien lo vendiera, rápidamente necesitaría del apoyo económico estatal (o sea, de los impuestos de la sociedad) para atender en el futuro su salud, ya que sería impensable que una obra social lo tome en esa condición.

La lógica del don

Seguramente los amantes del “mercado” dirán que la venta permitiría más “stock”; y que para quienes no pudieran pagar quedaría recurrir a la donación caritativa. Justamente, los que no esperan la cena de la caridad del carnicero apelan a la caridad cuando el sistema no les funciona.

Pero, más allá de principios y consecuencias, hay algo de fondo: la creencia respecto de lo que nos ha sido dado y las responsabilidades que nos competen en la lógica de ese don. La existencia misma y sus vínculos con otras existencias.

Hay algo particularmente perverso en una época donde el mercado abarca todo. No sólo que la posesión de objetos vendibles pierde toda conciencia del límite; no sólo que las cosas más preciadas e irrecuperables empiezan a tener precio: también hay una lucha de todos contra todos, en la versión del darwinismo social que se expande.

¿Qué haríamos si todos nos volvemos mercaderes de nosotros mismos?

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