Milei: preguntas y respuestas urgentes sobre la derecha radical

Por Marcelo Nazareno

Milei: preguntas y respuestas urgentes sobre la derecha radical

Uno

¿Es una amenaza a la democracia? Sí, y muy seria. Esta amenaza tiene tres dimensiones. En la dimensión institucional, hay un profundo menosprecio (por ahora retórico) respecto de los procedimientos y los contenidos institucionales. Javier Milei habla de plebiscitar aquellas de sus iniciativas que no sean aprobadas en el Congreso, incluso aquellas no plebiscitables, como las cuestiones penales y que ya tienen sanción legal (por ejemplo, la interrupción voluntaria del embarazo).

Habla también del concepto “perverso” de justicia social, cuando es un término que está incorporado en nuestra Constitución como un objetivo de la acción del Estado. En la dimensión pluralista, su retórica es de menosprecio e incluso de odio respecto a otros sectores sociopolíticos y actores partidarios (feminismos, peronismo, incluso políticos liberales como Horacio Rodríguez Larreta). Para Milei, todos/as los/as políticos/as, salvo quienes están en su espacio y uno que otro a quienes reivindica, son “malditos” y “delincuentes”, integrantes de una “casta” respecto de la cual no ahorra calificativos denigrantes e incluso soeces.

Finalmente, en la dimensión de la ciudadanía, desaparece en su discurso el componente social y el colectivo que las democracias liberales adosaron durante el siglo XX a los derechos civiles y políticos individuales. Para Milei, único mecanismo regulador válido de la vida social es el mercado (sea para defenderse de agresiones, para conseguir sustento o para distribuir órganos entre quienes lo precisen). Por definición, toda decisión colectiva que no coincida con este principio regulador es cuestionable e ilegítima.

Dos

¿Quiénes le votan? ¿Tienen también una orientación antidemocrática? Hoy parece incontrastable y verificado por innumerables análisis de la conducta electoral que el voto a Milei corta diferentes agrupamientos (de clase, regionales, etarios, etcétera.)

En términos socioeconómicos, no es un voto reducido a las clases medio-altas y altas. Vastos sectores populares, aún los más relegados, votaron en una proporción muy importante al candidato libertario. Sin embargo, lo que los estudios muestran es que muchas personas que votan o adhieren a Milei no concuerdan con sus ideas, en particular las extremadamente mercantilistas (libre venta de órganos y de armas), antifeministas y privatizadoras a ultranza; tampoco lo hacen con su menosprecio por los mecanismos institucionales de la democracia.

En líneas generales, se trata de un voto parcialmente neoliberal en términos económicos, pero no (aún) radical de derecha en términos sociales y políticos.

Tres

¿Por qué lo votan quienes lo votan?

Además del voto ideológico, que corresponde a un porcentaje minoritario de quienes votaron por Milei, una proporción importante se explica por el hartazgo de gran cantidad de ciudadanos/as, que desde hace casi una década ven un deterioro continuo de sus ingresos, de la caída en calidad y disponibilidad de servicios públicos básicos, de crecimiento de la desigualdad, de crecimiento continuo y cada vez más acelerado de la inflación y, lo que es quizá determinante, de falta de propuestas concretas y creíbles de los dos grandes frentes políticos que dominaron la política electoral desde hace al menos 15 años.

Se trata de una gran cantidad de votos “reactivos” orientados hacia un “outsider”, a quien no puede responsabilizarse de los fracasos recientes, que tiene un innegable carisma y elabora un discurso muy claro, con propuestas precisas y concretas.

Este discurso suena novedoso y esperanzador, al menos en materia económica. El razonamiento de una parte de los votantes parece ser simple, pero incuestionable en términos lógicos: “si los que están fracasaron y no parece que vayan a cambiar, probemos algo nuevo”.

Incluso parece haber otro razonamiento con un fuerte contenido emocional: “nos están dejando sin nada, estamos cada vez peor; pues bien voto alguien que los detesta… y así tal vez se decidan a cambiar”.

Cuatro

¿Qué hacer?

Hoy es ampliamente reconocido que las democracias liberales atraviesan una crisis de gran envergadura a nivel global y que las derechas radicales son, en buena medida, un efecto antes que una causa de esta situación de crisis. La defensa de un piso mínimo democrático es, frente a estas amenazas radicales, una prioridad. Sin embargo, esta defensa no puede minimizar el contenido sustantivo de las demandas y las identidades que se expresan votando a las derechas radicales.

Las crisis de las democracias tienen un contenido real en los procesos de exclusión (económica, simbólica y política) de amplias mayorías, parte de las cuales buscan una salida en propuestas que prometen un cambio real, por antidemocrático que sea, del statu quo.

Despreciar, desconsiderar o ridiculizar estas identidades y demandas no hará otra que contribuir a la consolidación y expansión de una derecha radical “anclada” profundamente en las subjetividades políticas. Una defensa de la democracia planteada en estos términos es, en el pleno sentido del término, conservadora y, como tal, destinada al fracaso.

Una defensa real de la democracia, una praxis auténticamente democrática, debe contender con la derecha radical a través de la promoción de cambios sustantivos que apunten a una expansión de sus alcances y horizontes.

Quizá, más que nunca, sea cierto lo que hace ya décadas sostuviera Norberto Bobbio: defender la democracia es atender, en acto y en palabra, sus “promesas incumplidas”.

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