Mucho se ha dicho y acusado sobre quien o quienes fueron los culpables de la difusión del virus SARS-CoV-2 que provocó la pandemia de Covid-19 y sus siete millones de víctimas fatales. De lo que no caben dudas es quienes son los responsables de la mayor pandemia global en estos días: la obesidad, con 46 millones de muertes anuales.
Se define obesidad como aquella en la que el Índice de masa corporal supera el valor de 30 unidades (IMC = peso (kg)/ [estatura (m)]2); y es sobrepeso si supera las 25 unidades.
Las enfermedades asociadas al sobrepeso y la obesidad son innumerables, se las encuentra con solo googlear “prevalencia de enfermedades crónicas”, y si las recorremos seguramente reconoceremos la mayoría de las que provocan muertes a nuestro alrededor, sabiendo que la encabezarán la hipertensión arterial –con 26% de la población adulta- y la diabetes –que supera los 460 millones en 2019, casi 100 millones de personas más que en 2011.
Sus causas, salvo en los pocos casos en que se producen por causas endócrinas, son la ingesta de grasas, azúcares y sal, que no por casualidad son los principales ingredientes que utilizan las industrias alimenticias en sus productos ultra procesados, que solemos llamar “comida chatarra”.
Los especialistas mundiales señalan que el azúcar, las grasas y la sal son más adictivas que el alcohol, el tabaco y las drogas ilegales, por lo que son utilizadas para generar adicción. DW (Deutsche Welle) dice: “El 40% de la humanidad padece obesidad o sobrepeso. En gran parte eso se debe a los alimentos procesados industriales. No obstante, hay consorcios alimentarios que siguen apostando por productos diseñados para crear adicción”.
El azúcar es una potente droga y puede generar dependencias severas. Los gigantes alimentarios lo saben. Por eso, emplean azúcar, grasas y potenciadores del sabor para seducir al consumidor y maximizar sus ganancias. La consecuencia: cada vez más personas en todo el mundo sufren obesidad o sobrepeso. Además, enfermedades como diabetes o dolencias cardiovasculares están ya a la orden del día. ¿Cómo se pueden cambiar o eliminar esas estrategias de la industria alimentaria?
En 1999, se reunieron las ocho mayores empresas de EEUU que controlan el comercio de alimentos, una de ellas (Kraft) planteó que “no podían ignorar que sus alimentos eran una buena parte de la obesidad en el país, lo único que no podemos hacer es no hacer nada”. Los resultados están a la vista. No hicieron nada.
En nuestro país, así como había sido antes en Chile, Colombia y México entre otros, el etiquetado frontal fue descalificado, judicializado, frenado políticamente por legisladores que representan las empresas, y dilatado en su aplicación por la Copal (Coordinadoras de Industrias productoras de Alimentos), que hoy lidera la UIA.
Pero esa es sólo una de las políticas públicas que informan, limitan la difusión en niños prohibiendo el uso de mascotas en sus envases, su comercialización en colegios o directamente aumentando los impuestos a esos productos que financien el sistema de salud pública sobre demandado por la pandemia de obesidad. Tal como ocurre en Reino Unido, Francia, Noruega, Finlandia, Irlanda y Portugal, entre otros países.
Lo más llamativo de todo esto es que las principales instituciones que establecen las normas internacionales de sostenibilidad (IFRS, GRI, ISO 26000), cuando se refieren ambiguamente a la “Responsabilidad sobre productos” -que incluye etiquetado y efectos sobre la salud y seguridad de los clientes- exigen muy poco, y es, sin duda, la sección menos desarrollada de todos los estándares vigentes. Basta decir que sólo se exige que se indique el “Porcentaje de las categorías de productos y servicios significativas para las que se evalúan los impactos en la salud y la seguridad con el fin de lograr mejoras”, y “La cantidad total de casos de incumplimiento de la normativa o códigos voluntarios relativos a los impactos de los productos y servicios en la salud y la seguridad en el periodo objeto del informe”.
Risible y vergonzoso, en especial en empresas alimenticias, para que se hagan responsables de la causa concurrente más importante de la muerte de jóvenes con Covid-19, la multiplicación de enfermedades en niños, y el aumento de la morbilidad en adultos, además de otras consecuencias sociales, psicológicas y psiquiátricas de la obesidad.
Ni hablar que varias de estas empresas, como Coca-Cola -la mayor vendedora de bebidas azucaradas y mayor responsable de la acumulación de plásticos de un solo uso en mares, ríos, lagos y en nuestros propios cuerpos- auspició, en Egipto, la COP 27, Conferencia entre las partes de la Convención Marco sobre el Cambio Climático (UNFCC, por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas. Mayor hipocresía no es posible.
Así planteadas las cosas, los ciudadanos sólo podemos informarnos, procurar no caer en las adicciones de la comida basura, ayudar a otros, y exigir a nuestros gobernantes que establezcan y apliquen políticas públicas de protección de la salud y del presupuesto sanitario que administran, como alguna vez hicimos con el tabaco, confrontando con los grupos de presión que deambulan por los pasillos legislativos y gubernamentales.