¿Dirigentes blindados o confiados?

¿Dirigentes blindados o confiados?

Insólitamente, muchos dirigentes se empecinan en plantear hoy diferentes escenarios en los que medirán fuerzas las principales agrupaciones políticas de la Argentina durante 2021.

El oficialismo propone un congreso partidario del justicialismo, que entronice como líder formal del viejo partido al doctor Alberto Fernández; paradoja para quien supo entretejer variadas relaciones, en las que siempre el peronismo fue un capítulo importante, pero no el único.

Tras sus múltiples recorridos por distintas expresiones, luego de romper con Cristina Kirchner, el actual Presidente había virado a estribor, procurando un puerto más conservador; como jefe de campañas massistas, cercano a los peronistas no kirchneristas y apuntalando la cuestionada candidatura de Florencio Randazzo a Senador por Buenos Aires, en las elecciones de medio término, en 2017.

La apertura a derroteros en los que el golpe de timón fue un recurso permanente (aconsejada por Nicolás Maquiavelo en sus escritos) fue capitalizada por el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner en 2019, cuando amigos comunes trasladaron a CFK la convicción de que una fórmula entre ambos facilitaría la alquimia.  

Posteriormente, Alberto se animó a ponerle un precio a su parte, al conceder en reportajes una base del 30% de los votos obtenidos en la PASO (en realidad una primera vuelta electoral) a la estructura cristinista, y señalar como de cosecha propia, el resto de las adhesiones.

Aunque, en paralelo gobernadores, intendentes de distritos grandes y legisladores con peso territorial hicieron sus apuestas. Adjudicándose también acciones en aquel triunfo categórico: probablemente coincidentes con las que Alberto Fernández (en particular, fuera del conurbano bonaerense) consideró suyas.

Y hoy el poder nacional, aún no terminado de ensamblar, parece no terminar de hacer pie. Los que gestionan siguen quejándose de la ausencia de rumbos; en carteras clave son recurrentes las quejas de secretarios o directores por las lábiles jefaturas de los ministros a cargo y por la atomización de los lobbies. Así, un funcionario promedio puede recibir, en un rato, tres o cuatro llamadas desde diferentes (y contradictorias) voces del Senado o Diputados (invocando el apellido ilustre y sin filtro alguno de su propia estructura jerárquica ministerial) exigiendo tal o cual movimiento de expedientes aquí y hora. Y recibir a la hora de aquellos, por los mismos temas, distintos reclamos desde movimientos sociales, gobernadores o sus representantes, y de poderosos jefes de gobierno local. ¿Y Olivos? Bien, gracias. Muchos ministros han visto licuarse el poco poder propio que sus menguadas competencias formalmente consagran, por la carencia de peso específico (o plan propio), el desconocimiento de la función y, lo más grave, la falta de predicamento sobre una burocracia administrativa desmantelada. 

Por todo ello, ¿le alcanzará a Alberto Fernández con presidir el Justicialismo? ¿Se trata de una medida que ayuda a recuperar la confianza en su Gobierno, o es otro ensayo de rosca superestructural de una dirigencia definitivamente desenganchada del pulso social? Sería más valioso, quizás, ver al Presidente retomar su actividad desde la Casa Rosada, encontrarlo enérgico para abordar temas de profunda gravedad, abriendo su despacho a voces que permitan abrir una porosidad suficiente entre la clase política, cada vez más encerrada, y la afligida comunidad nacional.  

En los pagos chicos

Por estas mediterraneidades hay preocupación sobre el rumbo de la política nacional; también por las exigencias que este ¿regreso? de Alberto Fernández al útero partidario puede representar a los diferentes actores locales. Los partidos argentinos son estructuras cada vez más atomizadas. Obligados actores de vida política, pues deben canalizar la competencia electoral, lejos están de orientar la opinión pública o de fungir como escuela de ciudadanía, como se imaginaba en la transición democrática y quedó plasmado en tantas constituciones provinciales, y aún en la nacional reformada en 1994. Pero todos andan en trance de concretar algunas renovaciones cosméticas vía zoom” que, en rigor de verdad, a la ciudadanía común no le importan (y quizá la ofenden).

En Córdoba, los pasos de Fernández son seguidos de cerca. Juan Schiaretti apoyará, según afirman sus voceros, esa reestructuración, que posiblemente influirá en la que finalmente tendrá lugar en la provincia, en algún momento de este año o en el arranque del próximo.

El hermetismo sobre el armado de listas futuras es total, pero se dice que el Presidente busca un consenso en la estructura partidaria nacional; en el organigrama provincial (en ambos casos encaminado); y una adhesión del peronismo provincial al Frente de Todos en las listas legislativas de 2021, con alguna concesión de lugares (quizá Alejandra Vigo y Natalia de la Sota, más alguna otra prenda común). Peronistas experimentados razonan que una razonable supervivencia del gobierno nacional a esa fecha tornaría de muy difícil ejercicio cualquier opción en contrario: para entonces le quedarán dos años de gobierno a Schiaretti, y poner en riesgo ese cierre de ciclo, política y financieramente hablando, no parece sensato.

Desde la oposición, sin perjuicio de las graves internas, el vínculo del Gobernador con Fernández otorga la chance de atacarlos conjuntamente. Exigiendo la presencia en el distrito de referentes nacionales altamente valorados en las encuestas locales (Macri, Larreta) puedan también direccionar candidaturas y discurso.

En suma, cabildeos de dirigencias que se presumen blindadas, dueñas del hacer y deshacer. Aunque quizá valga anticipar que la ciudadanía parece cada vez más remisa a tolerar -volvemos al infalible Maquiavelo- la disputa de victorias con armas ajenas (las que el florentino consideraba inviables). ¿Podrán advertirlo a tiempo esas dirigencias confiadas?

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