Lecciones de un raro “supermartes”

Lecciones de un raro “supermartes”

Los que saben aportan razones para explicar la persistencia del bipartidismo norteamericano: se dice que es muy difícil, por su mecánica, que facilite la emergencia de espacios minoritarios, agrupaciones o coaliciones de carácter regional; o que se produzcan escisiones en los dos partidos clásicos”. La política estadounidense, explican, no puede entenderse sin considerar la extensión del país, su base continental, y sus dominios exteriores. También, su diversidad geográfica y su pluralidad cultural, en una población que ya rebasa los 300 millones de habitantes. Estas características impactan en la organización institucional, con estados subnacionales y municipios estructurados de maneras muy diferentes: un grupo más cercano a la fisonomía burocrática británico-colonial, otro más influenciado por el perfil de las misiones religiosas que motivaban los asentamientos, alguno de neto carácter corporativo (por nacer sus primeros poblados de concesiones de territorios), y finalmente posiciones evolucionadas a partir de objetivos militares.

Los partidos norteamericanos, en ese contexto, están exigidos por importantes esfuerzos. Consolidar una estructura federal suficiente para acomodarse logísticamente a esos particularismos, y mantener estrategias comprensivas de las distintas expectativas de enormes y diferentes bases de votantes. Es por ello que tanto los Demócratas como los Republicanos, aún en su contienda electoral permanente, se han defendido a sí mismos como opción política excluyente de otras (una suerte de duopolio, en el que ambos poseen incluso poderosas alas internas dentro de cada estructura), y han tendido a adoptar posiciones más asociadas al centro ideológico; en muchos procesos electorales, las diferencias entre las plataformas han sido mínimas, concentradas sobre puntos sensibles, que luego las gestiones, puestas las iniciativas a transitar por andariveles institucionales, pasteurizaron suficientemente (y en donde suele percibirse que numerosos  dirigentes tienen más afinidad con sus pares” ideológicos conservadores o liberales de la agrupación rival, que con sus propios conmilitones).

Otro aspecto crucial para entender la permanencia de los viejos partidos norteamericanos es la manera de votar. La elección indirecta (por Colegio Electoral) y el sistema ganador toma todo”, que excluye a segundas o terceras minorías. Solo cuenta ganar, y cómo los candidatos han logrado motivar a la ciudadanía en cada uno de los distritos electorales, para alcanzar el triunfo entero”, aunque fuere por un puñado de votos.

La cantidad de electores que aporta cada Estado hace importante a cada uno, y ya no es tan determinante la cuantía distrital de población.

Donald Trump no fue la primera celebridad” que procuró capitalizar su popularidad ofreciéndose como candidato. Sí presenta algunas particularidades: por lanzarse directamente a la conquista de la Presidencia sin intentar pasos previos de menor envergadura (bancas en el Congreso, Gobernación de un Estado, vida diplomática, etc.), y por hacerlo desde una precandidatura dentro de un partido clásico, sin plataformas alternativas (como el empresario Ross Perot en 1992). Construyó su espacio con determinación y no sin generar magullones en el sistema, por su vehemencia (frente a rivales demócratas, cuadros de su partido, referentes sociales y líderes internacionales). Cierto es que su llegada (erróneamente leída como el capricho de un outsider) devolvió expectativas a sectores de diversa extracción que ya no se sentían suficientemente contenidos por un sistema desprovisto de liderazgos y proyectos motivadores.

El efecto delay

Cuatro años después, transcurrido un período histórico complejo para el mundo, y en su año de gobierno más difícil por el gravísimo impacto de la pandemia en la dinámica del país, Trump afrontó una nueva candidatura, con las mismas herramientas que le permitieron horadar el hermético sistema norteamericano. No le alcanzó, pero presentó dura batalla.

Un demorado conteo de votos lo define derrotado, a varios días del acto electoral. Y aquí probablemente estribe el talón de Aquiles de muchos regímenes políticos, incluido el norteamericano. La sociedad transita actualmente, en una velocidad de adquisición de la información que le impide tolerar el retraso.

Los principales esfuerzos de la organización, el mercadeo, la informática, se aplican para agilizar todos los procesos en los que participamos los seres humanos. Resolver las comunicaciones interpersonales, adquirir cualquier bien o servicio, se hace cada vez más rápido. Resulta indigesta, por la recurrencia a métodos analógicos”, la conclusión de tediosos escrutinios ejecutados en gran parte por acción puramente humana”.

Ese ruido es la brasa que permite a Trump atizar tensiones. Anticipó (seguramente el aporte de sofisticados sistemas de marketing político) que los votos por correo le darían problemas en algunos estados, y sigue sembrando dudas sobre la fiabilidad del escrutinio. Quizá el Partido Republicano no lo acompañe. Probablemente, los tribunales de justicia no consideren sus reclamos. Pero el caso norteamericano instala la necesidad de avanzar hacia sistemas de gestión electoral más confiables por ágiles. Si con tanta precisión pueden resolverse innumerables operaciones en tantos sensibles aspectos de la vida en relación, es insólito que no pueden establecerse mecanismos electorales que, con ayuda de la informática, permitan rápido ejercicio de opciones y seguros conteos.

La elección norteamericana pasará, y el próximo Presidente llevará adelante su programa, sin dramáticas transformaciones de agenda. Pero el año que viene será crucial en muchos países, especialmente en la región, con elecciones en Chile (presidenciales y constituyentes) y Argentina (legislativas, donde se empiezan a escuchar algunas voces alertando contra el doble trámite que representan las PASO). Dos lecciones pueden extraerse de este supermartes”: el riesgo que corren los oficialismos frente al electorado en tiempo de pandemia, y la necesidad de avanzar hacia opciones electorales renovadas, que incorporen tecnología fiable. Veremos cómo se comportan los actores. Esta ronda recién comienza.

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