Una danza vital en el año maldito

Vida urbana | Por Migue Magnasco

Una danza vital en el año maldito

Fue un rechazo del defensor, ni siquiera un pelotazo frontal. El lateral derecho de Boca, sencillamente, la revienta hacia adelante desde un poco más atrás de mitad de cancha. Se acaba el partido. Bilardo pide la hora desesperado. Diego, a los 35 años, sale corriendo a buscar esa pelota aprovechando la distracción del lateral izquierdo de Belgrano. No le queda cómoda, pica alto una vez, dos veces, fuera del vértice derecho del área grande contraria. Con la marca ya encima, Diego, en vez de bajarla, desde ese lugar imposible, ve al arquero adelantado y se la pica con la cara externa del botín izquierdo. Lo hace con tanta calidad que la pelota viaja hacia las alturas, dejando sin chances al uno, y cae ya adentro del arco. Diego empieza a llorar desde que ve las redes estremecerse.

No puedo conducir más rápido en el Gol modelo 2005 porque se rompe. Y no se tiene que romper. Voy a 110, parejito, todo el viaje. Escucho en la radio una historia de amor de gente común. Así se llama la sección: Historias de amor de gente común”. Y cumplen. Habla, digámoslo así, la gente. El caso es que una chica se conoce con un chico en un viaje al exterior. La chica se enamora; él más o menos. Bah, en realidad, no podemos saberlo. Corto afectivo”, le dice ella. Me da gracia el apodo. Días más tarde se lo comento a mi hermana mientras le sacamos el cuero a alguien; ese deporte universal, pero argentinísimo. La cosa sana: puro parloteo cómplice sin consecuencias prácticas. La chica sigue adelante, se pone de novia con otro. Aparece el del viaje. Todos a coro: obvio. Ella juega a dos puntas algunos meses. Viene a Córdoba a veranear, a Sierras Girls, y decide dejar al actual e irse con él de viaje. Se hacen recontra novios. Durante la cuarentena se mudan juntos y la pasan bien. Lindo final. Ya se separarán. Hasta tanto: comerán perdices. Al borde de la autopista Córdoba-Rio IV, asoman, en medio del pastizal amarillento y deslucido, unas florcitas rojas preciosas.

Es el primer gol que hace Diego desde su regreso -final- a Boca en el año 95. Ahora es 1996. Corre festejando para un lado, para el otro, aturdido de felicidad: ni Diego puede creer las cosas que hace Diego.

Mi sobrino Luca (4 años) me elige para jugar en su equipo, en el patio de la casa de mi hermano más grande. Tiro una canchereada y mi hermano hace lo que corresponde: me mete un guadañazo y caigo. Mi hermana deja el celular y grita ¡sanguchito al tío Migue!”, y todos en el patio, jugadores, espectadores, nadadores, asadores, tomadores de sol, se tiran encima del tío Migue. Incluso Luca, que es de mi equipo, queda al tope de la montaña humana riéndose a carcajadas.   

Cuando Diego logra escabullirse de los abrazos de sus compañeros, del equipo técnico, de los aguateros, de los alcanza pelotas; todos queremos abrazarlo, acaba de hacer ese golazo y sonríe tan contento Diego y lagrimea y mira al cielo. Cuando logra escabullirse de los abrazos, va trotando y se para debajo del palco de la Bombonera, donde están Claudia y las nenas.

El sol se retira sigilosamente mientras tomamos una cerveza con Euge en la terraza de un bar de Güemes. Es el día previo a salir de viaje. La miro y me parece que está tan hermosa como aquella Navidad de hace 10 años en la que nos dijimos que queríamos estar juntos. Fue en Río IV, que es por donde ahora surcan las ruedas del Gol modelo 2005.

Tres cuartos de hora antes de llegar a Villa Mercedes, provincia de San Luis, lo llamo a mi viejo. Qué haces, le digo. Nada, hijo, limpiando la casa nomás. Bueno, deja de boludear y comprate unas costeletas que llego en 40 minutos a tu casa. No, me estás jodiendo, me dice, y hace un silencio largo. No puede hablar. Yo tampoco. Sale a comprar las costeletas. Porque a vos en Córdoba se te llena el departamento de humo, acá podemos hacerlas tranquilos.

Diego levanta los dos brazos, con los dedos índices señalando a Claudia y a Dalma y a Gianina. Y llora de felicidad, y Claudia llora de felicidad, son cinco minutos de felicidad, la vida es eterna en cinco minutos, y se dicen te amo, y las nenas lloran, qué alegría Diego, y toda la Bombonera llora y canta, y yo lloro cuando le relato la escena a mi viejo, que llora mientras hace las costeletas, y yo quiero decirle que ojalá no se muera nunca, porque si ya es difícil la vida sin Diego, va a ser demasiado duro seguir viviendo sin el único superhéroe que me queda en esta tierra.

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Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, siempre Ma-ra-do-na, genio, genio… soy un genio, dice ahora Luca, luego de hacer un gol. No lo dice con soberbia, lo dice con certeza. Lo que se hereda no se roba. Me gustó que hayas jugado en mi equipo, tío Migue. A mí también me gustó jugar en tu equipo. Chau Luca. Chau viejo, que sea hasta pronto. Chau Diego, te amo, todos los días lloro en lugares impensados cuando te recuerdo. Life is life. 2020. Y estamos vivos.    

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