La chancha y los veinte

Por Pedro D. Allende

La chancha y los veinte

En la última semana pasó poco apercibido el pronunciamiento del Superior Tribunal de Justicia (STJ) provincial, respecto a las acciones iniciadas por la legisladora Patricia De Ferrari, del bloque Juntos por el Cambio, tras ser sancionada por el pleno de la Legislatura provincial a fines de octubre de 2020.

Recordemos que la sanción de seis meses le fue impuesta a la legisladora, tras publicar De Ferrari una serie de tweets encabezados por el siguiente: «Falta mucho para que aparezcan los falcon verdes para impartir la justicia a la medida ideológica de Grabois y compañía?”, tomando posición en un conflicto extraño a la Provincia de Córdoba, como la pelea entre sucesores de la familia Etchevere por unos campos radicados en Entre Ríos. Advertida por otro tuitero sobre el comentario, una segura Patricia de Ferrari contestó: «Puede ser. No mucho más desafortunado de lo que nos pasa a los argentinos que vemos desparecer el Estado de Derecho y las reglas que parecían ya parte de la cultura democrática aceptada por todos«.

La suspensión llegó rápido. Una primera intención de las autoridades de la Cámara fue consensuar con todas las bancadas una sanción moderada”, para no dejar pasar el incidente, que ya había impactado en la prensa nacional, y a la vez dando vuelta la página. Cordobesismo típico”, dirá el lector; pero aquella vez no salió la jugada.   Parecía sencillo: la Unión Cívica Radical, partido de origen de De Ferrari, se había apresurado a condenar las declaraciones, con las que nadie, claro, podría acordar, y finalmente los bloques opositores decidieron abroquelarse y defender la inmunidad de opinión”. Se dice que De Ferrari aseguró: No tienen agallas (quizá usó otro sustantivo) para sancionarme”. En tanto, al clausurar la negociación, un oficialista exclamó, fastidiado: estos caraduras quieren la chancha y los veinte, y por ciegos se quedarán sin nada”.

Fue y volvió reiteradamente el jefe de la bancada opositora de Juntos por el Cambio, Osvaldo Arduh, entre su despacho y el de los jerarcas legislativos, hasta que el peronismo bajó la persiana. La limitada visión de radicales y macristas no sólo tributó al retroceso en cuanto al compromiso sobre visiones de Estado” que están fuera de toda discusión, como la condena a la última Dictadura militar en cualquier plano, en especial las alegorías a los secuestros documentados de miles de argentinos, llevados a la fuerza en automóviles Ford Falcon especialmente diseñados para ese fin. Perjudicó esa actitud opositora, jurídicamente hablando, a las propias chances de la legisladora de ejercer, en la etapa oportuna, su legítimo derecho de defensa. La negativa a profundizar el análisis de la causa en la Comisión de Labor Parlamentaria, y los pobrísimos alegatos de la propia De Ferrari, como del grueso de sus defensores (que sólo hablaron para mostrar que no estaban de acuerdo con la iniciativa disciplinaria, confundiendo Estado, gobierno y oficialismo) fue el corolario final a tanto desatino.

Impugnada la sanción por De Ferrari -aunque sin conseguir patrocinante entre los próceres constitucionalistas con que cuenta la UCR-, la Cámara Contencioso Administrativa de 2da. nominación declaró su intento inadmisible. A fines de año, el TSJ se declaró competente en los recursos, pero rechazando un vehemente pedido de la legisladora sancionada, en el sentido de que su caso se resuelva ya” (o sea, durante la feria judicial). Otra falta de delicadeza.

Ahora, el TSJ fundamenta, en más de 70 páginas, las varias decisiones que adopta. La mayoría (todos los jueces, menos el doctor Rubio, que llega a la misma conclusión, pero con otros fundamentos), repasa detenidamente los argumentos expuestos por la legisladora De Ferrari, los contrasta con la opinión del Ministerio Público, y luego trabaja sobre si la sanción disciplinaria es una cuestión judiciable o un acto político ajeno a su órbita. Buscando en el arcón de sus propios fallos, llega a la conclusión de que tiene que avocarse, por estar en juego la interpretación de la propia Constitución. Pero advierte que, al hacerlo, deberá ir más allá de la mera disconformidad” o incluso de la insensatez”. Tendrá que hacer una comprobación técnica” contrastando lo actuado con la Ley Fundamental y las Convenciones Internacionales con jerarquía constitucional. Sienta así otra regla: para el futuro, estos casos llegarán a su examen directamente, en ejercicio de una competencia de origen.

Luego la sentencia se adentra en los sucesos de octubre. Examina la causal de indignidad, y juzga que toda la actuación se ajustó al reglamento: De Ferrari estuvo suficientemente informada de la imputación en su contra. Recorriendo la fundamentación, ponderando las oportunidades usadas lábilmente o dejadas de usar por De Ferrari y el resto de opositores, y analizando los aportes del sostenimiento de la postura oficialista, el STJ echa por tierra los argumentos esgrimidos por la legisladora: no hay conflicto con la libertad de opinión; no hay discriminación por género; y no debe soslayarse que la legisladora tiene una larga experiencia como para prescindir de medir el impacto público de sus expresiones.

Es saludable que los poderes constitucionales se controlen y actúen con arreglo a derecho. El oficialismo cordobesista mantuvo la moderación, en línea con el Panal, y primó sobre el albertista-delasotista, que pedía la expulsión de De Ferrari; el trabajo de legisladores y del equipo de asesores peronistas (varios con cátedras en la Universidad) construyeron el planteo validado por la Justicia. Y en la oposición se concretó otro fiasco.

Es probable que De Ferrari siga viendo en la sentencia una porfía en su contra, algún boga de alquiler” la alentará a seguir la batahola en la Corte Suprema, o por qué no en algún tribunal internacional. Mientras tanto, aquellos legisladores que utilizan el recinto como un gran teatro para mostrarse a sí mismos seguirán a pura tragicomedia, como un dickensiano Pickwick Club local, sin ideas pero defendiéndolas con ardor. Aunque, en tiempos de chanchas y veintes, Dickens puede llegar a ser un extravagante equipaje, innecesario para rutinas gobernadas por Twitter.

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