C. G. Jung: la espiritualidad como dimensión esencial del alma

Por Leonardo Boff

C. G. Jung: la espiritualidad como dimensión esencial del alma

Hoy existe una preocupación fundamental: rescatar la razón sensible o cordial (del corazón) para equilibrar el exceso desastroso de la razón instrumental-analítica.

Tenemos que armonizar el “logos” con el “pathos”, el “anima” con el “animus” si queremos resolver los problemas sociales y enfrentar la alarma ecológica.

La mente está incorporada siempre, por lo tanto, siempre impregnada de sensibilidad y no sólo cerebrizada. Jung vivía esta conexión profunda.

En sus “Memorias” dice: “hay tantas cosas que me llenan: las plantas, los animales, las nubes, el día, la noche y el eterno presente en los hombres. Cuanto más inseguro me siento sobre mí mismo, más crece en mí el sentimiento de mi parentesco con todo” (p. 361).

En este contexto afirma: “es importante proyectarnos en las cosas que nos rodean. Mi yo no está confinado a mi cuerpo. Se extiende a todas las cosas que hice y a todas las cosas a mi alrededor. Sin esas cosas, yo no sería el mismo, no sería un ser humano, sería tan sólo un simio humano, un primate. Todo lo que me rodea es parte de mí… Estoy profundamente comprometido con la idea de que la existencia humana debe estar enraizada en la Tierra” (pp. 189; 190).

Para Jung, todas las cosas son más que cosas. Nos penetran en forma de símbolos y arquetipos, cargados de emociones, y van componiendo la constelación de nuestro yo profundo.

Viene al caso recordar esta confesión de C. G. Jung: “mi vida es la historia de la autorrealización del inconsciente”. No dice de “mi inconsciente”, sino del inconsciente colectivo que posee dimensiones humanas, cósmicas, animales y vegetales.

La culminación del proceso de individuación reside en la integración del todo del cual nos sentimos parte y parcela.

Pocos estudiosos del alma humana han dado más importancia a la espiritualidad que Jung. Veía en la espiritualidad una exigencia arquetípica fundamental de la naturaleza humana en la escalada rumbo a su completa individuación. La “imago Dei”, o el arquetipo “Dios”, ocupa el centro del “self”: aquella energía poderosa, en lo más profundo de nuestra psique, que atrae todos los arquetipos y los ordena a su alrededor como el sol hace con los planetas (cf. el libro clásico de R. Hostie, “C. G. Jung und die Religion”, Karl Alber, Freiburg/München 1957).

Sin la integración de este arquetipo axial, el ser humano queda manco y con una incompletitud abismal. Por eso escribe: “Entre todos mis pacientes en la segunda mitad de la vida, es decir, con más de 35 años, no hubo uno solo cuyo problema más profundo no fuera la cuestión de su actitud religiosa. Todos, en última instancia, estaban enfermos por haber perdido aquello que una religión viva ha dado siempre, en todos los tiempos, a sus seguidores. Y ninguno se curó realmente sin recobrar la actitud religiosa que le era propia. Esto, está claro, no depende en modo alguno de la adhesión a un credo particular, ni de hacerse miembro de una iglesia, sino de la necesidad de integrar su dimensión espiritual”.

La función principal de la religión o de la espiritualidad es religarnos a todas las cosas y a la Fuente de donde promana todo ser, Dios. Ese es el propósito básico del “Mysterium Conjunctionis” que Jung consideraba su “opus magnum”. Pues en él se trata de realizar la “conjuntio”, es decir, la conjunción del hombre integral con el “mundus unus”, el mundo unificado, el mundo del primer día de la creación, cuando todo era uno y no había aún ninguna división ni diferenciación. Era la situación plenamente urobórica del ser. Esa fusión es el anhelo más secreto y radical del ser humano y el permanente llamado del “self”.

El drama del hombre actual es haber perdido la espiritualidad y su capacidad de vivir un sentimiento de pertenencia.

Lo que se opone a la religión o a la espiritualidad no es el ateísmo o la negación de la divinidad. Lo que se opone es la incapacidad de ligarse y religarse con todas las cosas. Hoy las personas están desenraizadas, desconectadas de la Tierra, del “anima”, y por eso sin espiritualidad.

Para Jung, el gran problema hoy es de naturaleza psicológica. No de la psicología entendida como disciplina, o sólo una dimensión de la psique, sino de la psicología en el sentido abarcador que le daba, como la totalidad de la vida y del universo en cuanto percibidos y articulados con el ser humano, sea por el consciente sea por el inconsciente personal y colectivo.

Y en este sentido escribe: “Es mi convicción más profunda que, a partir de ahora hasta un futuro indeterminado, el verdadero problema es de orden psicológico. El alma es padre y madre de todas las dificultades no resueltas que lanzamos en dirección al cielo” (Cartas, III, p. 243).

Siempre tuvo preocupación por el futuro de la humanidad. Previó, en sus visiones, a partir del inconsciente colectivo, la primera y la segunda Guerra Mundial. Ocurrieron como lo previó.

Me gustaría saber qué visiones tendría Jung sobre la alarma ecológica actual. Nos dejó una pista: una semana antes de su muerte, el 6 de junio de 1961, tuvo una terrible visión que reveló a Marie-Louise von Franz, que lo acompañó hasta el final: “gran parte del mundo sería destruído”. Pero añadió: “Gracias a Dios, no todo”. (“Jung vida e obra: uma memória biográfica”, por Barbara Hannah, Vozes, 2022, p. 478). Es lo que grandes analistas prevén en el caso de que no cambiemos el rumbo de nuestra cultura anti-vida, consumista y materialista.

El hecho es que la Tierra está enferma porque nosotros estamos enfermos. El Covid-19 lo mostró bien. En la medida en que nos transformamos, transformamos también la Tierra. Jung buscó esta transformación hasta su muerte. Es el único camino que nos puede librar de su visión terrible de destrucción de gran parte de nuestro mundo.

C. G. Jung demuestra ser un maestro y un guía que nos dibuja un mapa apto para orientarnos en estos momentos dramáticos en que vive la Humanidad. Él creía profundamente en lo Transcendente y en el mundo espiritual. No será seguramente el capital material sino el capital espiritual, colocado ahora en el centro de nuestras búsquedas, el que nos permitirá evitar un armagedón ecológico.

Entonces, así lo creo y espero, podremos vivir una fase nueva de la Tierra y de la Humanidad, la fase planetaria y ecoespiritual.

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