Este próximo 14 de Abril cumple 94 años el Mercado Norte. Desde su inauguración se proyectó como el mercado modelo más importante del interior del país. Sin que nadie lo supiera entonces, se desarrollaba un órgano productor de bienestar social.
En esa época, la ciudad tenía un esqueleto para sus productos frescos que incluía establecimientos en los barrios de El Abrojal (ahora Güemes), Alberdi, San Vicente, General Paz, Alta Córdoba, y Nueva Córdoba -con nombre propio, Mercado Sud-. Acodado sobre la vera del río, como si se tratara de un cliente nuevo en la barra, nacía el Mercado Norte.
Cada una de estas entidades, con sus comunidades inmediatas y entornos barriales, integraban un sistema neurálgico descentralizado, de sabores vibrantes y color picantes.
En la mayoría de los casos nacieron como la institucionalización de las plazas para carretas donde se transaccionaban alimentos, aunque hay casos de espacios nacidos “modelos” por la intervención estatal. Las reuniones regulares de vendedores con vegetales, carnes, flores, o especies de finales del siglo XIX fueron ganando importancia y centralidad social. Debido a su condición de ferias también constituyeron puntos de reunión, intercambio y construcción comunitaria. Paradigmáticamente desde su nacimiento fueron recursos claves a la hora de entender la comida, las prácticas típicas y los comensales atípicos que convergen en la cultura de un pueblo. Paradójicamente coincidieron en sus tripas, desde un comienzo, las mejores explicaciones sobre la diversidad e identidad de una comunidad.
El Mercado Norte, particularmente, fue inaugurado en 1928, cuando la década “loca” empezaba a perder frenesí. Un mes antes, en Marzo de ese año, había sido inaugurado el Mercado Municipal de Alberdi que luego fuera Registro Civil (desde 1980) y que se apresta, nuevamente, a recuperar su condición mercantil, esta vez con impronta de economía social y comercio de cercanía.
El edificio es obra de los arquitectos José Hortal y Salvador Godoy. Ambos socios habían diseñado el Palacio de Justicia, por concurso público, en 1925. La construcción integró una época de importantes apuestas urbanas de la mano del intendente Emilio Olmos y el gobernador Ramón J. Cárcano, a quien se le reconoce, entre muchas acciones, la fundación del Museo Caraffa.
Nació sobre el solar conocido como Plaza España (plaza que después sería reubicada hacia el sur) y se reconvirtió en un edificio emblemático, de impronta clásica con licencias manieristas (o sea contra-clasicistas). Es que los cordobeses somos así.
El día de su inauguración se estrenaron 106 puestos, con mayoría de carnes (40) pero mucha pluralidad. Había venta de pollos, pescados (12 puestos), y lógicamente verduras y fiambres.
Casi como una señal, tiene ingresos por cada una de sus caras. Además del cariño genuino de los cordobeses, es un componente del patrimonio arquitectónico desde 1972.
Junto a su entorno inmediato fue intervenido para ser puesto en valor durante 2001 y, desde 2003 alberga al CPC del Centro. Abrazó al bullicio que le rodea, en la tercera supermanzana de la ciudad, desde el año 2020.
La zona es encantadora y, como tal, incluye excesos, debilidades y muchas historias. Ciertamente hay cada vez más belleza y menos bajeza en una zona con tendencia alcista.
Como todos los mercadillos, nacieron con la intención municipal de controlar aspectos de salubridad, y también de precios, ya que la intervención pública permitía garantizar el acceso a la alimentación. Toda similitud con la actualidad no es pura coincidencia.
Debido a un conjunto de circunstancias, la piel de sus calles inmediatas sufre sarpullidos de delincuencia tan difíciles de ignorar como la flatulencia de un abanderado. Nuevas formas de nutrición social tienen el desafío de desinflar la situación.
Siempre se caracterizó por ser un ámbito de integración multicultural, donde el gallego y el tano, el armenio y el peruano, convivieron -y lo siguen haciendo- con el humor y la solidaridad como metabolismos que se asimilan en comunidad.
El sistema de mercados cordobeses fue perdiendo integrantes por efecto de nuevas formas de comprar y alternativas como los supermercados, pero los edificios recuperaron esplendor reconvertidos en centros culturales. Estas nuevas formas de habitarles subrayaron su condición de órgano barrial desde los primeros ochentas.
El Mercado Norte, por su parte, debido al tamaño y capacidad de gestión, consiguió transformarse en un polo que dialoga con toda la musculatura urbana, en gran medida debido a que la sociedad de locatarios -desde 1964- condujo su destino con generosidad, custodiando, generación tras generación, su ADN.
Más cerca en el tiempo, con una experiencia de compra más lograda, así como un carácter boutique que se extiende entre sus puestos, además de nuevos servicios para nuevos compradores, rejuveneció pulsando con vitalidad en la oferta cordobesa.
Hace unos años, su condición patrimonial y el entorno histórico se han visto potenciados por una propuesta alimenticia única en la ciudad, sinónimo de abundancia y frescura. Las ciudades del mundo, con especial mención de nuestra región, han integrado sus mercados a la oferta turística y de entretenimiento. Y Córdoba no es la excepción.
Tanto es así que florecen nuevos mercados basados en el modelo de polos gastronómicos, con opciones que hacen de la diversidad étnica, una de sus características.
Instalar el Mercado Norte en otras partes del cerebro metropolitano fue una operación con apertura craneal que tuvo la voluntad de los locatarios, las condiciones quirúrgicas del Estado, y la potente visión del delicado cirujano Fabián Latanzzi, hoy gerente de la casa.
Zona de saciedad alimentada por comerciantes madrugadores, hedonista hasta bien entrada la noche, generosa como sus porciones de pizzas y perfumada como la pescadería, es una meca de sensaciones para nutrir la ciudad.