A pesar de que Serbia ha votado a favor de la condena de la invasión rusa de Ucrania, el pasado 2 de marzo en la Asamblea General de las Naciones Unidas, así como a favor, el 7 de abril, de la exclusión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos, Belgrado no ha hecho ningún gesto para cambiar su política exterior, esto es, para coordinar su política exterior con la Unión Europea, como país candidato al ingreso en la misma.
A pesar de las presiones de las instituciones europeas, actualmente resulta imposible para Serbia tomar una decisión de este tipo. El pasado 3 de abril, celebró sus elecciones generales y las presidenciales. El Partido Progresista Serbio (SNS, en sus siglas en serbio) ganó las elecciones con un 42,92% de los votos (120 escaños de 250 del Parlamento serbio). Sin embargo, el cabeza de lista del partido SNS (denominado Juntos Podemos Hacerlo Todo) y candidato a la presidencia de Serbia, Aleksandar Vucic, actual presidente de la República, ha ganado por mayoría absoluta (58,55%), por lo que no será necesaria la segunda vuelta, habitual hasta ahora en el paisaje políticos serbio.
Vucic, un joven nacionalista de la época de Slobodan Milosevic que ha estado en el poder desde 2012 y que ha llevado a Serbia a un retroceso democrático, consolidando un régimen populista y autocrático, pero también hacia un mayor desarrollo económico (lo que explica, en parte, su victoria), mantiene excelentes relaciones tanto con Vladimir Putin como con Victor Orban o Xi Jiping.
Una decisión formal de coordinación con la UE sólo podría tomarse una vez formado el gobierno, y podría ser que un debate sobre la guerra de Ucrania que incluyera a todos los actores políticos estuviera en el orden del día después del verano, en septiembre. Pero, hasta ahora, Vucic ha jugado la carta de país “no alineado”, es decir, de mantener una ambigua relación con EEUU, la UE, China, Rusia, India, Turquía, Israel y los Países del Golfo Pérsico.
La guerra de Ucrania, si se prolonga, obligará al gobierno de Serbia, ya que no es China o India y no se puede permitir una abstención si pretende llegar a ser un día miembro de la UE, a elegir entre secundar a Rusia o coordinar su política exterior con la UE. Hasta que no se forme un nuevo gobierno, el actual no podría (y no debería) tomar una decisión de esta envergadura, que supondría un giro radical en la política exterior de Serbia, y que incluso, según la Constitución de Serbia, sería ilegal.
Sin duda, Bruselas y Washington irán aumentando su presión sobre Serbia, pero la cuestión dudosa es si esto puede conseguir un resultado que cumpla las expectativas occidentales, y ello, por tres razones principales. La primera es que las últimas elecciones generales serbias (al igual que las húngaras, que se celebraron el mismo día), han supuesto una especie de referéndum sobre la relación del país con Rusia (y China). Aleksandar Vucic, que llama a Jiping “hermano Xi” y presume de que en la intimidad con Putin habla en ruso, ha encarnado a la perfección tanto los vínculos culturales, religiosos e históricos con Rusia, como los prácticos. Los partidos de la futura coalición gubernamental entre SNS y lo más probable SPS (el Partido Socialista Serbio, que ha obtenido 38 escaños) han basado su campaña electoral en las estrechas relaciones de Serbia con Rusia, y la mayoría de los votantes serbios ha votado a favor de ello.
La segunda razón es la dependencia de Serbia del gas ruso, por el que paga un precio inferior incluso al que se consideraría módico, ya que Belgrado no puede económica ni técnicamente (por falta de infraestructuras) sustituir a Rusia por otro proveedor.
Pero quizá la razón más importante del apoyo serbio a Rusia es la cuestión de Kosovo. Rusia, como miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, está bloqueando desde 2008, mediante su derecho de veto, el reconocimiento de Kosovo como Estado independiente.
Para cambiar la actitud de Belgrado hacia Rusia habría que cambiar la política exterior de Serbia en todo su conjunto. Este giro no sería imposible, pero es muy poco probable mientras Aleksandar Vucic esté en el poder (y nada fácil después). La gran mayoría de los políticos serbios no quiere entrar en la historia como alguien que ha aceptado ceder una parte del territorio de Serbia a otro Estado. Por tanto, los Balcanes mantendrán respecto a Rusia una postura ambigua, gozando de su protección en Naciones Unidas, y de suministro de gas con tarifas mínimas como premio su lealtad a Moscú. Y esto incidirá en el rumbo regional de la guerra.