España, 1982. Un año antes, la tentativa de golpe palaciego conjurada por un inquebrantable Juan Carlos I puso fin a todo intento de retrotraer al país del camino de transición democrática. Mientras Leopoldo Calvo Sotelo (puente entre Adolfo Suárez y Felipe González) defendía el ingreso español a la OTAN y a la CEE, y la ciudadanía no tenía remilgos en protestarlo masivamente, la cultura explotaba en todas las direcciones, a bordo de una gloriosa nave insignia.
Hablamos de la “movida madrileña”, de Miguel Bosé, Victoria Abril, Fernando Trueba, Luis Antonio de Villena, Ana Belén, Fernando Savater, Paloma Chamorro, Pedro Almodóvar, Cecilia Roth, José Sacristán, y sigue la lista. La música acompañó: Alaska, Miguel Ríos, Mecano, Radio Futura, entre otros, que alternaban estilos, estética y preferencias de un público que podía darse casi todos los gustos.
Y en ese contexto, donde también soplaban fuerte los vientos del feminismo, el destape sexual y las noches duraban días enteros, aparece rock duro, pariente pobre de la movida, que venía de los barrios (como en tantas ciudades del mundo).
A una primera camada (Coz, Obús, Leño, Cucharada, entre ellos) le sigue una banda surgida de la diáspora de los pioneros: Barón Rojo. Chicos de campera negra, tan agrestes como desconfiados. Debutaron con “Larga Vida al Rock and Roll” (1981, dedicado a Lennon), con gemas como “Con botas sucias”, “El Pobre”, “Los desertores del rock” o “El presidente”.
Dos de los “barones”, los hermanos Carlos y Armando de Castro (guitarristas) provenían de Coz, sumando a José Luis “Sherpa” Campuzano (bajista), llegando a ensayar bajo aquel nombre (como los New Yardbirds de Page, finalmente Led Zeppelin). Un uruguayo, el baterista Hermes Calabria (ex Psico, Azabache, tocó con Moris) le daba color iberoamericano al combo.
En esa España mutante que preparaba su mundial de fútbol mientras disfrutaba los domingos de Hugo Sánchez, Dirceu, Bernd Schuster o Maradona, se publica, un 22 de febrero, el disco de hard rock en castellano más gravitante del siglo XX. Los habrá mejor logrados, pero la combinación de magia y oportunidad que resumen la diez canciones de “Volumen Brutal”, lo transformaron en un credo global.
La placa
Los hits del debut, la versatilidad de sus músicos (además de los hermanos de Castro, Sherpa aportó grandes éxitos junto a su esposa, la letrista Carolina Cortés) y la potencia que lograban en el vivo, llevaron a sus productores y managers, Mariskal Romero y Antonio Ortega (mentores de los sellos rockeros Chapa/Zafiro) a buscar la mejor producción posible.
Romero contactó a Ian Guillan (Deep Purple), abriéndose en noviembre de 1981 los londinenses estudios Kingsway, donde contarán con técnicos especializados en hard rock (problema para muchos fuera de Inglaterra o EEUU), sumando a Colin Towns (tecladista de Ian Gillian Band y compositor de música para cine) o Mel Collins (¿dice algo el saxo del stoniano “Miss You”?). Figuras de la “new wave of british heavy metal” como Bruce Dickinson (Iron Maiden), Graham Bonnet (Rainbow), o Michel Schenker merodearon el estudio y apuntalaron a los Barones en aventuras londinenses (visitas a medios especializados, concierto en el Marquee).
Eran tiempos de cambio para el hard rock y Barón Rojo los interpretaba en simultáneo con Maiden, Judas, Scorpions, Tygers of Pan Tang, Venom, Def Leppard o el Dio solista (en onda que llegaba hasta la Argentina de Riff y V8).
El disco contiene una colección de himnos. Es sencillo: construida la pared sonora, las letras fueron sus perennes graffitis. El lado A es demoledor: Vivimos en el reino de la incomunicación/ la gente de pudre en su jaula de hormigón (Incomunicación); Si he de escoger entre ellos y el rock/ Elegiré mi perdición/ Sé que al final tendré razón/ Y ellos no (Los rockeros van al infierno); Ábreme tu corazón/ Déjame vivir en él/ Tal vez sea diferente/
Pero no va a ser peor/ Que la rutina de siempre (“Dame una oportunidad”, tremenda power ballad); Cuándo/ Recibiremos alguna buena nueva/ Del poder?/ Cuándo? / Creo que nunca,/ Pues desde siempre nos tocó perder (“Son como hormigas”, con el saxo de Collins); Ya nadie lucha por el futuro/ Todo es provisional/ Y el egoísmo se hace estandarte/ Internacional (“Las flores del mal”).
El lado B no le irá en zaga: Aunque siempre vigiléis/ Y mis datos proceséis/ No es tan fácil hacerme callar (Resistiré) anticipa un voltaje sostenido con “Satánico plan (Volumen Brutal)”, “Concierto para ellos” (dedicado a los rockers que ya se habían ido, con un fantástico aporte de Towns), “Hermano del Rock & Roll” y el instrumental “El Barón vuela por Inglaterra”.
El disco, inmediatamente coreado en el planeta, vendió cientos de miles de copias. Se editó en inglés (con la ayuda de Dickinson para adaptar la lírica) y la banda tocó en los más importantes festivales, girando por todos los continentes.
Los Barones, con altibajos, aún arrastran sus huesos por los escenarios (catorce discos de estudio -el último en 2012-, cinco en vivo, tres recopilatorios, seis DVD y una película), con muchos cambios de formación y polémicas (como la generada por Sherpa, fuera de la banda desde hace años, por sus dichos racistas en 2021).
Tuvimos la suerte de verlos en el Cosquín Rock 2005 (el último en que tocó Riff, banda con la que siempre mantuvieron conexión). Cantando, emocionados, todo su repertorio, pudimos decirle gracias. Catalizando su tiempo, Barón Rojo dejó un legado a mano en cualquier rincón del mundo. Muchos no dejamos nunca de sentirnos parte de aquel universo.