El pasado 8 de julio se cumplieron 200 años de la muerte de Percy Bysshe Shelley, ahogado en las costas de Viareggio.
Percy Bysshe Shelley nació el 4 de agosto de 1792 en Horsham, Inglaterra, y murió el 8 de julio de 1822, en Viareggio, por entonces Gran Ducado de Toscana. No había cumplido aún los 30 años. De origen aristocrático, publicó una novela gótica titulada “Zastrozzi” (1810). Al año siguiente, fue expulsado de Oxford por la publicación de su libelo “La necesidad del ateísmo”. Inmediatamente se enamoró y se casó con una joven de 16 años, con la que previamente debieron huir: Harriet Westbrook. Con ella tuvo dos hijos, a quienes dejó cuando se enamoró de Mary Godwin, hija de William y de Mary Wollstoncraft. Es curioso que, aunque vivió una existencia discreta a la sombra de su marido, hoy el apellido Shelley se asocia más a la creadora de Frankenstein que al autor de Ozymandias. Prueba de ello es que la casi totalidad de representaciones del poeta en la cultura popular lo tienen como personaje secundario, en películas o novelas que recrean una y otra vez el legendario verano gélido de 1816 en Villa Diodati.
Y acá lo contamos de nuevo: el rebelde Shelley vivía en una especie de “ménage à trois” con su esposa Mary y la medio hermana de esta, Claire Clairmont, quien, a su vez había tenido una aventura con Lord Byron. Con la esperanza de reavivar esa llama, se pone en contacto con el autor de “Childe Harold” y éste, a su vez, accede a juntarse con los Shelley, más por el entusiasmo que le provoca intercambiar con un colega que por retomar aquel romance. También va con ellos John Polidori, médico, secretario y una especie de “señor Smithers” de Byron.
Ese año, tal y como lo relata en detalle la novela de William Ospina, el verano nunca llegó. La causa fue que la erupción del volcán Tambora, durante el año anterior, provocó devastadores efectos en el clima de toda Europa, cuyos cielos quedaron cubiertos de cenizas, impidiendo el paso de la luz solar y el calor. Entonces se la pasaron leyendo historias de fantasmas y bebiendo, mientras afuera llovía. Una noche, con la mente inflamada por el láudano y el alcohol, Byron propuso una especie de certamen: a ver quién escribía la mejor historia de terror. De esa consigna nacieron “Frankenstein”, una novela gótica que a su vez es piedra basal de la ciencia ficción moderna, y “El vampiro”, que preanuncia Carmilla y Drácula. Los dos participantes más famosos no prosperaron con la consigna. Byron comienza una novela titulada “El entierro”, que no pasa de las dos páginas. Shelley, por su parte, intenta escribir respecto a una pesadilla protagonizada por una mujer con ojos en lugar de pezones. Y ahí queda. La razón por la que la reunión de aquel verano pasó a la historia es por los finales trágicos que sufrieron sus protagonistas, en orden cronológico:
John Polidori se suicidaría a los 25 años en 1821 bebiendo ácido. Percy Shelley perdería la vida durante una tormenta mientras navegaba, en 1822. Lord Byron moriría de fiebre en Misolonghi, Grecia, en 1824, con apenas 36 años. Mary Shelley viviría como escritora profesional hasta 1851, después de haber enterrado a su marido, a casi todos sus hijos y haber pasado numerosas penurias.
De todo el grupo, solo Claire Clairmont llegaría a una edad avanzada, falleciendo a los 80 años, en 1879.
Douglas Walton lo interpretó en la poco conocida intro de “The bride of Frankenstein” (James Whale, 1935). En “Gothic” (1986) -la alucinatoria versión de Villa Diodati de Ken Russel- Shelley es interpretado por Julian Sands (mientras que Natasha Richardson es Mary, Timothy Spall es Polidori y Gabriel Byrne hace de Byron). También aparece en “Frankenstein Unbound” (Roger Corman, 1990), personificado por Michael Hutchence, cantante de INXS; en “Remando el viento” (Gonzálo Suárez, 1987), interpretado por Valentín Pelka; y en el filme de 2017 “Mary Shelley” (interpretado por Douglas Booth). La aparición más reciente fue en el 2020, en un episodio de Dr. Who titulado “The Hounting of Villa Diodati”.
Como personaje literario, apareció en “El año del verano que nunca llegó” (2015), de William Ospina; “Frankenstein desencadenado” (1973), de Brian Aldyss; “Las piadosas” (1998), de Federico Andahazi; y “La mujer que escribió Frankenstein” (2013), de Esther Cross, entre otros títulos.
En un artículo reciente, el investigador y periodista Matías Carnevale lo considera muy acertadamente un precursor fundamental de Ginsberg, Ferlinghetti, Corso y del Movimiento Beat en general.
Las representaciones de Shelley en la cultura popular muestran a un poeta rubio angelical, constantemente exaltado. Esta caricatura romántica se debe, en parte, a la mismísima viuda, Mary Shelley, quien preservó su memoria, pero suavizándola para lograr aceptación entre el público burgués de la época.
En su breve e intensa vida, Shelley fue una centella de incandescente rebeldía, cuyos poemas plasmaban su búsqueda espiritual e intelectual. Un poeta que promovía el ateísmo y la anarquía, el amor libre y la libertad absoluta de pensamiento en una época de inconcebible encorsetamiento moral. De vida nómade, no llegó en vida a tener la merecida difusión, y durante mucho tiempo no se lo leyó adecuadamente. Como su corazón, que se negaba a arder en la pira funeraria –según los médicos, debido a la calcificación causada por la tuberculosis– la obra de Shelley retorna periódicamente en películas, cómics, música y literatura: el paso del tiempo plasmado en Ozymandias, y la soledad de Alastor o el sentimiento elegíaco de Adonaïs son ya patrimonio de toda la humanidad, lugar común y materia de meme. Nada más vivo que un poeta muerto hace dos siglos que aún se lee.