En medio de una gran controversia, la titular de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, viajó al sudeste asiático. En principio, Pelosi iba a visitar sólo Singapur, Japón y Corea del Sur, pero, como indicaban los rumores, también visitó Taiwán.
El último presidente de la Cámara en viajar a Taiwán había sido Newt Gringich, en 1997, posterior a la última gran crisis del estrecho en 1995. No obstante, esta ocasión es diferente debido al escenario internacional y al nuevo rol global que China adquirió desde entonces.
La política oficial china respecto de la isla se ha ido endureciendo durante los últimos años, o, incluso, los meses recientes. Los ejercicios militares de rigor se intensificaron, y los rumores de una posible invasión por parte de Beijing no han hecho más que crecer desde comienzos de este año. En ese sentido, el gobierno chino fue tajante al respecto: percibe el viaje de Pelosi como una provocación y una amenaza a sus intereses en la región. El portavoz de la Cancillería china, Zhao Lijian, afirmó que su país “responderá con firmeza”, y Washington deberá “asumir todas las consecuencias”.
China rechaza de plano cualquier tipo de visita extranjera a Taiwán, al que considera parte de su territorio, o relaciones de otros Estados con su gobierno. Pelosi estuvo y se fue de Taiwán declarando su compromiso “con la democracia”.
El pasado jueves, Joe Biden y Xi Jinping mantuvieron una charla de más de dos horas, donde, entre otros asuntos, se discutió la cuestión referida a Taiwán. Por supuesto, no hay un punto de acuerdo entre ambos países, y las relaciones diplomáticas se encuentran en uno de los puntos más bajos de la historia reciente. Fue el mismo Biden el que contó en el mes de junio que existía una oposición concreta de los militares estadounidenses al viaje de Pelosi a Taiwán. Aunque no dio demasiados detalles al respecto, queda claro que la posibilidad de una represalia china en el terreno militar no les es ajena a los altos mandos del ejército de los Estados Unidos.
La tensión es tan grande que no sería descabellado esperar, incluso, acciones militares. China no se caracteriza por hacer uso de sus Fuerzas Armadas, ni mucho menos por mostrar un comportamiento irresponsable hacia afuera. No obstante, el escenario es inédito y no se puede descartar una hipotética acción de ese tipo.
La República Popular China fue fundada en 1949, tras la victoria comunista en lo Guerra Civil. Por lo tanto, se considera como la heredera legal de la anterior República de China, viendo a Taiwán como una provincia de su territorio y no como un Estado independiente, como sí se considera la isla. Pelosi, desde siempre critica del Partido Comunista chino, ya fue a la Plaza de Tiananmen en 1989 durante las revueltas a hablar a favor de los manifestantes. Su visita a Taiwán, aunque irresponsable, no es un hecho inédito dentro de su carrera política. Las consecuencias, ahora, podrían ser más graves.
El sábado 30 de julio China llevó adelante simulacros militares en Taiwán, utilizando fuego real. La última vez que se produjo una gran crisis en el estrecho de Taiwán fue entre 1995 y 1996. Por aquel entonces, China, gobernada por Jiang Zemin, dirigió una tanda de misiles balísticos contra la isla. Estados Unidos respondió militarmente, haciendo el mayor despliegue de tropas en Asia de toda su historia. El conflicto no escaló a mayores, lo cual podría haber llevado a una catástrofe de grandes proporciones.
Estados Unidos atraviesa este año un escenario complejo, con elecciones legislativas de medio término, y el oficialismo no parte como favorito, en medio de tres trimestres consecutivos sin crecer y una recesión técnica. En China también se vive lo más cercano a un “año electoral”, ya que Xi se encuentra en la búsqueda de un tercer mandato consecutivo, sin antecedentes en la historia, convirtiéndose en el primer mandatario desde Deng Xiaoping en concentrar tanto poder dentro del Partido. Esta situación presiona a ambas partes a mantenerse firmes dentro de sus intereses, sin posibilidad de mostrar debilidad. Por un lado, Biden se encuentra en su momento de popularidad más bajo desde que asumió la presidencia, con un concreto y real peligro de que su antecesor, Donald Trump, pueda regresar a ocupar la Casa Blanca. Por su parte, pocos dudan de que Xi conseguirá su tan ansiado tercer mandato de cinco años, asegurando así su permanencia en el poder hasta 2027.
Muchos analistas temen que con este Xi fortalecido las ansias de recuperar Taiwán para los chinos se profundicen. En un contexto donde el mundo ya atraviesa una guerra de gran magnitud que involucra a una potencia como Rusia, no sería descabellado que algo así pueda volver a suceder teniendo a China como protagonista. Y en este caso las consecuencias globales serían aún mayores.