De cara a las elecciones que se llevarán adelante el próximo 2 de octubre, ya comenzó oficialmente la campaña presidencial en Brasil. Esto se da en el medio de un clima enrarecido, donde, aunque parezca increíble, ni siquiera está muy claro si el actual presidente, Jair Bolsonaro, aceptará los resultados de los comicios en caso de perder contra su principal competidor y, por ahora, quien encabeza las encuestas, el ex presidente Lula Da Silva. La batalla por llegar al Palacio del Planalto promete ser encarnizada. En una entrevista para la cadena Globo, el mismo Bolsonaro afirmó que, para aceptar el resultado de la primera vuelta, estas tienen que ser “limpias y transparentes”. Lo curioso es que no se trata del candidato opositor, sino de quien actualmente detenta la presidencia. El mandatario ha sembrado dudas en repetidas ocasiones respecto del voto electrónico y la fiabilidad de este tipo de elección. En ese sentido, también defendió “el derecho a la libertad de expresión” de sus seguidores, a quienes se acusa de llevar adelante una campaña de difamación y persecución contra un sector importante del Poder Judicial brasileño, profundamente crítico con el gobierno. Lo cierto es que, de los dos, el único que fue víctima de una persecución judicial, mediática y política, con la anuencia del mismo Bolsonaro, fue Lula.
Da Silva cuenta con 76 años, ya fue presidente dos veces de Brasil, y es quien lidera todos los sondeos con una intención de votos cercana al 50%, contra un 30% del presidente en ejercicio. No obstante, esto no es garantía de que, finalmente, los resultados se den de esta manera, ya que las encuestas han demostrado su poca fiabilidad en numerosas ocasiones. El clima social y político, gracias, en gran parte, a las especulaciones de Bolsonaro y a sus reclamos sobre supuestos fraudes, está tan pero tan espeso que es difícil prever qué puede suceder de cara a las elecciones o de la asunción de las nuevas autoridades. Incluso, no son pocos tanto adentro como afuera del Brasil, quienes se preguntan si puede o no haber golpe, o auto golpe, en caso de que los resultados no sean los esperados por el Ejecutivo. A comienzos de este año circuló un informe de la CIA donde se exhortaba a Bolsonaro a reconocer los resultados en caso de quedar perdedor. Sucede que la actual Administración de la Casa Blanca se sentiría mucho más cómoda con un Lula Da Silva gobernando, a quienes ven como un moderado en comparación con Bolsonaro, percibido por Washington como un émulo sudamericano de Donald Trump. El escenario real y concreto, justamente, es que ensaye una intentona como la del ex presidente estadounidense el 6 de enero de 2021, cuando sus seguidores quisieron tomar por asalto el Capitolio para evitar que se certifique la victoria de Joe Biden.
En un discurso de hace algunos días, Bolsonaro dijo que “de ser necesario, iremos a la guerra”. Dando a entender que no reconocerá de forma tan fácil lo que surja de la votación. Flavio, hijo del presidente y senador, defendió la toma del Capitolio afirmando que “en Estados Unidos, la gente siguió los problemas del sistema electoral, se indignó e hizo lo que hizo. No hubo una orden del presidente Trump, y no habrá una orden del presidente Bolsonaro”. Uno de los escenarios posibles es que a Lula Da Silva no le alcanza su ventaja en las encuestas para ganar en primera vuelta y el presidente pueda forzar un ballottage. En ese caso, la suerte puede terminar de cualquiera de los dos lados, ya que ambos presentan un núcleo muy duro de seguidores pero también de rechazos. Sin embargo, es Lula quien hoy parece capaz de atraer a electores provenientes del centro y más moderados, mientras que Bolsonaro se muestra cada día más radicalizado y extremista en sus posturas. Al igual que en la campaña de 2018, se espera que las redes sociales y la desinformación vuelva a jugar un importante rol en esta disputa.
Brasil es la cuarta democracia más grande del mundo. El último golpe de Estado que sufrió el país se produjo en 1964, y se extendió durante 21 años. Tanto Bolsonaro como su vicepresidente, el general del Ejército Hamilton Mourau, reivindican lo hecho durante el gobierno de facto, que formó parte de las dictaduras del Cono Sur que implementaron el Plan Cóndor durante los años 70. No extrañaría, entonces, que tanto Bolsonaro o las Fuerzas Armadas cada uno por su lado, o ambos actuando en conjunto, puedan intentar llevar adelante un nuevo golpe de Estado, actualizado a sus necesidades y a los tiempos que corren. A diferencia de cuando se produjo el golpe del 64, hoy, ni los Estados Unidos, ni la mayoría de la clase media o del Poder Judicial brasileño apoyan un golpe de Estado. Más allá de que Lula no vuelva más radicalizado, sino, todo lo contrario, en una coalición que integra a la izquierda y al centro, una importante porción de los sectores del establishment y las elites brasileñas ve con temor su regreso a los primeros planos del poder. En caso de lograrlo, Lula será protagonista de uno de los regresos políticos más épicos y fascinantes que haya dado la política latinoamericana en décadas. La contracara de esto es que Bolsonaro puede ser la faz de una de sus etapas más funestas.