La Final del Campeonato de Fútbol se puede escribir con mayúsculas mediáticas. Es el acontecimiento más convergente de la humanidad porque, de una forma u otra, convocará al 60% de los habitantes del planeta para compartir el sillón de mi living, frente al televisor. Además de las transmisiones, noticieros, podcast, radios, todas las redes sociales, y hasta los grupos escolares de papis, se concentrarán en los ídolos de la pelota. Papá Noel y el Niñito Dios deberán esperar, a riesgo de un pelotazo, su turno en el calendario global porque no hay lugar para nadie que no use botines o botinis en estas semanas.
Los héroes del ruido
Esta no es una nota sobre nuestra Selección Argentina de Fútbol (también con mayúsculas) cuyos integrantes son verdaderos héroes y se merecen nuestro reconocimiento. De ellos, naturalmente, la fama mayor será para Lionel Messi que -como bien escribió Hernán Casciari- es un perro. Juega a la pelota con necedad canina, fiel insistencia, y un estoicismo que deja las quejas en los otros mientras él sigue la pelota. Pero Messi -y su componente perruno- merecen una futura columna.
Esta sí es una nota sobre el poder del mundial de Qatar para opacar y esmerilar noticias, empezando por sus propias zonas erróneas.
Se podría comenzar por profundizar sobre la polémica en torno a la designación del país como sede de la competencia, hace más de 10 años. Pero no queda mucho margen para el debate. Ya se corroboró la corrupción a distintos niveles y escalas. Inclusive la moral con doble fondo de los dirigentes de la FIFA -qué no es noticia para nadie- ha sido profundizada por quienes debían controlarla: Eva Kaili, vicepresidenta del Parlamento Europeo e integrante del espacio socialdemócrata así como su marido socialista, fueron detenidos in fraganti con cientos de miles de euros en su residencia. Ese dinero habría sido un regalo del gobierno qatarí. El obsequio, obviamente, es el fruto genuino de una amistad que creció después de una visita a Qatar cuando, junto al ministro de trabajo del emirato, se destacó el compromiso social de los dirigentes qataríes, incluyendo “sus reformas de las condiciones de trabajo”, según informó AFP en su momento.
El mundial brilla tanto que encandila y desenfoca, dejando en una zona tenue las denuncias de diversas organizaciones no gubernamentales y la propia Amnistía Internacional sobre el tema laboral. Según un estudio del diario británico The Guardian, más de 6.500 trabajadores perdieron la vida en los faraónicos proyectos constructivos que llevó adelante el país árabe. La cifra puede ser mayor. Diversas embajadas de países como India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, y Pakistán denunciaron 6.751 muertes entre 2010 y 2020. Una luctuosa cantidad que debe sumar los decesos de otras nacionalidades sin representación diplomática, así como aquellos sucedidos durante esta década. Usando una regla de tres simple podemos estirar hasta 10.000 la cifra de vidas perdidas para que la fiesta del fútbol tenga lugar en Qatar.
Sin entrar en detalles, una parte de los fallecidos fueron víctimas del sistema de contratación mega capitalista denominado kafala. Este esquema permitió a los empleadores condicionar los derechos migratorios de los trabajadores, en una suerte de esclavitud moderna.
Clima fraudulento
Esta no es una nota original. Junto a la escasa difusión de las siniestras prácticas laborales implementadas para el desarrollo de infraestructuras como estadios, autopistas, o el nuevo metro del país qatarí, convendría una reflexión sobre el impacto medioambiental del mundial.
Hipotéticamente, los organismos internacionales gestionan acontecimientos, y sus correspondientes inversiones, para reducir la pobreza y apostar por el desarrollo sostenible. Pero en este caso, por el contrario, simplemente se trata de marketing global y una exagerada muralla mediática.
Volviendo al impacto medioambiental, la FIFA publicó un documento llamado «Sustainability Strategy» donde compromete una compensación del carbono emitido. Pero dicho documento es una falacia que diluye estadios con aire acondicionado integral, y otras confortables iniciativas que quitaron varias fetas al tiempo restante de vida terrestre. Pero inclusive dichas compensaciones son fraudulentas: organismos especializados como el Carbon Market Watch ha concluido que la contabilidad de emisiones de la FIFA y su anfitrión Qatar «no están basadas en ningún mecanismo probado o científico». Claro, un detallito menor.
Con identidad, sin diversidad
Angustiados por algún arbitraje desafortunado, tampoco notaremos que la oportunidad para promover la diversidad cultural -lejos de haber sido desaprovechada-, se transformó en un mensaje en sentido opuesto. Con ánimo promocional, una nación se presenta ante el mundo con un modelo de brillo estridente y celebraciones sin abrazos. La niña y el niño que saltan sin contacto físico en cada propaganda de la transmisión televisiva ocultan, bajo un hiyab mediático, la persecución histórica (y seguramente futura) de las diversidades en términos de género y minorías. En este caso también habrá regalos, probablemente envueltos en brutalidad policial.
Esta nota está condenada al ignominia, porque el presidente de la FIFA ya informó que más de 5000 millones de televidentes esperan la final del mundo con ansiedad y falta de actitud crítica. Siguiendo estudios de Publicis Media Sports and Entertainment habrá un 40% más de telespectadores que en el anterior mundial.
Concentrados en la picada y las bebidas para tanta gente que vendrá al living, no queda tiempo para intelectualizar. En todo caso el problema no son los televidentes de la final, sino la condición totalitaria de la información que circula. Los algoritmos de muchos buscadores, así como las redes sociales, se han vuelto tan convergentes que resulta imposible plantear cualquier otro tema, por más sequía climática, o abundancia de desmanejos que le correspondan a nuestra antena.
Las mecánicas de la comunicación, los engranajes de la información, así como los lubricantes publicitarios en moneda internacional, son eficientes y absolutistas. Pero lejos de integrar un plan maquiavélico, son la consecuencia indeseada de un juego deseado: el fútbol.-