Los estados emocionales negativos, tales como el estrés y la depresión, son factores que pueden desencadenar una adicción a la comida, según un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), que analizó estos mecanismos en estudiantes de nivel universitario. A través de una encuesta a 499 jóvenes de 25 años de promedio de edad, se detectó una asociación entre estados emocionales negativos con los síntomas de la adicción a los alimentos.
“Encontramos que quienes tenían mayores niveles de estrés y depresión tendían a consumir alimentos ultraprocesados para afrontar esta emocionalidad negativa. Ese mecanismo sostenido en el tiempo es lo que podría facilitar el desarrollo de síntomas de adicción a los alimentos”, aseguró Macarena Fernández, investigadora del Instituto de Investigaciones Psicológicas (Iipsi) dependiente de UNC y Conicet, y primera autora del trabajo. Y agregó que algunas personas “utilizan los alimentos como automedicación: ingieren estos productos ultraprocesados, hipersabrosos y con alto contenido energético como una forma de disminuir el malestar emocional que están atravesando”.
En gran parte, esto está relacionado con los productos ultraprocesados e hipersabrosos que elabora la industria de los alimentos. “La aparición de los alimentos ultraprocesados cambió nuestros hábitos. Se empezó a reemplazar la comida en casa por comer afuera, la comida casera y los alimentos frescos por estos productos”, cuenta Fernández.
La especialista explica que estos alimentos ricos en grasas, sal y azúcares muy refinadas –al igual que el alcohol y el tabaco–, activan regiones del cerebro que regulan la recompensa, la emoción y la motivación. Además, por su composición nutricional no encienden las señales de saciedad que se logra con, por ejemplo, frutas, verduras y legumbres y la persona nunca se llena.
Los estudiantes de la universidad son una población especialmente atraída por estos alimentos, debido a que comienzan a independizarse de sus familias y tienen que aprender a cocinar, elegir los alimentos y coordinar eso con las demandas sociales y académicas de la vida universitaria. Además, como en esta etapa todavía el cerebro está en desarrollo, este grupo también es más vulnerable a desarrollar un consumo problemático de sustancias.
El consumo se vuelve problemático cuando “esa sustancia afecta a las actividades de la vida personal, social y laboral”, aseguró Fernández.