Por Anahí Sosa, especial para HDC, desde Boston (EE.UU).
Llevo dos meses en una Boston teñida de blanco. La gente del lugar describe este invierno como el más helado de los últimos 30 años. La gimnasia rítmica me trajo hasta aquí, donde me encuentro viviendo una gran experiencia de capacitación y entrenamiento integral con el objetivo de apuntar a la excelencia en la disciplina que desarrollo.
El deporte es pasión para mí: me enseña, me forma y me describe. Fui gimnasta durante 20 años y, en los 16 que llevo como entrenadora, he comprobado que más allá de los reglamentos, las actividades deportivas no son antagónicas. Observar las estrategias de preparación de aquellos especialistas que no forman parte de mi entorno cotidiano me motiva.
Ese interés me llevó, el pasado lunes, a ver desde adentro un fantástico cruce de la NBA en Nueva York: los Knicks recibieron en el Madison Square Garden a los Timberwolves de Minnesota, que tienen como asistente al entrenador de la Selección Argentina de Básquet, el cordobés Pablo Prigioni.
Casualidad y privilegio ver al equipo del riotercense, quien a los 35 años dejó de jugar en España para apuntarse a los Knicks y, como la mayoría de las veces, donde jugó se destacó. Como deportista tuvo temporadas con sucesos en varios equipos y cuando se retiró permaneció en la mejor liga del mundo en condición de técnico asistente: primero en los Nets de Brooklyn y actualmente lo hace con los Wolves.
El Madison fue la casa del cordobés durante sus mejores temporadas como jugador. Sin dudas, cada partido en el histórico estadio de la Gran Manzana es especial para él. Prigioni no sólo rompió el molde como basquetbolista en la NBA, sino que ahora lo está haciendo como entrenador. Ningún argentino había logrado antes algo similar.
El actual DT del Seleccionado Nacional, -que viene de sufrir un duro golpe al no lograr la clasificación mundialista-, evoluciona y es posible que le llegue su chance de técnico principal en algún equipo de los Estados Unidos, el país más prestigioso para el básquet mundial.
Minnesota llegaba al estadio de los Knicks con una clara necesidad de ganar para seguir en carrera en la pelea por ingresar en los playoffs. Enfrente, los de Nueva York, cuya mejor última campaña fue en 2013, justo cuando el cordobés era el base de aquel grupo.
La figura de Río Tercero vivió la noche como siempre: tranquilo, atento a su rol. En su condición de asistente suele ubicarse durante el juego junto al entrenador principal, Chris Finch, para dar sus indicaciones. Verlo en acción es grandioso.
Fue un partido parejo que se definió sobre el final. Victoria para los Wolves 140 a 134. Sin festejos y con la conciencia de que la competencia todavía no se termina. Bien al estilo Prigioni: puño y al vestuario con la sobriedad de un caballero como siempre lo fue.