El hype anticipa la gloria de una película pero solo en el territorio de la anticipación, porque también anticipa la natural decepción que habrá de generar en la audiencia: la expectativa lleva gente a la sala de cine, pero las devuelve al mundo desencantadas.
Joker fue la película más anticipada del año, y el nivel de expectativa prefiguraba un deselance previsible: no podía estar bien porque no hay modo que algo lograse estar a la altura del hype bestial, insensato que infló la película hasta dimensiones inverosímiles.
Y sin embargo, es una maravilla.
Lo que tiene de los cómics son algunos guiños, algunas referencias, pero no es servil a ninguno: la película propone su propia tesis de origen, que tiene en suma muy poco que ver con la tan mentada The Killing Joke, de Alan Moore, y para eso se toma todas las licencias que necesita.
Más que al comic, parece cercana a Taxi Driver, combinada extrañamente con The King of Comedy, dos colaboraciones entre Scorscese y De Niro, que en Joker interpreta un papel similar al de Jerry Lewis en The King of Comedy. Y justo cuando hace poco tiempo Scorscese dijo que las películas de superhéroes “no son cine”. Aunque claro, el Joker de Todd Phillips no puede ser pensada en términos del género (como Logan, de James Mangold, o Legion, de Hawley).
Pero, ¿qué tanto necesitábamos una historia de origen del Joker?
Las opiniones están divididas. Hay un fervor que siente que es bello que algo como el Joker aparezca de la nada, y que no sepamos nunca cómo y por qué, prescindiendo para siempre de explicaciones psicologistas que reducen al psicópata más entrañable del mundo del cómic a una serie de categorías sociológicas o psiquiátricas más o menos previsibles; como el Joker de Ledger, en la de Nolan, que mitologizaba un origen distinto cada vez, contradictorio con el anterior, y no tenía huellas digitales, por lo que nadie podía saber quién era, quién había sido, de dónde vino.
Pero claro, también están lo que ansían saber cómo comenzó todo, cómo fue el alguien llegó a convertirse en el Joker, aun cuando una historia de esa envergadura implique una necesaria contradicción con el caos que vemos manar del Joker, en la que pareciera que tiene que haber cosas inenarrables y extrahumanas para satisfacernos, y distanciarnos así de la tesis de Alan Moore (solo hace falta un mal día, un muy mal día y cualquiera puede terminar encarnando el horror). Este descontento a la hora de humanizar al Joker me recuerda la necesidad de comprender a Hitler como el mal, como algo más allá de las posibilidades naturales del humano y no como algo de lo que socialmente tendríamos que hacernos cargo.
DC tuvo que salir a advertir algo que en el sistema de variaciones que opera en los comics ya es hartamente conocido: esta no es la historia definitiva del Joker, ni la historia oficial: es una entre muchas, entre todas las que sea bello contar. De hecho, ni siquiera forma parte del universo cinemaográfico de DC, con lo que no incide en Justice League, en Wonder Woman, y ni siquiera en Batman.
Y en esta variación, Gotham es Nueva York (donde ocurren Taxi Driver y The King…), y hay huelga de camiones de basura, pobreza extrema, ratas rabiosas, corrupción bestial, violencia gratuita y constante, abusos de toda índole y una salud pública achicándose día a día y dejando afuera a los más desvalidos. En ese contexto alguien débil y enfermo, producto de los propios horrores de la ciudad, toca fondo para quizás, como Walter White, hallar su verdadero rostro. La ciudad es una mecha y alguien que abraza su propia locura puede encenderla, no para volarla en pedazos sino para revelarle la verdad que subyace tras las mascaradas; Joker es el trastorno en el mundo trastornado, el tuerto en el país de los ciegos.
El cuerpo que da vida a ese trastorno es el de Joaquin Phoenix: una travesía actoral épica.
Además de haber adelgazado muchísimo para dejar registrado un cuerpo enfermo en la pantalla y de un trabajo físico tan grácil como perturbador, lo que Phoenix hace con la risa merece un artículo aparte.
Arthur Fleck es un pobretón yosapa que labura en la calle por dos mangos quiere ser comediante pero no le va bien, tiene a su madre enferma a cargo y un problema neurológico que le provoca risa involuntaria e incontenible en cualquier momento, disparada por estrés, por tensión o por nada en particular. Fleck padece esa risa, y vemos a Phoenix reír sin dicha, sin felicidad, sin amor, sufriendo esas carcajadas con todo el cuerpo, con el ojos tristes y la mirada desesperada, con los pulmones ahogados, con la voz de un torturado.
A mí me resultó asombroso comprobar como esa risa me incomodaba y me dañaba. Si escuchásemos esa risa de la nada, fuera de contexto, al pasar, sentiríamos que ahí todo está mal. Phoenix, que viene de ganar en Venecia, se tomó en serio esa risa: había establecido que si no lograba llevarla a un estadío inquietante, desolador, sombrío dejaría el proyecto. Por foruna, lo consiguió: y nos va a doler.
Joker es quizás una historia de empoderamiento a través de la locura, y de cómo nadie se trastorna solo: es la historia de cómo Arthur Fleck vivió creyendo que su vida era una tragedia hasta que se dió cuenta de que era una comedia, y de que el chiste nos implicaba a todos, aunque no llegasemos a comprenderlo.