Uno
Durante 54 años (entre 1941 y 1995) Patricia Highsmith escribió sus “Diarios” y “Cuadernos”. La reciente traducción de sus 1.257 páginas abre ahora múltiples interrogantes sobre las cruciales vicisitudes vitales y literarias relatadas por la escritora nacida en Texas en 1921 y fallecida en un cantón suizo en 1995. Kafka señaló de modo taxativo que los diarios de un escritor son como el agua para los peces: éstos no pueden prescindir de ella. Junto a Musil, Sylvia Plath, Gide, Ernst Jünger, Elias Canetti, Bertolt Brecht, Gombrowicz, Yorgos Seferis o Sándor Márai se inscribe ahora el nombre de Patricia Highsmith con su reguero de zozobras, angustias y derrotas, esto es, la zigzagueante manifestación de una intimidad que se atreve a mostrar jactanciosamente sus intrincados testimonios dentro del formato del diario. Un denominador común adquiere sin embargo primacía en sus Diarios: reina un estado de ingobernable agitación, de díscola impaciencia ante la irrupción constante de desventuras y adversidades descriptas no sin cierto oscuro regodeo.
Dos
En sus Diarios siempre cobra importancia el nexo entre escribir y vivir; uno y otro no buscan una síntesis blanda y adormecedora sino, en todo caso, inducir una reciprocidad cuyas escalas y niveles se entrecruzan dado que escritura y vida no cesan de ofrecer mutaciones procedentes de la fluctuante dinámica de sus respectivos espacios. La relación entre ambos alimenta siempre una constante dicotomía portadora de nuevas e inesperadas secuencias que hablan de su porfiada continuidad. Para lo cual necesitan conservar sus propios registros sin llegar a perder la disparidad que, paradójicamente, los une. Dos afirmaciones son aquí pertinentes. La literatura -proclamó Proust- es la única vida realmente vivida. Enunciada por Philippe Sollers, la segunda reza: la vida es una obra para la obra. Este ida y vuelta, este vaivén perentorio y trepidante (vivir y escribir) envuelve, desacomoda, hace trastabillar sin pausa la existencia somática y literaria de PH. Ella encarna igualmente el acontecer de un ávido desencanto reacio a pacificarse; son sus Diarios los canales de este mecanismo.
Tres
PH tiene 29 años, acaba de terminar “Extraños en un tren” (un siniestro intercambio de crímenes magistralmente filmado por Hitchcock con un guión escrito nada menos que por Raymond Chandler), e incluye en sus Diarios dos anotaciones bajo cuya fulgurante elocuencia late un eco de las afirmaciones de Sollers y Proust. El 2/4/1950: “debo aprender a buscar la vida en mi obra, a vivir allí, con sus dramas, penurias, placeres…”; y justo un mes y medio después: “Escribir es un sustitutivo de la vida que no puedo vivir, que soy incapaz de vivir”. No faltan, en los Diarios, ejemplos que reiteran la impostergable necesidad de moldear una “conjunción de opuestos”. Esta expresión es empleada por PH al terminar su novela “El precio de la sal”; editada en 1952 durante el apogeo del macartismo (bajo el seudónimo de Claire Morgan) cuenta la relación amorosa entre dos mujeres. El 6/6/1950 PH declara enfáticamente, cual un personaje inmerso en la ficción, que anhela estar siempre al lado de Carol, la protagonista. Ocho días después, entre signos de admiración, esta frase indisociable del lacerante esfuerzo mental y físico que le demandó el trabajo novelístico: “¡cómo emerge esta historia de mis propios huesos!”. Escenas a las que, como a tantas otras, merece aplicársele un mismo axioma: si aparto la escritura de mi vida, ésta la recupera en un santiamén.
Cuatro
Con apenas seis palabras transmite -el 21/3/1955- la agobiante rutina de la convivencia doméstica: “el ballet del desgaste de nervios”. Rupturas, reconciliaciones, infidelidades, egoísmos, frustraciones, deslumbramientos, intrigas, rencores forman parte (durante la desenfrenada y glamorosa vida nocturna de la Nueva York de los años 40, e igualmente durante su etapa europea) de los amores lésbicos y bisexuales protagonizados y narrados por PH en sus Diarios. Rachas de euforia y depresión, oleadas de incertidumbre y descontento trazan en las páginas de estos Diarios el cauce donde esa hormigueante coreografía a veces dramática (alcoholismo, crisis emocionales, urgencias económicas) se reitera a medida que PH intenta alcanzar contra viento y marea una esquiva felicidad sentimental que puede desembocar en “una larga muerte por asfixia”, como califica el 18/7/1952 a su relación con Ellen Blumenthal. Siempre reivindica una sinceridad desafiante y sin concesiones; no camuflarse, no ocultarse nada a sí misma y tampoco a futuros lectores: “Mis secretos -anota el 9/6/1941, cuando tiene 20 años- están aquí, por escrito”.
Cinco
Dos entradas de sus Diarios se refieren al pueblo marítimo de Positano, en la costa Amalfitana, donde estuvo en varias oportunidades. En la primera, el 4/6/1952, sólo menciona el lugar al pasar. El 20/3/1954, en el mismo pueblo y en un texto mucho más extenso, aparece un personaje -Ripley- cuyo retrato es todavía objeto de tanteos, vacilaciones y amagues. Recién en 1990, en un ensayo sobre Ripley, la escritora evoca lo que observó desde la ventana de su habitación en Positano: un hombre de pantalones cortos caminando por la playa con una toalla colgada al cuello. El instante revelador que ofrece lo fortuito, lo efímero, lo intempestivo le permitió a su excepcional perspicacia de narradora hallar en esa imagen un primer núcleo, todavía incierto, sin relieves definidos, oro en polvo hay que llamarlo, con el cual creó el Tom Ripley que interviene en una saga de cinco novelas: El talento del señor Ripley, La máscara de Ripley, El juego de Ripley (Wim Wenders hizo una memorable adaptación al cine titulada El amigo americano), Tras los pasos de Ripley y Ripley en peligro. En ellas escruta “con una curiosidad sin emociones” -señaló certeramente Graham Greene sobre PH- las máscaras del turbio/sinuoso/diletante/inescrupuloso antihéroe dotado de una inteligencia diabólica (pues resiste los arrebatos de la duda) puesta al servicio de siniestras aventuras criminales. Y el 8/3/1960 admite rotundamente sus preferencias: “¡La gente que se mueve en los márgenes de la ley, que vive puramente gracias a embustes, me encanta!” Una fascinación, además, situada a escasos milímetros de su escritura elaborada con frecuencia mediante pálpitos y corazonadas.
Seis
Sin embargo, antes de 1990, en el capítulo sexto de otro ensayo -Suspense- publicado en 1966 PH cuenta su experiencia narrativa con la figura de Ripley, y una vez más son las oscilaciones y confluencias entre escribir y vivir las que afloran en relación a dicho personaje. Mientras escribe El talento del señor Ripley (llevada al cine por René Clément bajo el título de A pleno sol), ocurren desfasajes físicos e intelectuales; su prosa pierde fuerza, se vuelve aséptica y, resignada, decide recomenzar la historia. De pronto, una intuición que dura microsegundos la orienta: se percata de que su posición al sentarse en el borde de la silla cuando escribe es la misma que Ripley adoptaría. Algo del orden de la incomodidad, del no reposo, del mantenerse alerta, del cuerpo capaz de reaccionar raudamente ante el menor atisbo de un hecho perturbador adquieren preeminencia. Todo su cuerpo de escritora se amolda entonces a un desdoblamiento vertiginoso manifestado con estas palabras: “tuve la sensación de que Ripley estaba escribiendo y yo solamente estaba tipeando”. Un correlato casi alucinante de la anterior circunstancia se desliza al final de El temblor de la falsificación, novela de PH en la cual el protagonista principal es un escritor que a su vez escribe en Túnez una novela con idéntico título. En determinado momento, Ingham, el personaje-escritor reconoce que las aciagas peripecias que afronta en la novela de PH son similares a las que él relata en su libro…
Siete
Según Peter Handke, “PH escribe desde el punto de vista de los afectados para los afectados”. Esta aseveración no solamente concierne a muchos de los personajes que padecen desdichas e infortunios en el devenir de sus novelas (los pusilánimes, fracasados y perdedores de Mar de fondo, El grito de la lechuza, Ese dulce mal, El cuchillo, etc.) sino también a aquellos/as cuyas vidas, en los Diarios de PH, enfrentan situaciones límites, vale decir, no encuentran límites a situaciones críticas en las cuales PH desmenuza innumerables motivos utilizados por ciertas personas para seguir encerradas en sus atolladeros. PH asume también estos intríngulis como propios: se pueden leer decenas de entradas de los Diarios en las cuales ella afronta conflictos que, si bien suelen desbordar su vida, no impiden a su escritura proseguir bajo otras condiciones. Y todas esas encrucijadas convocan al unísono la categórica definición del 4/8/1962: “la hoja afilada que es la vida”.
Ocho
Sus recurrentes desmoronamientos existenciales resultan inescindibles de un tema no menos insistente, el del viaje. Desprovista de cualquier ancla que pudiera fijarla, obstinadamente PH viaja a muchísimas ciudades de EE.UU., Méjico y Europa; una vorágine de movimientos que el término nomadismo refleja hasta en sus aspectos más imperiosos o aleatorios. No existe el deseo de permanecer, por el contrario, ansía recónditamente irse, desentenderse de todo lo que puede atarla a un lugar, haciendo del no quedarse una forma de partir para renovar su ubicuidad. Como si, en sus Diarios, PH siempre estuviera diciendo: mi punto de inflexión consiste no en llegar a un lugar sino en abandonarlo. Paralelamente, sus 22 novelas y sus 114 cuentos siguen tejiendo sus fatídicas e inciertas peripecias, buscando esa “angustiosa calma” (ya descubierta en Extraños en un tren) que gracias a sagaces y sutiles interrelaciones construyen sus textos. Pero, además, como si en cada ciudad a la que llega ya sobrevolara un aura de la precedente que vuelve engañosamente conocida a la más reciente, en fin, como si las fugaces ciudades irradiaran una enigmática y poderosa energía capaz de brindarle alternativas para su vida literaria, para la literatura que su vida impacientemente anhela.