Erich Fromm, sociólogo y psicoanalista alemán, introdujo en su teoría una frase magistral que retrata su pensamiento: “El hombre se vende a sí mismo en el mercado de personalidades”. Entiende que el capitalismo va trasformando a las personas en seres “autómatas” que presentan su personalidad como un producto comercializable y de cambio. Así, según Fromm, mantenemos diferentes relaciones desechables, vendibles y, que tienen como finalidad, sacarse el mayor provecho los unos a los otros. “Yo soy en tanto tú me aceptes”.
La red social Instagram parece representar de manera muy notable ese mercado de personalidades del que habla el autor. Para empezar, los perfiles están llenos de frases mágicas y representan el curriculum vitae de los usuarios. Están los que eligen frases, tales como “amo viajar”, “resiliencia” o “amante de los libros y la buena música”; por decir algunos ejemplos. Hay otros que explicitan su profesión como sinónimo de status quo dentro del mercado de personalidades: “abogado, especialista en sucesiones”, psicólogo”, “periodista”; y existen combinados entre ambos. En fin, todo parece ser vendible y mostrable. El otro, mi competencia, debe verme, registrarme y sobre todo aceptarme como producto según mis cualidades personales.
Los usuarios publican fotos con filtros que tachan su subjetividad, trasluciendo una sonrisa maravillosa y paisajes únicos, con el fin de conseguir la mayor cantidad de “corazones” posibles y convertirse en “deseables”. Asimismo, diferentes emprendimientos dependen de la cantidad de “Me Gusta” y seguidores conseguidos; y ni hablar de los emergentes “Influencers” que basan su trabajo en conseguir “Followers” a como dé lugar, promocionándose a partir de videos y memes diversos. En fin: el reflejo de este tiempo desubjetivante y narcisista.
Sin embargo, hace unos días el Ceo de la compañía, Adam Mosseri, anunció que lanzarán una prueba en Estados Unidos en la cual se eliminarán a la vista pública la cantidad de “Me Gusta” recibidos en las fotos de cada usuario. Si bien, uno podrá revisar la cantidad de “corazones” conseguidos en su propia publicación, no podrá hacer lo mismo en las fotos de los demás. De esta forma, el país norteamericano es el octavo sitio en el cual se llevarán a cabo estas medidas, ya implementadas en Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Irlanda, Italia y Brasil.
En caso de que permanezca esta interesante novedad y se propague alrededor del mundo, deberán repensarse las lógicas para todos aquellos que hacen de los corazones rojos su principal virtud. Instagram no es más que el reflejo de vivir para venderse en el mercado de personalidades del que habla el brillante de Fromm; rasguñar un pedacito de cariño y si se pueden unas cuantas monedas.
Hoy, más de un negocio, emprendimiento o “influencer” tiembla ante una medida tan disruptiva para un capitalismo fotogénico, pulcro, eficiente y productivo que deposita en esta red social su más feroz competencia de brillanteces. El hecho de no poder medir los corazones con mi amigo, enemigo, competencia laboral o pareja desafía las leyes de un mercado neoliberal y hace titubear “selfies” cargadas de neurosis varias.
Si bien el número de “followers” seguirán a la vista obscena de todo público, no es de extrañarse que la próxima medida atente contra la visibilidad de seguidores, y ahí sí, el nuevo sujeto creado por el mercado tendrá que acudir a algo más que una buena cámara y cinco chistes semanales.
Si esto pasa: ¿Qué sentido tendrán esas fotos con cuerpos esbeltos, paisajes frondosos y dientes blancos? ¿En qué se convertirán aquellos trotamundos que ven el viaje como una forma de venta? ¿El culto al cuerpo y las dietas pasarán a tercer plano? ¿Acaso los musculosos deberán reducir la carga horaria de gimnasio y buscar otro modo de saciar su apetito?