El destino del presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Kevin McCarthy, se selló rápidamente. Sus colegas votaron el pasado martes para destituirlo como el “speaker” republicano en la Casa de Representantes, lo que, en los hechos, lo ponía como la tercera autoridad del país. Esto sucedió menos de 24 horas después de que su principal rival dentro del Grand Old Party, el congresista por Florida y miembro del sector radical, Matt Gaetz, anunciara su intención de presentar una moción de censura contra el ya ex líder en el Congreso. Gaetz es conocido por su histrionismo y golpes de efectos mediáticos, y forma parte del ala más extremista y ultra conservadora del partido.
McCarthy, que intentó mostrarse moderado, se convirtió en el “speaker” que menos tiempo duró en el cargo desde 1786, y el primero en más de un siglo en ser destituido por su propio partido.
Esta histórica decisión lleva a Estados Unidos hacia una parálisis legislativa sin precedentes, y sume al Capitolio en el caos. Ocho republicanos, sumado a los 208 demócratas presentes -con la sonada ausencia de la figura Nancy Pelosi- votaron para remover a McCarthy del cargo.
El motivo detrás de la destitución de McCarthy tiene que ver con el acuerdo de último momento que pactó el pasado sábado con los demócratas. En el trato, el ya ex “speaker” había logrado evitar el cierre del gobierno en Washington, y aseguró una prórroga presupuestaria para mantener la financiación del Gobierno hasta el 17 de noviembre. Sin embargo, este acuerdo no incluyó la ayuda a Ucrania, lo cual ha generado divisiones dentro del Partido Republicano.
Gaetz, junto con otros congresistas rebeldes que han estado en desacuerdo con McCarthy durante los últimos nueve meses, consideraron este compromiso como una traición imperdonable.
McCarthy nunca tuvo el máximo consenso del partido para su cargo, ya que antes de ser elegido como presidente de la Cámara de Representantes había tenido que enfrentar quince votaciones. En aquel momento, también se trató de una situación bastante inédita, hacia más de 100 años que no hacían falta tantas votaciones para elegir a un presidente de la Cámara. Pero eso hablaba, a su vez, de la falta de consensos dentro de los republicanos, un partido que está roto y partido al medio desde la irrupción de Donald Trump.
Faltan, ahora, menos de 40 días para evitar un cierre del Gobierno, algo que hoy, ya con el ala más dura de los republicanos al frente, no parece tener ninguna garantía.
La Cámara cuenta con 435 congresistas, pero hay dos escaños vacantes, uno por cada partido. La composición resultante de las elecciones de noviembre de 2022 otorgó a los republicanos una ventaja de 222 frente a 213 de los demócratas. McCarthy quedó atrapado en una especie de limbo, ya que sus compañeros de partido le retiraron su apoyo, pero, al mismo tiempo, los demócratas optaron por no respaldarlo.
Hakeem Jeffries, líder demócrata, anunció que votaría junto a sus colegas para remover a McCarthy de su cargo debido a la «falta de voluntad del Partido Republicano para romper con el extremismo MAGA» (Make America Great Again, el lema que identifica al movimiento trumpista) y su contribución a sembrar «el caos, la disfunción y el extremismo entre los contribuyentes estadounidenses trabajadores». Jeffries también acusó a McCarthy de «promover leyes radicales» y de intentar llevar a cabo un juicio político contra el presidente Joe Biden debido a los escándalos de su hijo Hunter. Esta movida se percibió como desleal y contraria al buen funcionamiento democrático, pero, en el polarizado panorama político de Estados Unidos, no resultó inverosímil.
Ahora, el representante republicano Patrick McHenry, por el Estado de Carolina del Norte, deberá hacer lugar al nombramiento de un nuevo “speaker”; sin embargo, no parece haber nadie que reúna tantos apoyos. Salvo una persona: Donald Trump.
A pesar de no ser integrante de la Cámara, la Constitución no estipula que el presidenta deba ser, necesariamente, un miembro electo. Troy Nehls, representante por el estado de Texas, fue el primero en postular al ex presidente, mientras éste se encuentra enfrentando varios procesos judiciales, y declaró que no está particularmente interesado en el trabajo, ya que quiere ser presidente nuevamente, aunque estaría dispuesto a “ayudar al partido por el corto plazo”, de ser requerido.
Sería algo completamente inédito, pero, de nuevo, nada inverosímil en este contexto en los Estados Unidos.
El Grand Old Party se encuentra ante una encrucijada difícil, si nuevamente la elección se convierte en un desastre caótico y despolijo, los republicanos pueden llegar a poner en juego su suerte de cara a las elecciones presidenciales de 2024, ya de por si bastante inciertas.