La primera noticia que tuvimos de los V 8, banda liminar del heavy metal en castellano, fue en septiembre de 1982. Ya había ocurrido la guerra de Malvinas. Se avecinaban momentos muy elevados para el rock argentino, como el BA Rock de ese año. Había comenzado la cuenta regresiva hacia octubre de 1983: elecciones generales tras una década y media.
Pero de rock pesado, salvo la huella maestra que venía trazando Riff con su hard rock (tipo AC / DC), se sabía muy poco. Y el líder de los Riff, Norberto Aníbal Napolitano, es el que presenta a este novel cuarteto de melenudos en la escena grande.
Entre otras movidas, un reportaje en la Pelo (N° 172) titulado “Motor en ablande”, los muestra casi en pañales: el primero a la izquierda, melena enrulada, Ricardo Iorio. A su lado, Osvaldo Civile (enorme guitarrista, ya fallecido); Gustavo Rowek (batero clave en el género); y, por supuesto, el “Beto” Zamarbide, fina estampa de vocalista duro.
Me impresionaron entonces (con 12 o 13 años), las palabras de Ricardo: “estamos trabajando muy duramente… queremos hacer auténtico rock pesado… pero también queremos dar un mensaje que esclarezca un poco la cosa. No nos vamos a poner en profetas, pero tampoco podemos dejar de hablar un poco de los que nos pasa”.
Iorio decía eso ¡con 20 pirulos! A las semanas, estaba debutando frente al gran público (otra gestión del Carpo) en BA Rock. Y, por supuesto, peleándose (mientras tocaba) con mucha gente que no entendía su mensaje. Un rock argento de transición, que se volvía genuinamente popular con expresiones como la que ofrecía esta talentosa formación (en rigor de verdad, segunda alineación, tras fundarse como trío en 1981 con Iorio en bajo y voz; Ricardo Moreno (entrañable amigo de aquél, guitarrista, fallecido en 1984); y Gerardo Osemberg, en batería.
Un movimiento sociocultural moviendo sus placas tectónicas, donde el sonido heavy genuinamente “auténtico” del cuarteto (que no se diferenciaba tanto, sin haberse escuchado mutuamente, con el Kill‘Em All, de Metallica, que vería la luz en 1983) chocaba abruptamente contra el perfil “clase media” de los rockeros locales hasta entonces.
Cuando finalmente llegó “Luchando por el metal” (abril de 1983), pudimos comprobar que la banda estaba para cosas grandes. Con el disco en la mano, algunos se dieron a la tarea de evangelización. Se trataba de un mensaje nuevo, en un formato sónico que estremecía. El sello, Umbral, cobijaría a grandes bandas jóvenes de entonces, como Los Violadores, que también debutan discográficamente ese año.
La lírica era como un guante que calzaba a la perfección de miles de jóvenes: Ya no creo en nadie/ Ya no creo en ti/ Ya no creo en nadie/ Porque nadie cree en mí/ No dejan pensar/ No dejan crecer/ No dejan mirar/ Pero por suerte puedo ver (“Destrucción”).
Iorio y sus muchachos les hablaban a jóvenes laburantes, necesitados, para los que no había burbujas de colores, que se habían quedado afuera de la universidad porque les había ido mal en el ingreso, o no tenían para el arancel; que contaban las monedas para tomar el colectivo (y muchas veces se quedaban a pie): Lunes y nuevamente/ En el trabajo estoy/ sólo recuerdo momentos de ayer/ vivo el bajón de hoy (“Muy cansado estoy”). Virtuosismo musical y una honestidad a prueba de cachiporrazos los fueron elevando en la consideración artística y en el cariño popular.
Su segundo disco fue exactamente lo que pretendió su título: “Un paso más en la batalla”. La música evoluciona y las letras son lo más: “Todo es miedo y muerte/ Penas, llanto y dolor/ azotes de maldad/ que recibe el mundo hoy” (“Deseando destruir y matar”) bien podría ser una polaroid actual de muchos lugares del agitado planeta. “Y vos y yo consumidores de basura/ acrecentamos el poder de esta gente/ que nos impone las reglas de este juego/ y ríen al vernos caer en su trampa demente” (“Cautivos del Sistema”), podría estar dedicada a tantos personajes que nos ofrecen un mercado que hasta podría apoderarse de nuestros órganos.
V 8 mudó de piel, se renovó su personal, ingresaron figuras sobresalientes como Walter Giardino, y luego se multiplicaría en varias bandas: Hermética, la mitológica banda de Iorio con la que mantuvo intacto su mensaje en los primeros 90, para luego formar Almafuerte (una lesión en la mano lo obligará a colgar el bajo y concentrarse en la voz); pero también nacieron Rata Blanca, Horcas, Logos, y tantas otras bandas formadas posteriormente.
Curiosamente el fin de V 8 tuvo que ver con diferencias religiosas entre los integrantes. Iorio, ferviente creyente en la reencarnación, versus el resto. Tenía motivos Ricardo para defender la vuelta a la vida: quizás había perdido a demasiados hermanos, de manera anticipada.
Un infarto se llevó ahora a Ricardo, muy temprano, a los 61 años. Había tomado cierta distancia; siempre polémico, muchas declaraciones lo pusieron un poco más lejos de todo, y de todos. Deja una obra monumental (3 discos con V 8; 8 con Hermética; 11 con Almafuerte; 5 discos solistas –uno descomunal, con el Sr. Flavio, Peso Argento) que, en refritos varios, los lectores encontrarán señalados en los muchos obituarios publicados o por publicarse.
Se expandió a varios géneros, siempre llevando la bandera de la excelencia y la autenticidad. Pero en esta hora queríamos recordar a ese Iorio indomable, de melena larga y ensortijada, explosión de talento y rabia, revolucionario orfebre de “power chords” y palabras que se reencarnarán en tantas generaciones que vibraron con su mensaje, y que hoy lo lloran sin remedio.
Buen viaje, amigo Ricardo