En el pasado mes de noviembre, a los ochenta y ocho años, falleció Juan Carlos Scannone, sacerdote y filósofo jesuita, uno de los pensadores más importantes dentro de la filosofía argentina. Como cualquier jesuita de su época, Scannone, realizó sus primeros estudios de humanidades en Córdoba, cuando el juniorado de la Compañía de Jesús se encontraba en estas latitudes. Tuve el privilegio en mis años de estudios filosóficos tenerlo como profesor y también como –digamos- hermano mayor en las consultas filosóficas. Recuerdo –hace ya mucho tiempo- ir a golpear la puerta de su cuarto en el Colegio Máximo de San José en San Miguel, Buenos Aires. Siempre tenía tiempo para explicar lo que uno no comprendía, por ignorancia, por edad, por complejidad metodológica. Entre los estudiantes de esa época a Juan Carlos, siempre y cariñosamente le decíamos Cachito”. Y también es cierto que a veces no lo tomábamos muy en serio. Era un profesor impecable con una erudición maravillosa. Jamás hacía uso de sus trofeos intelectuales y muchos de nosotros –muchachitos de veinte años apenas- no sabíamos o mejor, no adivinábamos que ese hombre bajito y de modales finos había sido alumno nada menos que de Karl Rahner, el gran teólogo del Concilio Vaticano II; o que mantenía una correspondencia más o menos fluida con Paul Ricoeur y Levinás. Con el tiempo, nos fuimos dando cuenta (algunos) de que Cachito” era uno de los intelectuales más importantes dentro de la filosofía argentina.
Hijo único de madre viuda (así se definió alguna vez), Scannone parecía destinado a ser un intelectual y ciertamente lo fue pero con una salvedad muy importante, su intelectualidad nunca dejó de lado el interés por los más pobres, los olvidados del mundo. Y si bien su formación doctoral fue Europea, Austria y Francia, en donde realizó una tesis doctoral sobre Maurice Blondel, su aporte al pensamiento filosófico fue hacer una filosofía desde” y para” América Latina. En el año 1971 y de la mano de Enrique Dussel, Cachito” integra el primer grupo que hizo nacer en Argentina la Filosofía de la liberación”. Esa primera reunión, tuvo lugar en Santa Rosa de Calamuchita, y tenía como primer objetivo discutir acerca del libro del pensador peruano Augusto Salazar Bondy: ¿Existe una filosofía de nuestra América? (México, 1968). América latina se constituye entonces para Scannone como lugar hermenéutico” y más tarde se configurará –en lenguaje estrictamente de Scannone- como una filosofía inculturada. Así nació la filosofía de la liberación” y nacía a su vez -de la mano del teólogo peruano Gustavo Gutierrez en el mismo año- la Teología de la liberación. El contexto eclesial y social del cual provenían la filosofía y la teología de la liberación, tenía que ver con la Conferencia Episcopal de Medellín en 1968 que trataba de vincular el Concilio Vaticano II (1962-1965) con las realidades latinoamericanas. El grupo de filósofos siguió adelante y en el mismo año participaron del Segundo Congreso Nacional de Filosofía en Alta Gracia. Entre otros filósofos, encontramos allí, los nombres de Rodolfo Kusch, Mario Casalla y Osvaldo Ardiles. En 1973, según el mismo Scannone, el grupo tiene su primera publicación conjunta: Hacia una filosofía de la liberación latinoamericana” en donde aparece un primer manifiesto de la Filosofía de la liberación. Son años difíciles para América Latina, en donde las dictaduras comienzan a asolar la región. Dussel, debe exilarse. Scannone, sin poder publicar aquí debido al golpe de Estado, publica fuera de Argentina en 1976, Teología de la liberación y praxis popular”. La sabiduría popular permanecerá en el filósofo argentino como uno de los pilares importantes de su pensamiento que luego se amalgamará con el tema de la gratuidad” en los últimos años. Una filosofía inculturada en América Latina, comprendiendo la sabiduría popular como mediación entre cultura vivida y pensamiento crítico. En 1981 forma parte del Equipo Jesuita Latinoamericano de Reflexión Filosófica junto con Ignacio Ellacuría (asesinado en 1989 junto a otros cinco jesuitas en el Salvador). Paralelamente a su actividad como escritor y filósofo, asistiendo a Congresos y reuniones en todo el mundo, Cachito” Scannone, mantuvo durante gran parte de su vida, dos aspectos no tan conocidas o por decirlo de alguna manera, concernientes a su vida doméstica. Por un lado las clases en la Facultad de Filosofía del Colegio Máximo y por otro, el trabajo pastoral de fin de semana en un barrio pobre de San Miguel.
Unas semanas antes de su muerte, Juan Carlos Scannone vino a dar un seminario a la Universidad Católica de Córdoba. Me lo crucé por casualidad cuando fui a dejar la planilla de alumnos en la secretaría. Al principio no me reconoció. Estás más flaco”, me dijo y nos dimos un abrazo. Un abrazo rápido porque Cachito” era reticente a la demostración afectiva. Lo vi igual que siempre, un poco más arrugado tal vez, pero no parecía una persona que estuviera casi pisando los noventa. En unos días tenía que viajar a Roma para recibir un Doctorado Honoris Causa. Finalmente emprendió un viaje más largo que el de Roma.
Antes de terminar este artículo, revisé algunos intercambios de correos electrónicos. Casi todos tratan acerca de bibliografía, autores, terminologías o cosas parecidas. Cachito responde cada consulta con una humildad incalculable y una erudición precisa. Hoy en día, no existe en la Compañía de Jesús un intelectual de la talla de Scannone. No digo con esto que no haya algunos doctores o especialistas en filosofía o teología. Me refiero a un intelectual, es decir la relación que hay entre el pensar de un sujeto y la vinculación y trascendencia respecto de la sociedad en la que vive. Dentro de la filosofía argentina, Juan Carlos Scannone tiene un lugar ampliamente ganado. Los jesuitas han perdido a uno de sus pensadores más notables.