El pasado viernes, cerca de 6.000 personas asistían a un concierto de rock en el Crocus City Hall, a las afueras de Moscú. Un grupo de hombres armados ingresó y comenzó a disparar contra la multitud. Por estas horas, la cifra de muertos es de 140, con decenas de heridos, muchos de ellos de gravedad, convirtiendo al atentado en el más mortífero de los últimos veinte años en Rusia.
El ataque se lo atribuyó el mal llamado Estado Islámico, Daesh, o Isis, como se lo conoce popularmente. Que este grupo terrorista atacara a Rusia era, en principio, la hipótesis más extemporánea y menos probable. En un contexto donde el terrorismo extremista no está en la centralidad de las preocupaciones de la comunidad internacional, aunque se encuentre lejos de ser erradicado. Pero sobre todo, en un momento donde el Kremlin se encuentra enfrascado en un conflicto militar con Ucrania que, el mismo viernes a la mañana, tomó, por primera vez, el estatus de “guerra”.
En un modus operandi similar al de los atentados del Bataclan de 2017 en Paris, lo primero que vino a la mente cuando sucedieron los atentados fue el recuerdo del terrorismo que asoló a Europa durante aquellos años y que hoy parece lejos. No obstante, Rusia tiene tropas y combate en varios países africanos, sobre todo en la región del Sahel, en Mali, Burkina Faso, países donde el Daesh tiene todavía una presencia importante, aunque fue derrotado en Siria. También, por las dos guerras rusas en Chechenia, de mayoría musulmana, producidas entre 1994 y 2009, y la invasión a Afganistán de 1978, durante los tiempos de la Unión Soviética.
El presidente Vladimir Putin reconoció, por primera vez el pasado lunes, que «islamistas radicales» están detrás del ataque, pero al mismo tiempo sugirió que el atentado encaja en una campaña de terrorismo contra Rusia más amplia, liderada por Ucrania.
Los sangrientos hechos se produjeron el mismo día que Rusia elevó el “estado de operación militar especial” en Ucrania a “estado de guerra”, y cinco días después de que Putin fuera reelecto con casi el 90% de los votos.
Cabe recordar que el día de su proclamación para la reelección el mandatario ruso habló de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, a gran escala, si las potencias europeas seguían incluyéndose en la cuestión rusa y ucraniana. Es decir, Rusia está en el ojo de la comunidad internacional y se cruzan varias cuestiones.
La inteligencia británica y estadounidense habían advertido, a finales de febrero y comienzos de marzo, respecto de que algo así podía desencadenarse en Rusia, e incluso, le había pedido a sus ciudadanos viviendo allí que no concurran a lugares públicos, o de asistencia masiva. Los servicios de inteligencia rusos, considerados uno de los mejores del mundo, hicieron caso omiso de esta situación, y el Kremlin descartó las advertencias como “propaganda” en medio de la campaña electoral. La gran pregunta es por qué. Lo más probable es que haya sido por autentica desidia.
Los hombres, que fueron capturados mientras intentaban huir del país, asistieron a comparecer con signos de haber sido gravemente golpeados y torturados por las fuerzas de seguridad. Aseguraron haber sido contratados “de manera anónima” y “a través de Telegram”, y que les ofrecieron una suma de 500.000 rublos, es decir, unos 5.000 dólares, para cometer los atentados.
Por lo pronto, a diferencia de los atentados anteriores en Europa, no se trataría de fanáticos radicales, sino de mercenarios. De acuerdo con la agencia de noticia rusa Tass, se trata de hombres oriundos de Tayikistán, país ubicado al norte de Afganistán.
Otro gran interrogante tiene que ver con el escape de los terroristas hacia Ucrania. ¿Lo hacían porque era lo más cómodo geográficamente, o pensaban escapar allí por un supuesto involucramiento de Kiev? Eso es lo que, dice, está investigando el Kremlin.
Más allá de la verdad, el gobierno ruso tiene una buena narrativa para sus fines, y, lo realmente importante, es ver cómo la construye y comunica de cara a lo que viene. Lo cierto es que la opinión pública rusa hoy está prácticamente al 100% alineada con el relato del presidente.
Por su parte, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, rechazó el domingo las acusaciones de manera tajante y su dirección de inteligencia militar afirmó que es absurdo sugerir que los hombres estaban buscando cruzar una frontera fuertemente minada, repleta de cientos de miles de soldados rusos, para intentar ponerse a resguardo.
Al día siguiente de los atentados, Ucrania bombardeó la región de Lugansk, bajo control ruso, y el Kremlin respondió con misiles hacia las principales ciudades ucranianas. Por ahora, la conexión ucraniana no está descartada para el Kremlin, que asegura que pudo haber habido un apoyo logístico, o, incluso, una autoría intelectual proveniente de Kiev. Una cosa es afirmarlo, pero probarlo a ciencia cierta, ya es otra historia. Sin embargo, Putin sabe que no necesita hacerlo.