El Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC) comenzará a desplegar este jueves su decimotercera edición en un contexto marcado por la incertidumbre absoluta que atraviesa el cine argentino, impensable hace unos pocos meses atrás. ¿Quién hubiera imaginado que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) estaría literalmente cerrado a esta altura del año? El vértigo de la política argentina no tiene parangón en el mundo, como tampoco la potencia destructiva de quienes se arrogan la potestad de determinar el cierre de un organismo autárquico –y autofinanciado- que resulta fundamental para la supervivencia de la industria audiovisual argentina. Como nunca antes desde el regreso de la democracia, el cine argentino está en peligro, así como también la invaluable diversidad cultural que enaltece nuestro suelo. Se trata de un dato objetivo, como lo atestiguan las principales revistas especializadas del mundo, que vienen cronicando con asombro el absurdo ataque que sufre el cine desde la gestión de Javier Milei. En este contexto, un festival como FICIC se vuelve imprescindible, acaso un refugio vital para los amantes del cine.
Como en cada edición, este año habrá una Competencia Internacional de Largometrajes integrada por cinco películas de diversas procedencias (Ucrania, España, Francia, Alemania-Suiza, además de Argentina), entre las que se incluye la hermosa “Las cosas indefinidas”, de la cordobesa María Aparicio. Se le sumarán las competencias de cortos con otros tantos trabajos de todo el mundo y las clásicas secciones que han distinguido al encuentro: una retrospectiva al director argentino Julian D’Angiolillo –que estrenará “La gruta continua”-, el ciclo “Planos de provincia” con estrenos cordobeses –entre los que están “Las ausencias”, de Juan José Gorasurreta, “Cuando todo arde”, de María Belén Poncio (que acaba de ser premiado en el Bafici) y “El escuerzo”, de Augusto Sinay (que esta semana ganó el Festival Internacional de Fantaspoa de Brasil)- y el infaltable ciclo de “Filmoteca en vivo” en 35 milímetros, curado por Fernando Martín Peña y dedicado al alemán Win Wenders. Habrá más estrenos locales (Leandro Naranjo y Santiago Zapata presentan “La cumbre” y Alejandra Lipoma y Romina Vlachoff estrenan su primer largo, “El verano más largo del mundo”, entre otros casos), el imperdible ciclo de cine de género a la medianoche con películas sorpresa –que tendrá otra versión en los mediodías- y la competencia de Cortos de Escuela, que siempre resulta auspiciosa. Será una verdadera fiesta para la cinefilia en medio de tanta oscuridad. Por eso, dialogamos con el programador artístico y principal responsable del encuentro, el crítico Roger Alan Koza. La programación del festival, que durará hasta el domingo, se encuentra en www.ficic.com.ar.
HDC: El FICIC siempre ha sido un festival austero, pero este año enfrenta un desafío ante el virtual cierre del Incaa, ¿cómo fue la organización?
Roger Koza (RK): La situación del Incaa es incierta; la opacidad de las declaraciones de sus responsables actuales permite conjeturar una institución enflaquecida y con funciones acotadas. En los primeros transcendidos, que se conocieron a fines de diciembre del año pasado, ya se decía que el apoyo a los festivales nacionales habría de ser nulo. La excepción era el Festival de Mar del Plata. Días atrás se pudo escuchar el deseo de las autoridades marplatenses: se habló de un “Festival Netflix”, momento iluminador para constatar la supina ignorancia de las personas que toman decisiones en la actual gestión. El riesgo concreto es la desaparición de la mayoría de los pequeños festivales de cine del interior del país; dependerá exclusivamente de la inventiva de los productores y el deseo de los responsables de la programación y su capacidad de negociación con los agentes de ventas de las películas extranjeras. Imagine usted que si se tuviera que pagar los derechos de exhibición por cada película foránea, el monto por dos o tres funciones oscilaría de unos 300 a 800 euros. Súmese la traducción y el subtitulado. Es carísimo, casi imposible. Y es solamente una cuestión de la producción. Si hacemos FICIC es por deseo y abnegación. Nadie hace este festival por algún motivo económico.
HDC: El festival se hará en un contexto muy particular, donde hay un ataque sistemático del Estado a la cultura en general…
RK: La intemperancia del Ejecutivo y sus voceros oficiales y extraoficiales respecto de la cultura y las artes se debe a un reconocimiento indirecto del peligro que anida en todo aquello que no puede ser resumido en una consigna y promueve la indeterminación del sentido y la ambigüedad. La inexactitud es peligrosa porque conmina a pensar y cuando eso sucede nada es lo que es porque tiene que ser como es; puede ser de otro modo; puede ser indefinido. Por otro lado, el imaginario del Ejecutivo y sus acólitos estriba en medir cualquier acción humana en relación con su rédito económico. De allí la ponderación exclusiva y dogmática del criterio cuantitativo para justificar la existencia de una película. El derecho a existir responde a la cantidad de espectadores que vindica la inversión. Es un razonamiento atendible desde una perspectiva no estética. Pero nadie puede saber con exactitud cuándo una película se encuentra con su público. “Bañeros 3, Todopoderosos” (2006) debe haber sido vista en las dos primeras semanas de su estreno por medio millón de personas. Desde entonces tiene su lugar en el país del olvido; desde aquel momento a la actualidad nadie la volvió a ver. “La libertad” (2001) de Lisandro Alonso alcanzó menos de 1000 entradas en su estreno comercial en 2001. En 2024 se sigue viendo y debe haber sido vista en todo el mundo. ¿Cuántos espectadores hizo hasta hoy? ¿300.000? ¿700.000? ¿Y por qué no debería existir si solamente la hubieran visto 500 personas?
HDC: ¿Cómo repercute este contexto en el festival? ¿Influye en la programación?
RK: Pienso a FICIC, al igual que tantos otros espacios similares, como pequeñas e intermitentes reservas de especies audiovisuales que no se asemejan a nada de lo que se ve en los cines comerciales e incluso en las plataformas más populares o incluso especializadas. Se trata de dejar en claro que existe otro régimen audiovisual, lo que implica otra sensibilidad. Esto no da dinero, pero sí repone la experiencia sensible de la audiencia. La sensibilidad no se compra; no tiene precio, lo que no significa que no cueste. Un festival de cine incentiva a trabajar con los ojos.
HDC: Otra pregunta concomitante es por la elección de “El realismo socialista” (2024) como película de apertura
RK: En el FICIC se ejercita una política de programación a contramano de muchos festivales de acá y de otros rincones de mundo. En general, se suele ser concesivo con las aperturas, pero no es nuestro caso. En los años precedentes, hemos abierto con “El gran movimiento” (Bolivia, 2021) y “Poesía” (Kazajistán, 2022), de Kiro Russo y Darezhan Omirbayev, respectivamente; son cineastas difíciles, son películas exigentes. ¿Por qué entonces no abrir con “El realismo socialista” (Chile), película que tiene su complejidad y lleva la firma del gran cineasta latinoamericano Raúl Ruiz? Siempre he dicho que lo que Jorge Luis Borges es a la literatura universal, Ruiz lo es para el cine: un genio singularísimo, una expresión del país de origen en clave universal. Entiendo que el título pueda levantar las orejas, como sucede con los burros cuando escuchan un silbido o un ruido. Primero que nada, es una película de Ruiz, que es un gigante. Al mismo tiempo, es magnífico que un filme rodado en 1973 y culminado en 2023, pueda ser tan anacrónico como actual. Culminada días antes de la muerte de Salvador Allende, en “El realismo socialista” Ruiz trabajó sobre los límites ideológicos de su tiempo y sobre ellos vertió un amoroso sarcasmo para desentrañar las falacias y las contradicciones discursivas del pensamiento reaccionario y también progresista. Lo interesante es que aquella experiencia derrama una peculiar clarividencia para observar el desorden ideológico de nuestro tiempo.
HDC: Hablemos de la competencia de largos, ¿qué ideas guiaron la programación?
RK: El acto de programar no es idealista; no se empieza con un concepto y luego se busca las películas que coincidan con él. El trabajo es empírico. Aparece una película que resulta diferente, sólida, radical, cuyo tema es tan relevante como la forma elegida para plasmar lo que se propone. Se elige, se invita, se la confirma. Yendo de acá para allá, aparece otra y al pensarla se descubre que comparte algo con la primera. Se invita y se la confirma. Ya son dos. Hay entonces una serie. Así fue como vi “La palisiada” (Ucrania, 2023, Philip Sotnychenko); así añadí después “La isla” (Francia, 2023, Damien Manivel). Ambas trabajan indirectamente el tema de la representación, término que excede al cine y que hoy experimenta una absoluta descalificación. Luego sí puedo pensar las próximas películas de competencia bajo ese punto en común, aunque no solamente. Es cierto que, por motivos distintos, las cinco películas de competencia giran en torno al dilema de la representación.
HDC: Da la sensación que la otra constante en las películas en la sección es la amistad y la solidaridad en distintos contextos…
RK: La amistad en el cine me interesa como crítico y como director artístico; es uno de los grandes temas del cine; va desde la saga de “Misión imposible” a “La amante de la luz” (Argentina, 2024, Lucía Torres Minolo) que se estrena en el festival. Lo interesante de la amistad es que no se puede comprar y presupone el ocio como su condición de posibilidad. La amistad es económicamente improductiva. Es una invención afectiva de la especie que no puede ser mensurada por la religión económica que parece verterse como la única forma de pensar el mundo. Usted se refiere a la solidaridad, aunque yo prefiero detenerme en un instante previo a esa acción de bien común desinteresada, al sentimiento percibido antes del paso a la acción: la fraternidad. El saberse unido a desconocidos sin saber la razón. Hay películas que transmiten esa misteriosa percepción de unidad. Dejemos que el público las descubra.
HDC: Es importante hablar de la retrospectiva a Julián D’Angiolillo y el ciclo en 35 mm de Fernando Martín Peña
RK: En el FICIC empezamos desde que yo tomé la dirección artística a focalizarnos en nuevos cineastas con una obra en ciernes que merecen ser puestos en el centro de atención del festival y discutir su cine. Me alegra muchísimo ver que Adirley Queirós, el mejor cineasta brasileño de la actualidad, tenga su retrospectiva en FidMarseille en Francia, en julio de este año. Nosotros le dedicamos la primera que se le hizo en el mundo en 2015. El caso de D’Angolillo es concomitante a tantos otros cineastas que elegimos en su momento. En este caso, el espacio como categoría esencial define su cine y en él siempre descubre un modo de conocimiento localizado. “La gruta continúa” (2023) glosa sus intereses mejor que ninguna de los dos precedentes. ¿Quién sabe algo sobre la espeleología?
La merecida recepción de “Perfect Days” (2024) en todo el mundo inspiró a Fernando Martín Peña. Fue su idea lo de Wenders y me pareció excelente. En efecto, muchas personas no han visto las mejores películas de Wenders. Suelen conocerse bien “Las alas del deseo” (1987) y “París, Texas” (1984). Las elegidas para pasar en fílmico permiten reconocer lo mejor que hizo en Alemania y sus primeras películas en Estados Unidos, en donde su amor por John Ford y su admiración por Samuel Fuller resulta evidente. Hay que decir también que Wenders no hacía una gran película hace décadas; “Perfect Days” fue un reencuentro para muchos y un descubrimiento para tantos otros. ¿Por qué no volver a él justamente ahora?
HDC: Por último, los estrenos cordobeses, que son muchos y son un clásico de FICIC
RK: Estoy muy contento con todas las películas cordobesas que hemos programado. Todas me parecen valiosas, algunas incluso son inclasificables. Es el caso de “El escuerzo” (Argentina-España, 2023, Augusto Sinay). Parece una película hecha por un joven (David) Cronenberg serrano que leyó cuentos de Horacio Quiroga y terminó haciendo un western fantástico. Es una legítima rareza. Nombré a este filme porque no está en competencia. Nunca he programado una película pensando que la competencia es lo que importa y el resto es lo que se puede conseguir. Todo lo contrario. Nosotros usamos cada espacio libre con conciencia y convicción. Lo mismo pasa con los cortos. En cada película el festival se juega el todo por el todo.