Los líderes son elegidos por quienes aceptan ser liderados. Nadie se llama “líder” a sí mismo, eso es un jefe. Por lo que ser líder o no es una condición que varía con el tiempo y es situacional: alguien puede liderar una tarea o función, y ser liderado por otros.
El líder es un servidor de los demás que lo reconocen y delegan en él algunas decisiones, que pueden ser muy simples –organizar un festejo o reunión- más complejas –ordenar una situación interna o a mediano plazo- o planear el futuro –proponer estrategias a largo plazo.
Esa delegación no es absoluta, ya que el líder necesita para ser eficaz y eficiente en el cumplimiento de su mandato que los demás colaboren con él, por lo que es frecuente que la mayoría de las tareas las realizan los que son liderados, aunque el líder debe encabezarlas.
La sucesión de los líderes, especialmente aquellos que proponen estrategias a largo plazo, es una de las situaciones más complejas, mucho más cuando pretenden mantener su autoridad en la designación de sucesores o funcionarios que, desde las ocupaciones ejecutivas, ordenan la administración y las metas que debieran alcanzar.
Así ha sido en el mundo, en nuestro país y en todos los ámbitos, políticos, institucionales o empresarios, especialmente cuando las normas no prevén formas de sucesión: ha ocurrido en los partidos políticos en un país donde los líderes de la administración (presidentes, gobernadores, intendentes) reúnen el liderazgo que les da su función con el liderazgo del partido, que debiera establecer las estrategias de representación, alianzas y objetivos de largo plazo.
En las instituciones (civiles, sociales, deportivas, sindicales) sobre todo aquellas que no prevén límite a las reelecciones, el reemplazo suele ser conflictivo o no se produce.
En las grandes empresas por acciones, el reemplazo es menos conflictivo, aunque no exento de fricciones si el líder se resiste o es muy personalista, y desde su importante tenencia de acciones pretende seguir interviniendo en la gestión, aun cuando se haya designado un nuevo CEO (Chief Executive Officer en inglés, o Presidente en castellano).
En las empresas más pequeñas o de origen familiar que las controlan, la sucesión es compleja sobre todo si existen varios herederos, aunque suele resolverlo el líder histórico, salvo que su desaparición sea intempestiva.
Un buen líder entonces, desde que asume el liderazgo debiera plantearse cómo y cuándo transferirlo, sin que ello implique en las instituciones democráticas el señalamiento de un sucesor, delfín o representante transitorio, y sí permita un debate interno que no rompa acuerdos pre existentes que implicarían un quiebre explosivo, aunque de él surjan distintas líneas que resuelvan sus diferencias en elecciones competitivas sin exclusiones.
Eso ha ocurrido muy pocas veces en nuestra historia política –quizás solamente en la UCR de 1983- desde que existe voto universal –aunque sólo masculino- interrumpido por golpes cívico-militares y no parece que vaya a repetirse en el futuro cercano en ninguno de los grupos políticos existentes.
Un problema central de estos días es el financiamiento de la política y de la comunicación política que, controlada por grandes grupos empresarios o financieros internacionales a través de medios masivos tradicionales –radios, TV o gráficos- que marcan agenda o por plataformas en red (Facebook, Whatsapp, X (ex Twitter), Instagram, YouTube, TikTok) que tienen la posibilidad de vetar o invisibilizar algunas opiniones y direccionar vía los algoritmos lo que vemos, que sostienen el sesgo de confirmación de cada individuo.
Desde que eso se profundizó a principios de siglo, ya no existen liderazgos carismáticos –nadie soporta una búsqueda en Google sin revelar sus contradicciones, giros ideológicos o bajezas-, y más recientemente las “fake news” suman descalificaciones y proscripciones que favorecen a quienes las utilizan más frecuentemente y en forma más extendida. Por lo que las mentiras y medias verdades no se revelan y, si se lo hace, tiene menos difusión que aquellas, por lo que se estaría normalizando, minimizando u ocultando la ausencia de verdad.
Con ese viento en contra, los partidos que no controlan este eco-sistema comunicacional, se financian desde los gobiernos con gestiones poco transparentes o desde el llano comprometiendo beneficios futuros, si logran obtener el poder.
Así, los liderazgos democráticos no personalistas, sin compromisos con intereses particulares –actuales o futuros- y basados en verdades verificables, son poco viables. Y apenas una esperanza cuando explotan los sistemas políticos que sostienen los liderazgos existentes en donde quedan algunas grietas que pueden aprovechar.
Para que ello sea posible, será necesario estar preparado para movilizar en el ámbito público, mediático y virtual, con nuevos potenciales líderes, sin que ello permita su cooptación por sectores concentrados que como los jacobinos en la Revolución francesa, desvirtúen su propio accionar.