Por estas horas se encuentran en nuestra ciudad tres de los cuatro ministros de la actual Corte Suprema de Justicia. El reelegido presidente Horacio Rosatti ayer presentó su libro “Angelito”, una novela sobre un niño marginal que busca su origen, pero relacionado con la historia de los aviones en nuestro país, desde el bombardeo del 55 hasta los vuelos de la muerte. Junto a Rosatti, también nos visitan Juan Carlos Maqueda y Carlos Rosenkrantz, para participar este jueves de diferentes actos y encuentros, en la Cámara Federal, en la Universidad Nacional y en el Colegio de Abogados.
Hace algunos días de conoció una interesante publicación de la consultora Zubán-Córdoba sobre los niveles de confianza de los argentinos en las instituciones. La mayor credibilidad está en las universidades públicas con un 71,50%. Luego se ubican la salud pública con el 71,2%, el Conicet con el 64,3%, las universidades privadas con el 56,4%, el Indec con el 42,2%, la iglesia católica con el 33,3%, las redes sociales con el 22,9%, los sindicatos obreros con el 20,9%, el periodismo con el 19,9%, los medios de comunicación con el 18,8%, los partidos políticos con el 16,8%, el Congreso con el 14,8%, las iglesias evangélicas con el 13,7% y, finalmente, la justicia argentina con un lacónico y muy triste 12,3%. Estos números no sorprenden porque son, en líneas generales, los que se registran con algunas variaciones en los últimos años. Es posible que desde la oficina de prensa de la Corte alguien le haya mostrado este sondeo a los cuatro cortesanos (además, Ricardo Lorenzetti), y que ninguno de ellos se haya inquietado en lo más mínimo.
Que la gran mayoría de la ciudadanía no tenga confianza en el Poder Judicial no es poca cosa. Posiblemente, entre los motivos confluyan muchos reales y otros no tanto, pero de lo que no hay dudas es que este descrédito es espantoso porque la ley, y quienes tienen que velar por su cumplimiento, son la columna vertebral de toda sociedad. El sentido común indicaría que todos los jueces y magistrados deberían estar preocupadísimos y haciendo lo máximo para revertir la mala imagen que tienen. Pero, a simple vista, no se los ve tan apesadumbrados, sobre todo a los integrantes de la Corte. A lo mejor se sienten muy cómodos y seguros en sus cargos y poco interesados en la opinión de la gente. También es verdad que, con tantos buenos vínculos empresariales y políticos más el poder casi ilimitado que tienen, tal vez tengan otras prioridades.